En algún momento de su reciente carrera, Tim Burton se perdió en ese mundo psicodélico y torcido en el que vive. Por cada pequeña joya como Frankenweenie, tuvimos que aguantar las pesadas y fláccidas Dark Shadows y Alice in Wonderland, y ya su relación casi sexual con su actor fetiche Johnny Depp se ha vuelto motivo para revolear los ojos en desdén. Para volver a sus raíces, Burton necesitaba un relato interesante, centrado, y ahí es donde entra Big Eyes, basado en una historia real muy humana y con grandes protagonistas que, por una vez en la vida, se agradece que no sean el Depp y Helena Bonham Carter.
Trabajando por primera vez -y esperemos, no sea la última- Amy Adams encarna a la tímida artista Margaret, quien al escapar de un matrimonio fallido cae en las fauces del encantador pero traicionero Walter Keane, del deliciosamente malvado Christoph Waltz, quien la empuja a una vida de engaños al verse forzada a mentir con tal de que su arte se vea en casi todos los hogares. Margaret le dice en algún momento de la película a su mejor amiga que no es ingenua, pero es precisamente esa ingenuidad la que la hace caer en las pequeñas mentiras de Walter, que irán creciendo poco a poco hasta conformar el fenómeno de los ojos grandes que fue furor en los '60. Burton no tiene que enroscarse mucho con la historia y se agradece que elija aumentarla con esos pequeños detalles que tan bien le funcionaron en el pasado: una tranquila banda sonora compuesta por Danny Elfman, la fotografía luminosa y llena de colores de Bruno Delbonnel, y esos diminutos toques extravagantes que no ahogan, sino que ayudan a expresar las emociones de la protagonista y el encierro en el que vivió durante toda su vida.
En la historia de Scott Alexander y Larry Karaszewski no se busca juzgar las decisiones de Margaret, sino realzar la vida sofocante de ser la persona más callada del matrimonio. Esta idea es ayudada gracias a la interpretación de Adams, de una sencillez apabullante. Amy ya ha demostrado antes sus credenciales y sorprende una vez más en la creación de un personaje sentido y muy humano. Uno con emociones a flor de piel y una ingenuidad tan grande como los ojos de sus pinturas, una ingenuidad que irá desapareciendo poco a poco a medida que encuentre las fuerzas para ir batallando al monstruo de su marido, que ha ido alimentando ella misma con los años. Waltz está en su salsa como el timador que aún con el agua al cuello encuentra motivos para seguir mintiendo, incluso cuando queda en ridículo constantemente con la sucesión de eventos presentes.
Big Eyes nunca llega a ser una comedia, pero tampoco tiene pinceladas gruesas de drama. Es un territorio francamente poco explorado por el director, pero que le funciona de maravillas para contar una historia increíble pero muy cierta. Después de algunos desaciertos con aventuras pasadas de locura, es una bocanada de aire fresco que Burton se haya enfocado en algo de un calibre tan comedido y agradable.