Previsible mirada al éxito
Dos décadas después de Ed Wood, Tim Burton se reunió con los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski para otra biopic cuyos temas principales son esencialmente los mismos: la pasión, la convicción y la originalidad del creador frente a la mentira, la hipocresía y el desprecio dentro del ambiente artístico. Claro que el protagonista ya no es un director tan entusiasta como artesanal y patético, sino la artista plástica Margaret Keane y sus pinturas de los ojos grandes a los que alude el título en inglés.
Amy Adams interpreta a una mujer que, tras un fallido matrimonio, llega con su hija a San Francisco en los años 50 (mala época para una madre soltera). Tras múltiples e infructuosos intentos por conseguir trabajo, conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), un hombre seductor y de apariencia encantadora con enorme habilidad para las relaciones públicas, pero que, en verdad, es un mentiroso compulsivo y un experto en el engaño.
Margaret y Walter no tardan en casarse y, mientras ella empieza a concebir cuadros cada vez más notables, él se dedica a comercializarlos. El problema es que -en principio sin decírselo- se hace pasar por el autor de las obras. Cuando el éxito crítico y comercial llega en forma de aluvión, ya es demasiado tarde: él se convierte en una celebridad, y ella, en la sufrida proveedora de pinturas que realiza siempre encerrada en la casa.
Big Eyes, que en principio pendula entre la comedia negra y el drama romántico, tiene una segunda parte ambientada en los años 60 más ligada al thriller judicial con una clara (aunque algo obvia) mirada feminista. Si bien queda claro que tanto Burton como sus dos coguionistas (que ya habían escrito otras biopics como Larry Flint y El mundo de Andy) simpatizan con la figura de Margaret, la película se torna demasiado superficial, manipuladora y previsible.
Otro de los problemas del film tiene que ver con la disparidad de los registros interpretativos. Mientras Amy Adams está impecable, siempre medida y convincente en su papel, lo de Christoph Waltz, en cambio, pasa por una composición exagerada. Aunque el actor austríaco consigue algunos logrados momentos humorísticos, está demasiado cerca del unipersonal ampuloso y acaparador en el estilo de los últimos trabajos de Johnny Depp para el director.
Con respecto a Burton, más allá de que evidentemente incursiona en uno de sus temas favoritos y de que vuelve a hacer gala de su proverbial capacidad para la narración y el despliegue visual, sigue lejos de sus mejores trabajos. Tironeado entre una veta más autoral y los encargos de la industria, se trata de un brillante director en medio de una encrucijada artística. Ojalá tome los caminos correctos. Talento no le falta.