Color escondido
El cine biográfico se ha convertido en un fenómeno sin precedentes en la actualidad. Tal vez inspirado en las muchas biografías que han sido éxito editorial, muchos cineastas, como Tim Burton ahora en Big Eyes, se han volcado a este género. La taquilla a veces las favorece y mucho, pero el verdadero suceso de los films biográficos son los premios o las nominaciones a dichos premios. En un año donde la Academia que entrega los Oscars ha entregado un cincuenta por ciento de nominaciones a mejor película a films que cuentan vidas de personajes conocidos o hechos históricos, no es raro que sigamos viendo esta clase de títulos por lo menos una década más. Los géneros no son ni buenos ni malos, sin embargo de todos los géneros, el biopic es uno de los que con mayor facilidad cae en la chatura y la mediocridad. Claro que no son lo mismo obras maestras como Lincoln o American Sniper que films terribles como Ray o La dama de hierro.
Burton eligió contar, dentro del género, la historia de un artista, o mejor dicho, de dos artistas. La biografía del artista es también un problema para el cine. Pero por suerte, y contra la mayoría de los ejemplos recientes, Tim Burton sabe que tiene delante de él una historia diferente, algo que no trata de captar la creación artística, sino describir la relación insólita entre una artista talentosa y su marido, un artista solo del engaño y la mentira. Pero artista al fin, podríamos decir. El matrimonio Keane, integrado por Walter y Margaret, protagonizó una de las historias más insólitas y sorprendentes del mundo del arte contemporáneo. En la década del 60 los cuadros de Margaret estabas destinados a ser un éxito descomunal. Más allá de su mérito artístico, su popularidad fue arrasadora. La película cuenta la historia increíble detrás: ninguno de esos cuadros estaba firmado por ella, todos llevaron la firma de su marido, Walter.
Se podría pensar que si las mujeres, aun en la actualidad, no usaran el apellido, el malentendido luego convertido en engaño de Keane, no habría prosperado con tanta facilidad. Pero a la vez Tim Burton hace una reflexión sobre el arte. Walter no creo ninguno de esos cuadros, pero sabe venderlos. Sabe comercializar a niveles nunca antes visto. Revolucionó las ventas, afectando a la historia del arte, a pesar de no poseer talento artístico alguno. La historia de Walter y Margaret es apasionante, pero sin duda hay algo más ahí. No solo hay que ser, hay que parecer. Y a Tim Burton parece interesarle el tema.
Los últimos años de las carrera del director de El joven manos de tijera y Ed Wood han sido menos interesantes que el resto de su carrera y esta película es muchas cosas pero no es definitivamente un film muy personal. Aun así, y justamente por no serlo, es que Big Eyes es una buena oportunidad para Burton de hacer un film pequeño pero efectivo. Burton combina aquí la culpa del artista reconocido cuya obra se inspira en otros -como es el caso de Burton y todo su imaginario- con la figura solitaria y aislada propia de todo su cine. Burton está en Walter y está en Margaret. Walter es el Burton famoso, cuyo merchandising es exitoso y cuyo universo es muy fácil de reconocer film tras film en toda su obra. Margaret es ese talento tímido, retraído, solitario, obsesionado con sus temas, leal a sí misma. Tal vez Big Eyes sea el regreso de Tim Burton a su cine más personal, esperemos que así sea.