La película arma su historia buscando discutir el binarismo de género a partir de La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca y recordando los movimientos culturales del underground de Buenos Aires durante los años ’80. Son dos películas que conviven en una con resultados dispares pero siempre interesantes. Da por sentado que todos los que ven el film conocen la historia de la comunidad gay y su relación con el movimiento paracultural del underground de hace cuarenta años, lo que por momentos lleva a que el espectador tenga más ganas de conocer ese pasado a discutir los elementos artísticos del presente.
Ver cómo ha cambiado el mundo en estas décadas es muy impactante, pero en la película eso no llega a verse. Lo deduce el espectador simplemente por vivir en el presente. Lo que parecía un quiebre (y lo era) cultural potente es mucho más fuerte que la obra que vemos armarse en el hoy, que justamente parece cualquier cosa menos algo novedoso. El pasado, esto dicho sin ironía, parece más revolucionario que el presente y por eso también resulta lo mejor de la película.