Para quien escribe, la mención de un film sobre Woodstock dirigido por el hombre que pasó por todos los géneros haciendo las cosas bien, era suficiente garantía. En ese sentido, Taking Woodstock es todo eso y, además, aprovecha para ser una de las grandes películas que la cultura rock tiene para autocelebrarse.
El viejo Lee eligió contarnos una historia sobre el más grande recital de todos los tiempos pero dejando para el fuera de campo lo estrictamente musical. No hay concierto explícito en su film, apenas un lejano sonido de músicos en acción. El relato se centra en lo hecho por la cream del show, desde su parte empresarial hasta, y puntualmente, el joven que aquejado por las deudas familiares y su necesidad de producir un espacio para la cultura, ofrece los terrenos de su pueblo para que el show pueda continuar, o al menos dar inicio.
Tenemos aquí, además de un relato impecable, múltiples referencias a la cultura pop(ular) de los 60s, con el campo de batalla listo para el inevitable enfrentamiento entre sexo, droga, rock and roll y el combo tradición, familia, propiedad. Y por una vez, al menos allá lejos y hace tiempo, ganaron los buenos. Como ganó el tío Ang, con su mirada nacida en Oriente pero nativa por opción en tierras yanquis. El ojo avispado y la cabeza todo lo lúcida como para que la fiesta nos haga sentir, al menos durante dos horas, que las cosas pueden ser (o podrían haber sido) mucho mejores.