El descenso a los infiernos de DJ Ickarus
Hannes Stohr consiguió en 2001 fama y prestigio al alzarse con el Premio del Público en la sección Panorama del Festival de Berlín. Fue gracias a Berlin is in Germany, su debut en el terreno del largometraje; una historia tragicómica que nos explicaba cómo un preso quedaba atónito cuando salia de la cárcel y veía los cambios acontecidos en Berlín tras la caída del muro.
Una década más tarde, el director alemán vuelve a su casa para tomar de nuevo el pulso a la que es su ciudad, aunque nació en Stuttgart. Nadie como él para diseccionar la cultura del clubbing en esta Berlin Calling que ahora nos ocupa. El título del film -como muchos ya habrán adivinado- es un homenaje al que fuera el tercer álbum de estudio de la banda britànica de punk rock The Clash, y desde luego música, y de la buena, no falta durante todo el metraje. Aquellos adeptos o fanáticos de la música tecno disfrutarán de lo lindo viendo los conciertos que el disc jockey DJ Icarus va ofreciendo por los distintos locales y estadios por los que actúa. Y ese es el gran acierto del director, que convierte lo que podría ser una trama monótona en un verdadero concierto del desconcierto.
Cuanto más fama va alacanzando el músico más sube su nivel de adrenalina y estrés y más crece su consumo de distintas drogas hasta que se convierte en un adicto. Es entonces cuando el film entra en su fase más dramàtica. El eléctrico Icarus comienza a perder todo lo que la vida le ha servido en bandeja (una novia extraordinaria que realiza a su vez funciones de manager, un proyecto de CD con una gran compañía discogràfica...) y no le queda más remedio que acudir a una clínica donde pueda desintoxicarse. Allí, seguirà componiendo su música entre recaídas y depresiones hasta que consiga atisbar una luz de esperanza.
Stohr no apaga el tocadiscos en ningún momento: la música contrapuntea cada escena, envolviendo de sonido cada fotograma. El espectador no tiene más remedio que dejarse embaucar por esta hora y media de “rave” contínuo, atendiendo a la a la espiral autodestructiva de Martin Karow (nombre real de DJ Ikarus) mientras se radiografía una urbe que no por casualidad es considerada como una de las capitales más modernas y chics de la actualidad. Y todo ésto sin poder dejar de mover los piés al compás de la pegadiza música de la banda sonora, compuesta por el mismo protagonista del film, Paul Kalkbrener, quien en el mundo real es uno de los dj y productores más cotizados de su país, y a quien acompaña Sascha Funke, también muy presente en la escena electrónica berlinesa.
Es una pena que se tardara la friolera de dos años en poder disfrutar de una película tan atípica como atractiva, mientras la cartelera se llena de estrenos de medio pelo de factura norteamericana que no aportan absolutamente nada a la cultura cinematogràfica quedando otras pequeñas joyas relegadas al olvido o al refugio de algún avispado Festival que tenga la dicha de proyectarlas.
Por último, un comentario anecdótico: la cantidad de camisetas de selecciones y equipos de fútbol que el héroe de la función muestra en pantalla, y sí, una de las que exhibe es la camiseta albiceleste, así que vestido de esta manera seguramente este espigado y meteórico personaje caerá muy bien a los espectadores más futboleros.