Pequeñas delicias (y miserias) de la vida familiar
El puñado de películas que lleva dirigidas Judd Apatow hasta el momento (Virgen a los 40, Ligeramente embarazada, Hazmerreír y el estreno de esta semana, Bienvenido a los 40) alcanza, sin embargo, para cubrir un espectro bastante amplio de familias posibles: desde el solterón que se casaba tarde y por amor en Virgen a los 40 hasta el comediante solitario que interpretaba Adam Sandler en Hazmerrerír -y que miraba un poco de costado la familia que había podido construir su ex novia-, pasando por esa familia por accidente que cristalizaba en Ligeramente embarazada, las películas de Apatow son un pequeño prisma donde las relaciones familiares se refractan en distintas direcciones con algunas zonas de oscuridad, y otras de variados brillos.
Apatow no celebra las familias acríticamente sino que se les acerca con la fascinación y el espanto de un chico, encantado con las posibilidades de amor y diversión que ofrecen y siempre un poco preocupado por el lugar que puede ocupar el individuo dentro de una estructura mayor que lo aburre y contiene (sí, las dos cosas, porque la contradicción tiene lugar en el mundo del director).
Ligeramente embarazada hacía foco en el nacimiento de una familia como azar (y hasta error, por supuesto) devenido “eso que llaman vida”, y mantenía en segundo plano a esa otra familia interpretada por Pete (Paul Rudd), Debbie (Leslie Mann) y las hijas de la actriz con el propio Apatow (Maude y Iris, todavía nenitas y ya a sus anchas en eso de vivir como se hacen las películas), que funcionaba como una especie de proyección a futuro de la pareja protagónica y nueva, llena de posibilidades. Bienvenido a los 40 retoma a esa familia lateral y la convierte en protagonista para calar en un momento bien distinto, cuando las posibilidades ya se convirtieron en cosas realizadas y no queda otra que hacerse cargo de lo que no pudo ser y mirar con extrañeza lo que sí se hizo.
La película comienza con el cumpleaños número 40 de Debbie y la consecuente crisis que la lleva a querer arreglar lo que ya está arreglado, con cambios de hábitos superficiales, dietas que incluyen raros licuados verdes y un replanteo irritante y generalizado de una vida que al menos de afuera se ve bastante positiva. Si se lo piensa bien (y no se asusten por esto), en Bienvenido a los 40 no pasa nada y eso está perfecto, porque su tema de fondo es un poco más oscuro que el tono anecdótico con que se encaran los conflictos de “los 40” (visitas al ginecólogo y al proctólogo, salidas a un boliche como manotazo de ahogado, intentos de mejorar un poco el día a día con ejercicios y alimentación, que representan tal vez lo más trillado y el potencial talón de Aquiles de esta comedia), y es más que nada esa inquietud de no estar demasiado seguro de la vida que se está viviendo.
Así, mientras se muestran en tono de comedia ligera y casi costumbrista los conflictos menores de una familia que podría ser la de cualquiera, la película va punteando casi sin levantar la voz otra melodía mucho más melancólica y amarga, la de dos adultos que al final de una década -que todavía no se siente como el comienzo de una década nueva- se preguntan por, y se despiden de, las vidas múltiples que podían haber tenido, esas que se van muriendo a medida que la edad estrecha el rango de lo que todavía queda por hacer.
Pero Apatow no cae en el romanticismo demasiado idealista de plantear que la vida está hecha puramente de conflictos existenciales: por el contrario, el otro polo fuerte de Bienvenido a los 40 es la preocupación por la plata, para una pareja que se compró una casa demasiado cara con pileta y jardín extensísimo y que trata de sostener económicamente una vida en los suburbios cómoda y con dos autos -el dinero y la desconfianza que destila como un veneno en las relaciones más cercanas también están presentes, así como la paranoia de tener que irse a menos; la película no es ingenua en este punto, y en el mejor momento de improvisación cómica es Melissa McCarthy la que canta en voz alta que los protagonistas parecen una puta pareja de publicidad de banco.
Muy queribles a pesar de todo, como las cosas que se miran de cerca, los cuatro protagonistas de Bienvenido a los 40 (porque Maude y Iris Apatow se llevan algunos momentos brillantes, sobre todo el realismo y la naturalidad con que la más chiquita molesta a la hermana o se lamenta por las peleas familiares) son además el centro de una constelación de comediantes que abre la película hacia otras historias y situaciones deshilachadas, momentos de comic relief que son también versiones de un modo propio de experimentarlo todo. Que Apatow haya podido envolver todo esto, una vez más, en un humor tan original como cada comediante que se ponga en escena, habla más que bien de las muchas películas que hasta el momento pudo hacer filmando sólo cuatro.