Aquellos ojos negros
Filmada en locaciones que recrean de manera hiperrealista a la California de los años ’50 y ’60, con actuaciones más cercanas a la parodia que al drama, esta adaptación de un caso real (una tesitura que se ha impuesto más que nunca en Hollywood) conserva la impronta de Tim Burton al tiempo que lo aleja de sus tradicionales fantasías. Big Eyes - Retratos de una mentira cuenta la vida de Margaret Keane, la autora de esos huérfanos de enormes ojos que empezaron como cuadros y devinieron luego una línea fordista de posters y merchandising, cuyo crédito fue apropiado durante años por el marido de la artista, Walter Keane.
Big Eyes arranca con un elogioso epígrafe de Andy Warhol a la artista y resulta obvio que la estética de Keane fue adoptada por el mismo Burton (hay que recordar, sin ir más lejos, el abuso de resaltadores de ojos en su ex esposa y musa Helena Bonham-Carter, que también devino una marca artística). Pero lo interesante es cómo tanto este film como Ed Wood, por razones de empatía artística, resultan trabajos singulares para el director. Lejos está la película de rozar el delirio burtoniano que brotó pleno a inicios de los ’90, escarbando vida y obra de autor de Plan 9 From Outer Space, pero se huele la misma intención y la finalidad demuestra, siquiera tímidamente, el deseo de bucear otros caminos. La historia contribuye al interés del film. Sin recurrir al sentimentalismo feminista, hasta último minuto Burton deja al espectador indignado, anhelando que Margaret se libere y confiese que es víctima y partícipe de un plan maquiavélico, que los niños desangelados de ojos grandes son creación suya y que su marido no sabe cómo agarrar un pincel. Saliendo de su fórmula, el creador de Beetlejuice logró su primer largometraje atractivo en años. Cuesta creer que sea un nuevo inicio, pero ojalá así sea.