Callen a Waltz
Es redundante ponerse a destacar las características personalísimas del cine de Tim Burton. Hablar de la puesta en escena y de su estética, o de su manía por trabajar con intérpretes con claros trastornos psicológicos como su ex Helena Bonham Carter o Johnny Deep, es seguir puliendo en una superficie que no tiene más brillo para mostrar, cosa que suele suceder con los artistas cuyo estilo es groseramente identificable. Además, es de esos realizadores que, como Woody Allen o Stanley Kubrick, generan un público acérrimo que los defiende a capa y espada a pesar de sus evidentes traspiés: nada podemos hacer con esa gente que aprendió cómo se debe lucir cuando se está triste gracias a El joven manos de tijera. Pero el bueno de Tim es un cineasta de péndulo que oscila entre por ejemplo esa horrible versión de El planeta de los simios, y esa pequeña obra maestra que es Frankenweenie. Y también hace productos sin alma como Alicia en el País de las Maravillas y el biopic que venimos a reseñar, Big eyes, que tiene el desganado agregado en español de retratos de una mentira.
Burton y los guionistas de Ed Wood, Scott Alexander y Larry Karaszweski, se proponen contarnos la vida de Margaret Keane, artista plástica norteamericana que, al igual que nuestro querido director, tiene un estilo groseramente identificable. En rigor, hace retratos de niños con ojos desproporcionadamente grandes (de ahí el título de la película) que por alguna razón fueron un éxito incalculable en el mundo del arte a principio de los sesenta. El tono caricaturesco que tan bien funciona en Ed Wood, en Big eyes – Retratos de una mentira se torna confuso. Burton merodea entre la comedia y la exageración del drama como si no terminara de dar en la tecla justa. Mientras tanto, la voz en off edulcorada del periodista interpretado por Danny Huston resta, o suma ceros al total de un film que va perdiendo gracia a medida que se acomoda en su duración.
Tampoco ayuda que la trama vaya acumulando personajes unidimensionales y de cartón. Además de la correcta Margaret de Amy Adams y del estereotipo de mujer liberal de los 60 interpretado por Krysten Ritter (el elenco abunda en mujeres de previsibles ojos grandes), podemos sumarle las dos versiones de la hija de Margaret, Jane: una más joven y cínica, y otra más grande y demasiado naif. Pero detengámonos en el personaje más insoportable y peor actuado del film, que es el Walter Keane de Christoph Waltz. Sí, lo sé, cinco minutos de Waltz en Bastardos sin gloria justifican una vida. Sin embargo, no podemos negar cierta tendencia del austríaco a la intensidad injustificada. En Big eyes – Retratos de una mentira está tan insufrible que parece que alguien le hubiera robado el psicofármaco que Tarantino le administra tan bien. Lamentablemente, siempre está uno o dos escalones más intenso de lo que requiere la escena y la película en general.
Por detrás aparece un discurso feminista de escuela secundaria que sólo se sustenta en que sentimos empatía con el personaje femenino porque el masculino es la representación de todos los males. Eso que en Mad men se nos muestra tan bien, aquí aparece como bandera obligatoria de una historia que en realidad se reduce a un par de malentendidos y a una baja autoestima. Burton, succionador de almas y capturador de esencias, esperemos que te quede algo por filmar que sea mejor que esto.