La película de suspenso basada en el libro de Claudia Piñeiro, cuenta cómo dos periodistas y una escritora investigan un extraño suicidio en un country. Nuestro comentario.
La realidad y la ficción, los viejos y los nuevos valores (periodísticos y, por extensión, sociales), el galán maligno y el noble, el maestro y el discípulo, thriller y comedia: Betibú de Miguel Cohan se sirve de tales ejes en la adaptación de la novela de Claudia Piñeiro, aunque lo que la sostiene finalmente son los ribetes del guion y el trabajo actoral de Daniel Fanego.
Como un detective, mejor ir por partes: la historia transcurre en una Buenos Aires ficticia, donde el suicidio sospechoso del empresario Chazarreta en el country La Maravillosa une a un trío singular: Jaime Brena (Fanego), veterano periodista de El Tribuno; Mariano Saravia (Alberto Amman), joven periodista recién llegado al diario; y Nurit Iscar, alias Betibú (Mercedes Morán), ex novelista policial conocida como la "dama negra de la literatura argentina".
Y al principio todo apunta al fresco social cobijado tras la atmósfera de suspenso: Brena tiene como jefe al periodista-empresario de acento español Lorenzo Rinaldi (José Coronado), quien lo corre de su puesto de la sección policiales a la vez que hace ingresar al inexperto Saravia, un joven con masters en el exterior pero poca calle. "¿Llegaste sin gps?", le pregunta Brena a Saravia en el sombrío archivo de El Tribuno; el periodista ojeroso, barbudo y analógico revisa expedientes cenicientos, mientras que el joven más ingenuo y apolítico no sale de su Facebook.
A su vez, Betibú es enviada por el mismo Lorenzo a La Maravillosa para que escriba desde allí una columna sobre el caso Chazarreta; la escritora verá así confrontada su defensa de la calle y lo "público" con las caprichosas restricciones que defienden los guardias de la residencia privada.
Pero tales guiños sociológicos no son del todo digeridos por la narración, que avanza más a fuerza de golpes de efecto (tensos violines, sabuesos salvajes custodiando una entrada, muertes aquí y allá) que por impulso propio. La Maravillosa, un mundo que promete extrañeza y hasta rasgos fantásticos, es retratado pronto como un country más, afable, sencillo y cordial como la misma Betibú. Esa claridad casi televisiva representada por Morán atenta contra el relato, que persigue en esa cornisa entre intriga y picaresca (a lo Javier Rebollo) su propio tono, y que no siempre encuentra. Además, el trío protagonista, con un Fanego por lo demás sólido y creíble, no funciona del todo: Saravia/Amman es demasiado parco para despertar una relación alumno-maestro entrañable, a la vez que el romance entre Brena y Betibú (que apunta al triángulo amoroso, en tanto Lorenzo también acecha a la escritora) se percibe apresurado.
La resolución metapolicial le dará personalidad pos-créditos a Betibú, paradójicamente refutando todo lo anterior a manos de una visión conspirativa e híper pesimista de las cosas, que demuestra que los personajes eran marionetas indefensas antes que realistas agentes sociales.