El cine argentino de este tiempo está ocupado más en registrar que en relatar. O sea por carácter transitivo, y el espectador es quien debe “hacer la película que le venga en gana” en lugar de construir la historia desde el guión, crear un personaje desde la imaginación del realizador en cuestión, y justificar las acciones usando el sentido común. La aparición de pequeños proyectos como “Bienvenido León de Francia”, con sus limitaciones, trata de narrar una historia. Simplemente eso. Tan viejo como el cine mismo.
Néstor Zapata siente un cariño especial por las viejas compañías de teatro que, luego de cautivar a la audiencia radiofónica, salían en gira por los pueblos del país para hacer presentaciones a salas repletas. Esas giras, sus conflictos internos, el contexto histórico-político, son los pilares sobre los cuales se apoya un relato que tiene como protagonista a León (Raúl Calandra), el líder de la Compañía Carlos Mendizábal quién, junto a sus compañeros de elenco, sale de gira promocionando el radioteatro “El León de Francia”. Un espadachín con una impronta exagerada (para nuestros días) y naif de Errol Flynn cruzado con la serie El Zorro.
Tanta popularidad como defensor de pobres y desamparados en la ficción lo convierte en un referente popular que, a su vez, se ve en problemas con los digitadores de la Revolución Libertadora de 1955 que entienden a León como una luz de esperanza. Una fuente de inspiración poco aconsejable para sus nefastos planes. En este escenario ocurre una narración entretenida y nostálgica.
Probablemente la sinceridad con el producto que el director rosarino tiene en sus manos sea el vehículo principal para contar un cuento.
A priori se podría decir que la falta de recursos económicos juega a favor para salirse de la estética nostálgico-épica que siempre es difícil de manejar. Por el contrario, el recurso de planos cortos, actuaciones deliberadamente teatrales y cierta decadencia impregnada en los textos, le da a “Bienvenido León de Francia” un registro lejanamente emparentado con el cine de Leonardo Favio, o más acá en el tiempo con el de Néstor Montalbano. Parece inevitable, entonces, algunos detalles técnicos como algún defasaje en el sonido o la fotografía a la hora de “empatar” exteriores con interiores en las post-producción. Por otro lado, la utilización de material de archivo para contextualizar la época no siempre juega a favor. El bombardeo en Plaza de Mayo ya está absolutamente agotado cinematográficamente y perdió toda su fuerza. Hay que pensar en otro recurso.
La conservación de casi todo el elenco original de la obra de teatro en la que está basada, ayuda a la química necesaria para construirle un universo creíble más allá del mensaje de amor a Rosario al incluir a Darío Grandinetti, Luis Machín, Lito Nebbia, y Jorge Canepa en la música, etc.
Un sentido homenaje a una época, al teatro, a la radio y al cine, es el deseo intrínseco de ésta obra que llega a buen puerto por todo su trabajo previo y por la idea clara de querer contar una historia. El espectador, agradecido.