Disquisiciones sobre el oficio del artista.
El film de González Iñarritu, uno de los grandes candidatos a los premios Oscar, vuelve sobre el débil debate entre el supuesto prestigio del actor de teatro por sobre el de cine. Michael Keaton, sobresale con su protagónico.
Sed Riggan es un actor veterano que bastantes años atrás fue célebre por interpretar en el cine a Birdman, un superhéroe que alcanzó una notable popularidad. Un par de décadas después, el protagonista intenta montar en Broadway De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, una obra seria que se supone que lo volverá a poner en carrera, pero sobre todo, le dará el prestigio que nunca alcanzó cuando fue parte de la aceitada maquinaria de Hollywood.
Durante mucho tiempo hubo un malentendido sobre el prestigio del actor que sólo hacía teatro vs. la falta de preparación y la liviandad del que trabajaba en cine. Sobre ese falso debate del que todavía algunos participan, se asienta Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) para hablar de los demonios de un artista y la desesperada búsqueda del respeto de sus pares.
El director mexicano Alejandro González Iñárritu, alejado de las estructuras narrativas cruzadas que caracterizó su trabajo en conjunto con Guillermo Arriaga con el que realizó Babel, 21 gramos y Amores perros, apuesta por un relato lineal –con la colaboración en el guión de los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo– pero complejo, donde se expone el caótico proceso de la obra de teatro en etapa de ensayo, con el egocéntrico Edward Norton que se parodia de manera despiadada, Naomi Watts como el vértice de un triángulo más o menos amoroso entre artistas, Zach Galifianakis como el productor que debe lidiar tanto con la locura del protagonista como con los números que no cierran y la asistente de Riggan, su hija, que acaba de salir de rehabilitación y reclama a un padre ausente. Y en el otro plano está Birdman, personaje ficticio que funciona como la conciencia del actor y le recuerda todo el tiempo que está metido en un lío tan grande como el ego que lo impulsó a jugar en una liga que no le pertenece.
Rodada íntegramente en un plano secuencia –como el Arca rusa de Alexander Sokurov, como el comercial de una popular cerveza que actualmente se ve en la televisión–, un recurso arriesgado que demuestra su acierto al crear una tensión extraordinaria para reflejar los estados alterados del protagonista marcado por el sonido de una incisiva batería que recuerda a la alienación de Barry en Embriagado de amor e interpretado de manera tan desaforada como brillante por Michael Keaton, en un protagónico que lo ubica con justicia en la terna como mejor actor en la próxima entrega de los Oscar, en donde Birdman también competirá por la estatuilla a la mejor película.