Ya sabemos, ya aprendimos que la venganza es el motor de muchas películas de acción made in Hollywood. Pero cuando el que quiere desquite, revancha, no es humano sino un animal, como en Bestia, no hay razón que entender.
La Bestia del título es un león, al que unos cazadores furtivos eliminaron a toda su manada. Y quienes tendrán la desgracia de encontrarse con él, sin comerla ni beberla, son Nate y sus dos hijas, una adolescente y la otra más pequeña. Los tres afroamericanos llegan hasta esa región de la selva africana tras la muerte de su exesposa y madre, respectivamente, para que las chicas conozcan la aldea original de la madre.
La película también tiene otro coprotagonista, al que llaman cariñosamente tío, pero que es blanco, se llama Martin y su apellido, traducido, es Batallas. Es un tipo que es un anticazador, que se preocupa porque las fieras vivan en su hábitat natural y está en contra de los comerciantes de animales.
El director islandés Baltasar Kormákur tiene quizá, no lo llamemos el aplomo o la prestancia, pero sí la habilidad de saltar de un género a otro. Ha dirigido Dos armas letales, con Denzel Washington y Mark Wahlberg, y también Everest, la que, con un elenco multitudinario de estrellas, encabezado por Jake Gyllenhaal, presentó en Venecia en 2015.
No tiene Bestia muchos rostros conocidos, más que los de Idris Elba (El Escuadrón Suicida, cuatro veces nominado al Emmy por Luther) y el sudafricano Sharlto Copley (Sector 9 y fue Murdock en la desquiciada Brigada A con Bradley Cooper y Liam Neeson). Y el del león, vaya uno a saber cuán digital es, la bestia del título, sediento, cómo no, de venganza.
Acabar con el bicharraco
Sin que nadie diga Tiburón, llega un momento en el que Bestia nos plantea lo mismo que la película de Steven Spielberg: al animal de dimensiones atípicas, cuando tanto el experimentado (el pescador, que era Robert Shaw) como el especialista (el ictiólogo, que interpretaba Richard Dreyfuss) fracasen, no queda otra que el hombre común (Roy Scheider) para acabar con el bicharraco.
Bueno, Nate (que interpreta el actor de Beasts of No Nation) no es taaaan común, porque es médico. Y bien que cose las heridas y salva de la muerte a unos cuantos personajes.
No, no a todos. A alguno le pide disculpas, le saca lo que necesita que tiene y lo deja a su merced.
A la merced de la bestia.
El guion es de lo más básico, y al espectador que esté más o menos atento y no somnoliento no le costará adivinar que cada cosa que suceda o se mencione (los leones que se cuidan a sí de otros ataques de animales; la presencia de otro cuidador; una escuela abandonada en medio de la nada) tienen su porqué y, llegado el caso, ayudarán a los protagonistas.
De lo que no ayudan es de salir de cierto aburrimiento, cuando no se pegan unos golpes de efecto, de un guion que plantea situaciones cuanto menos ridículas y de los consabidos enfrentamientos padre con hija adolescente rebelde y el posterior abrazo, cuando papá saca las papas del fuego.
Porque bien dicen que madre hay una sola, pero padre como el de Idris Elba, también.