Bernarda es la patría

Crítica de María Bertoni - Espectadores

A medida que Bernarda es la patria avanza, tambalean categorías, clasificaciones, definiciones, (des)conocimientos. La película de Diego Schipani hipnotiza en parte por eso, y en parte porque reconstruye una porción de historia del movimiento paracultural porteño. Lo hace en el marco de preproducción de una reversión atípica de La casa de Bernarda Alba, y a partir de los testimonios y análisis de referentes como Willy Lemos, Fernando Noy, Mosquito Sancineto, Vanessa Show y el fallecido Mario Filgueira. La inclusión de material de archivo completa este homenaje al under local y por supuesto al siempre vigente y brillante Federico García Lorca.

Más allá de algún punto de contacto con En busca de Ricardo III, cuesta encontrarle antecedentes a este ejercicio coescrito y coproducido con Albertina Carri. Como Al Pacino a mediados de los años ’90, Schipani y su socia creativa convierten los preparativos para la reposición de un clásico teatral en una oportunidad de reflexión histórica, social, cultural. A diferencia de la estrella neoyorkina, los realizadores porteños se concentran en un período acotado (y poco revisado), y además articulan las instancias de maquillaje, vestuario, casting, ensayos, no sólo con entrevistas más o menos formales, sino con fotos y filmaciones de archivo (en este caso tomadas/grabadas en los ’70 y ’80).

«Bernarda es la patria» afirma Noy en alusión, antes que a la España franquista retratada por García Lorca, a la Argentina que reprimió toda desobediencia a la norma heterosexual. En esta otra casa/tierra asfixiante, algunos habitantes cuestionaron, resistieron, lucharon contra la pulsión disciplinadora.

Schipani filma en lugares de disidencia tan emblemáticos como la sala Margarita Xirgu y lo que quedó del Centro Parakultural y la discoteca Cemento. Los integrantes del elenco teatral y algunos entrevistados mencionan a exponentes de la talla de Alejandro Urdapilleta y las Gambas al Ajillo (atención a la participación secundaria de Verónica Llinás); algunos espectadores recordamos a Batato Barea y Omar Chabán.

La elección de fragmentos de la obra original de García Lorca constituye un aspecto clave de la reversión interpretada por una decena de actores, entre los cuales hay una sola mujer ¿cisgénero? Ponen la piel de gallina los parlamentos de Bernarda y Adela que Lemos pronuncia, a veces sometido a primerísimos primeros planos.

La adaptación teatral de Ariel Farace parece todavía más subversiva que aquéllas reposiciones protagonizadas por varones ¿cis? (ésta y ésta por ejemplo). Por lo pronto los ensayos zarandean nuestra lógica binaria, además de poner en evidencia los roles subalternos que el patriarcado le impone a la mujer.

Por su parte, Bernarda es la patria consigue algo en principio inconcebible: conjugar el oscurantismo de La casa… con el sentido del humor y cierta nostalgia de quienes evocan recuerdos ambientados entre la última dictadura y la democracia alfonsinista. En este punto cobra especial relevancia la calidad del patchwork que Schipani confeccionó con el montajista Lautaro Colace.

La memoria, la necesidad de ejercitarla para cubrir los baches que dejan los historiadores oficiales, asoma en este tercer trabajo que el realizador y Carri llevaron adelante. Desde esta perspectiva, ambos parecen continuar por el sendero que empezaron a transitar juntos cuando produjeron la videoinstalación Operación Fracaso y el sonido recobrado y el largometraje Cuatreros.