Linkeando cuestiones de violencia contra la mujer con el heavy metal, el terror y los rituales satánicos, la directora de género Jimena Monteoliva (Clementina, Matar al dragón) y sus colaboradores, entre los que figuran nombres de peso para el terror y el cine de género nacional (Nicanor Loreti, Demián Rugna) pusieron en marcha esta historia que homenajea el exploitation y no se anda con chiquitas.
Lucía es una chica con un embarazo avanzado que vive en una especie de cabaña perdida junto a una extraña abuela muda. Con fuerte maquillaje, fumando y tomando birra, a pesar de su estado, intenta recuperarse de una experiencia traumática, que conocemos en la primera escena, pues los recuerdos de su ex violento, devenido líder de una secta, no la dejan en paz.
Entre ese presente no del todo apacible y ese pasado reciente que acaso acecha va y viene la primera parte de Bienvenidos al infierno, aunque a veces resulta un poco confuso el ida y vuelta en esos tiempos. Pero si pueden encontrarse otros defectos, en la creación de climas o, a veces, de puesta, hay un atrevimiento y un riesgo para aplaudir.
Una heroína distinta, con aspecto rolinga, fuera de todo cliché; el mal como grupo metalero y el coraje de ir a fondo en algunas escenas que llaman la atención por su crudeza e intensidad. Cuando la amenaza se convierte en acción, en la segunda parte del film escrito por Camilo de Cabo, Loreti y Monteoliva, Bienvenidos gana en suspenso hasta un desenlace sorpresa. Demostrando que hay capacidad para filmar persecuciones, violencia y gore y, en primera instancia, mucha cinefilia (Mandy, aquella otra pesadilla, con Nicolas Cage, viene a la cabeza) y amor por el género.