VADE RETRO
Puede parecer poco gratificante como resultado final pero una película como Bienvenidos al infierno, con sus subas y bajas en la captación de climas y en la reiteración de tips genéricos acaso se convierta, con el paso del tiempo, en un antes y un después dentro del terror vernáculo.
Se parte de una premisa poco original pero que a medida que se desarrolla el relato interesa cada vez menos: el embarazo de una chica, el supuesto padre de la criatura, el personaje de El Monje (junto a su grupo de música heavy metal o como se quiera denominar), cancerbero de cultos satánicos y rituales varios, y la explosión – en la última media hora – de una estética slasher explícita (bah, eso es el slasher…) que no deja lugar a ocultamientos o búsqueda del fuera de campo. Con esas zonas argumentales, la directora Jimena Monteoliva (Toda la noche; Clementina; Matar al dragón) construye una película más dentro del género; sin embargo, un par de variables la distinguen de otras producciones ad hoc que terminan convirtiéndose en una fiesta de egresados de tinte amateur.
Ocurre que los mejores momentos de Bienvenidos al infierno transcurren en un paisaje primitivo, temible, acondicionado al género, pero donde la sutileza le gana espacio a la exhibición de sangre, truculencias varias y a esa estética demostrativa que caracteriza al slasher. En esa cabaña-casucha con-viven la joven (Costanza Cardilla) y su embarazo y su abuela muda (excelente Marta Lubos). En esa particular confianza de una con la otra se anuncia aquello que está por venir: la resistencia de dos mujeres frente a la invasión de un grupo fanático de rituales demoníacos. En la particular forma de comunicarse entre ambas y en la utilización de ese espacio como lugar de oposición y contraste frente a los otros (los hombres), la película de Monteliva se ubica en la periferia del género, en una zona intangible donde se propone renovar ciertos códigos y marcas ya estereotipadas en docenas de títulos.
Esa amistad de nieta y abuela (¿custodias del bien o del mal?) deja aflorar otra lectura plausible dentro de la trama: una mirada feminista sobre el asunto, sin discurso estentóreo, donde la mujer ocupa el centro de la acción no como víctima sino desde dos cuerpos, ¿o tal vez… tres?, dispuestos a todo, a ubicarse en un lugar donde el hombre es rechazado, en este caso, por su adoración a Satanás.
En esa disyuntiva por elevar el nivel de una película de género más allá de sus constantes y claves, Bienvenidos al infierno flaquea en la construcción del mundo masculino a través de El Monje junto a su cortejo-banda musical: un grupo de personajes que parecen salidos de torpes parodias de Kiss, Alice Cooper y Ozzy Osbourne.
Y es una pena porque en el vínculo entre las dos mujeres la película logra inusitados momentos de placer e interés al alejarse del terror más obvio y convencional.