Woodstock sin Woodstock
Fiel a su trayectoria de los últimos quince años, Ang Lee presenta una nueva película que nada tiene que ver con su anterior realización. Director multifacético y multicultural, ha llevado a la pantalla grande clásicos de la literatura europea como Sensatez y sentimientos (Sense and Sensibility, 1995), personajes icónicos de la televisión norteamericana en Hulk (2003), sin dejar de lado una historia desafiante como Secreto en la montaña (Brokeback Mountain, 2005) que le valió el Oscar, a pesar de las controversias que generó. Ahora es el turno de una comedia, que para colmo es sobre hippies.
La trama del film se centra en la historia de Elliot Teichberg, que es básicamente un perdedor. Con una tendencia homosexual no admitida y una carrera de artista y decorador frustrada, la vida de este chico gira en torno del infortunado motel de sus padres, una judía rusa castradora y avara, y un techista que parece haber perdido las ganas de hablar luego de tantos años de matrimonio.
Éste es un film sobre todo lo que rodeó a Woodstock, y no sobre Woodstock. Si lo que el espectador espera es ver a Janis Joplin o a Joan Baez en el escenario, éste no es film indicado. Sí lo será en cambio, el documental Woodstock. 3 days of Peace & Music, estrenado en 1970.
Es este festival y son los hippies – con su música de amor y paz – los que van a provocar que la familia Teichberg salga de su letargo pueblerino y experimente otra vez la sensación de un porvenir provechoso. Por un lado, los organizadores de Woodstock les pagan una suma tan cuantiosa que no solo salva al motel sino que moviliza la economía del pueblo entero. Por otro lado, el contacto con tantas personas nuevas y diferentes, despierta en Elli las ganas de vivir su propia vida, ajena a las demandantes necesidades de su madre.
La historia se completa con un desfile de personajes y situaciones cómicas, que en general rematan la atmósfera de aquella década. Un veterano de Vietnam (que de veterano no tiene nada y es interpretado por Emile Hirsch) trastornado, una suerte de bufón malhablado que siempre empatiza con Elliot; un grupo de teatro que vive en el granero y que encuentra cualquier ocasión propicia para despojarse de sus vestiduras; un agente de seguridad travesti cuyos músculos son igualmente proporcionales a su dulzura; y finalmente la madre, con sus historias de exilio, sus ruleros, y una comicidad que podríamos llamar grotesca.
Otro personaje clave es el de Michael Lang, promotor original del festival de Woodstock interpretado aquí por Jonathan Groff. El atractivo de este “personaje” radica en la exacerbación de algunas de sus características. Mike es la personificación del hippismo y de un temperamento tranquilo. Es de hecho, irritante y sospechosamente pacífico. Es tal vez, la burla de Ang Lee a toda esa ingenuidad hippie que rodeó este tipo de conciertos. Después de todo, Mike esta tranquilo siempre y cuando esté el dinero.
Ang Lee cumple su cometido, si lo que le exigimos es una comedia entretenida y que nos despierte alguna que otra carcajada. Sin embargo, hay que valorar el trabajo meticuloso que realizó en la reconstrucción del festival. La atmósfera de Woodstock está realmente presente: cientos de extras caracterizados como auténticos hippies del año 1969 y un trabajo de restauración histórica dirigido por David Silver, nos sitúan en el corazón del evento. Aún así, Elliot, y nosotros a través de él, no llegamos nunca a disfrutar de la música.