Bill Evans fue uno de los más grandes pianistas de toda la historia. Un músico blanco, encorvado y retraído. Pareciera su descripción volverlo ajeno al mundo del jazz. ¿Un profesor de Harvard camina las calles del Harlem? Sin embargo, Evans llamó la atención de inmediato en la década del ‘50 y se convirtió en excelso pianista del género, cambiando por siempre la concepción de dicho abordaje musical, dominado, segmentado y patentado por afroamericanos. Objetos de frecuentes retratos cinematográficos, como en el documental «Bill Evans: Time Remembered» (2015, Bruce Spiegel), su figura se vuelve relevante en la cartelera cinematográfica local.
Filmada durante la pandemia, en Exaltación de la Cruz, la crónica reproduce lo acontecido hace más de cuarenta años. Corre el año 1979 y Bill visita Argentina por segunda vez, poco tiempo antes de su muerte (fallecería meses más tarde, a sus prematuros 51 años). Lo había hecho en 1972, de cuyo paso se guarda registro discográfico: “Bill Evans Trío. Vol 1” (1973) recoge su histórica presentación debut en Buenos Aires. La aventura se pone en marcha cuando Evans, dos de sus músicos y su manager parten en auto rumbo al concierto a celebrarse durante el concurso de “Miss Invierno 1979”, que tomará lugar en la localidad de San Nicolás.
Mariano Galperín, director de “1000 Boomerangs”, sabe como mixturar el atractivo sabor de lo mágico y de lo real, confluyendo en una fábula del estilo de “Bill 79”. La música nutre permanentemente el universo creativo del director, y es así como se dispone a convertir lo mítico en auténtico. ¿Bill Evans realmente tocó allí? Galperín nos sitúa en la época gracias a una preciosa recreación. Diego Gentle (en la piel del músico), Maria Bellati y Walter Jacob son los principales intérpretes dispuestos a otorgar vida a esta singular crónica sobre una icónica figura de la historia del jazz. Con gran acierto, la película recurre al doblaje del inglés con actores norteamericanos. Además, el director convoca a Diego Tuñon de Babasónicos, quien realiza la música del film.
Lo acertado de su abordaje excede el nicho del género, no se trata de una obra pensada en exclusivo para exquisitos paladares de oyentes de jazz. Aunque sí para melómanos. Contemplaos el retrato de un eximio prodigio que en nuestras tierras maravilló a Luis Alberto Spinetta. Podríamos contar parte de la vida de Evans a través de noches de excesos por doquier: sus años de intensa adicción acabarían pasando factura, más pronto que tarde. Trasnochadas de ácido, whisky y empanadas sazonan la penúltima locura de Evans. Las jornadas transcurren, entre preparativos del concierto e intercambio con los incrédulos lugareños. ¿El legendario jazzman está en el pueblo? Lo que está de moda suena en la radio: acá se curte “La Biblia” de Vox Dei y Moris. Los militares pueblan las calles, la amenaza está latente. Se viven tiempos oscuros. Evans sabe que es una buena noche para estar en New Orleans, pero en Buenos Aires dan boxeo en la TV en blanco y negro. Pelean Rossman y Galíndez. ¿Por cuál de los dos brindar?
Promediando el film suena una canción. <<¿De qué sirve escaparse de uno mismo?>> anuncia su estribillo. Evans es un ser atormentado. Los suicidios de su hermano mayor y su ex mujer aun calan hondo en el ánimo del pianista. Una veta poética y reflexiva parece tomar por completo su ánimo, y la película saca gran provecho de ello. Hay algo en el aire, son los sonidos colisionando…Suenan más melodías sobre el pentagrama y caminan, una al lado de la otra, la verdad y la belleza. El músico de oído absoluto podría captarlo a la perfección, pero se pregunta qué vale la pena a estas alturas. La partitura quebró. ¿Olvidarse el resto es la clave para existir? Galperín pergeñó una interesantísima película