Icka está interpretado por Paul Kalkbrenner, uno de los integrantes destacados de la movida electrónica alemana. Aquellos momentos en los que la cámara captura de forma documental los escenarios en los que el músico se presenta hacen crecer al filme.
Dj Ickarus -o Icka, como le dicen sus amigos y seguidores- quiere que su nuevo disco se llame Tetas, tecno y trompetas, pero su productora decide que se llame Berlin calling, que es mucho más pegadizo, correcto y tiene una vinculación con el London calling de The clash. Icka acepta, de mala gana, y surge una de las primeras contradicciones de un film tan interesante como fallido: ¿cómo debe uno tomar que la película se llame de una forma que a su protagonista no le gusta? ¿Como una ironía? No se sabe, como no se sabe el sentido de muchas de las cosas que pasan en el film alemán de Hannes Stöhr. Y eso que pasan varias.
Por empezar, el film narra la odisea de un músico de la movida electrónica berlinesa (la más poderosa y creativa del mundo), sus adicciones con las drogas de diseño, sus amores y sus problemas para editar su nuevo material. Hasta ahí, tendríamos un grueso temático importante y eso solo daría para un film. Pero hay mucho más: porque Icka es internado en una clínica de rehabilitación, y todo esto termina ocupando una parte importante de la segunda parte de Berlin calling. Y a todo esto, sumemos que se hace hincapié en el vínculo entre el protagonista, su hermano y su padre, que es un cura luterano, sin que finalmente sea demasiado trascendente para el desarrollo de la historia.
Casi una relectura en clave musical de Atrapado sin salida, Berlin calling se torna a medida que avanza su metraje mucho más convencional: si bien hay sexo -menage a trois, por ejemplo-, bastante consumo de drogas y mucha irreverencia, nada escapa a ciertos cánones audiovisuales de corrección. Digamos: esto no es Trainspoting y su marginalidad alucinógena. En este sentido, está muy bien que Stöhr no condene ni señale a nadie. El director toma un universo y lo retrata, de la forma más fiel que puede. Pero el problema radica en que uno no ve que los personajes se modifiquen demasiado, que el viaje haya valido la pena. Por cuidarse y no excederse, Stöhr incurrió en algo peor que el discurso reaccionario -que al menos uno puede debatir- cayó en el relato burgués y anodino. El Ickarus de este film, a contramano del mitológico, ni se da contra el Sol ni se quema tanto.
Pero -y acá la contradicción es del que escribe y no del film- ¿qué hace que después de todo recomendemos Berling calling, aunque más no sea con tres estrellitas? Pasa que Icka está interpretado por Paul Kalkbrenner, uno de los integrantes destacados de la imponente movida electrónica alemana. Entonces, la música es exquisita; entonces, aquellos momentos en los que la cámara captura de forma documental los escenarios en los que el músico se presenta hacen crecer al film; entonces, Stöhr logra que comprendamos en imágenes lo que pasa por la cabeza de su personaje; entonces Kalkbrenner ofrece una interpretación muy ajustada y precisa, casi musical por la forma en que su cuerpo se balancea dentro del plano. Y entonces Berling calling se convierte en color, en ritmo y en, por qué no, un estado que sabe de euforias y caídas.
Ahí entendemos que Berlin calling no es el nombre ideal, pero es el nombre que es. Como la vida de Icka, que tal vez no sea la que él quiere, pero es la que tiene. Mientras, espera en un aeropuerto para emprender un viaje, algo en lo que es especialista, química o literalmente.