The winners are… las biopics y la autocelebración
Aunque diferentes, Birdman (o La inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu, y Whiplash: Música y obsesión, de Damien Chazelle, son películas sobre temas caros para los estadounidenses: la búsqueda del éxito y la competencia en los ámbitos del arte y el espectáculo. La tragicomedia filmada por el mexicano Iñárritu con elenco estadounidense sigue de cerca los miedos y contradicciones de un actor (Michael Keaton, siempre querible perdedor) que busca redimirse con una obra teatral. Las dudas entre el mainstream y el prestigio, la desconfianza entre colegas, el ego, la dependencia de las reacciones del público y de la crítica, son volcados en una película algo histérica, de un virtuosismo formal no siempre justificado, pero de todos modos graciosa, con ese clima de nerviosismo e inseguridad emocional propio del medio y alguna secuencia muy bien resuelta, como la del protagonista saliendo forzosamente a la calle tras un incidente durante la representación de la obra. Su escasa sutileza y unos toques fantásticos que la acercan al pastiche se compensan con la energía de sus actores y su buena música.
Seguro ganador del Oscar, el film de Iñárritu es de esos productos que Hollywood adora por considerarlos adultos y divertidos, audaces y populares al mismo tiempo. Whiplash, en cambio, es más modesto y embarazoso: acompañando a un joven empecinado en tomar clases con un profesor-tirano para alcanzar excelencia como músico, el film lleva al espectador a sentimientos encontrados, poniendo en discusión la excesiva importancia que suelen darle muchos artistas a la superación profesional y la influencia que pueden tener ciertos maestros. Si comienza como El diablo viste a la moda (2006, David Frankel) en el mundo del jazz, luego va enrareciéndose y cambia dos o tres veces de rumbo, tensionando y estimulando el debate. Es cierto que el guión tiene algunas trampas (que el pibe se quede dormido en una instancia inicial, que la chica le diga seriamente que no para confesarle al instante que era una broma) y que la relación profesor-alumno orilla lo masoquista, pero también hay en Whiplash escenas hábilmente resueltas (como la del accidente), una buena actuación de Miles Teller (J.K.Simmons, en cambio, nunca parece confiable) y un final que evita la manipulación emocional. Recuerda, claro, el juego de dominador-dominado de Foxcatcher, con la diferencia de que quien allá tiene el dinero aquí es dueño del saber, y que el as guardado bajo la manga para el desenlace deja, en este caso, al espectador más pensativo que angustiado.