Bernarda es la patria son muchas películas en una. Y, aunque no todas las partes son igual de interesantes y profundas, el todo no deja de ser valioso y en varios pasajes fascinante. En los poco más de 70 minutos de este primer largometraje documental del director de Las hermanas L., 8 semanas y La noche del lobo (aquí con Albertina Carri como coguionista y coproductora) se aborda la puesta en escena del clásico (aunque en una versión nada clásica) La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca; pero también la historia del movimiento under de la primavera alfonsinista con eje en el mítico Parakultural de la calle Venezuela al 300 (aunque algunos protagonistas se burlan diciendo que ellos empezaron antes y luego les copiaron la fórmula), del transformismo en la Argentina y, más puntualmente, de Willy Lemos, quien luego de un inicio con estructura coral y espíritu generacional se convierte en el eje principal del relato.
La producción se extendió durante cinco años (algunos participantes incluso fallecieron en ese lapso) y el proyecto fue mutando, especialmente con el ingreso de Carri. La película pone en cuestión (y por momentos en tensión) esos cambios de rumbo, un poco como la directora lo había hecho en su influyente Los rubios.
Más alla de su estructura de cine dentro del cine (y de teatro dentro del teatro), la película crece y encuentra su rumbo (y su corazón) cuando Lemos reconstruye su historia personal y la del transformismo que tan violentamente fue reprimido desde fines de la última dictadura e incluso durante varios años de democracia (y a eso hay que sumarle la posterior paranoia y los prejuicios sociales por el SIDA). Con desenfado y desparpajo, con una nostalgia -por suerte- no demasiado exacerbada, se produce un viaje a aquellos tiempos de “La Gran Markova”, Alejandro Urdapilleta, Batato Barea y Humberto Tortonese, El Clú del Claun, las Bay Biscuit, Gambas al Ajillo, Los Peinados Yoli y Besos de Neón. Incluso varios de los héroes y heroínas de la época, como Mosquito Sancineto, Verónica Llinás y Fernando Noy, aparecen con mayor o menor preponderancia en distintos momentos del documental.
Si bien Lemos y Noy terminan en el Xirgu, en (lo que queda de) Cemento y el Parakultural, Bernarda es la patria no tiene pretensión de ser un trabajo sobre el movimiento contacultural en su conjunto, sino sobre todo del de aquellas primeras drag queens: el transformismo como el under dentro del under.
Por momentos un poco caótico y derivativo, el film de Schipani (quien no tiene miedo de definir a su proyecto como “pastiche”) abarca demasiados terrenos y la sensación (por la riqueza de muchos testimonios y materiales de archivo) es que se podría haber profundizado en varios de ellos. No es una queja, quizás sí un poco de desilusión. De todas formas, Bernarda es la patria no deja de ser un trabajo disfrutable y querible, tan tierno como doloroso. Un canto a la diversidad sexual y artística. Una oda a la libertad.