Mi problema principal con las películas de Alejandro González Iñárritu siempre (o en la mayoría de los casos) termina siendo el mismo: no logró descifrar que me quiere decir al final, sobre todo, porque sus puntos de vista no son del todo claros. Al igual que “Babel” (2006), “Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia)” (Birdman: or The Unexpected Virtue of Ignorance, 2014) tampoco se la juega para revelar sus verdaderas intenciones que, en realidad, son las de su director y las de sus guionistas, entre los que se encuentran dos argentinos.
Cualquier forma de arte es subjetiva y el cine no es la excepción. Es imposible tratar de entender que pasa por la cabeza de un artista a la hora de generar una obra y es por eso que cada uno puede tener su propia interpretación. Pero el mensaje no puede ser contradictorio y es ahí donde reside el problema principal de esta fantasía casi onírica que nos propone el director y guionista mexicano.
“Birdman” es una fábula donde la realidad y la fantasía del protagonista se entremezclan en un drama que intenta colar algunos pasos de comedia que van desde erecciones en público y referencias hollywoodenses tan actuales que, por ejemplo, mi mamá o mi abuela, jamás entenderían. Es una película “moderna” con un protagonista que no lo es, un tipo de otra época que rechaza las redes sociales, pero al mismo tiempo se niega a vivir en un pasado donde su popularidad encabezaba los titulares.
Riggan Thomson (Michael Keaton) se hizo famoso interpretando a un icónico superhéroe, Birdman. Tras haber rechazado la cuarta entrega de sus aventuras cinematográficas el tipo cayó en el olvido y ahora quiere demostrar que es mucho más que un papel comiquero y prepara su debut en Broadway como director y actor de una adaptación de “What We Talk About When We Talk About Love” de Raymond Carver. Riggan tiene sus razones personales que lo vinculan con este material en particular, pero el ámbito teatral no es amable con la farándula que llega a sus salas para demostrar que saben y pueden actuar.
A pocos días del estreno el caos se desata a su alrededor causando un sinfín de problemas: uno de los actores principales (uno muy malo, por cierto) sufre un accidente y es reemplazado a último momento por Mike (Edward Norton), un tipo entregado a su arte al cien por ciento cuyo ego sólo se compara a su gran talento. Sam (Emma Stone), la hija rebelde que no tuvo la suficiente atención de su padre y termina convertida en su asistente tras haber abandonado un centro de rehabilitación, los problemas financieros que exceden la venta de entradas, el terror de recibir las peores críticas por parte de la más prestigiosa periodista (Lindsay Duncan) y la sombra de Birdman que (literalmente) lo sigue a todas partes.
En medio de tanto problema surgen las dudas, sobre su carrera, su matrimonio fallido, las culpas por haber sido un padre ausente, su verdadero talento y su vida en general, tan ligada a un personaje que lo hacía sentir liberado y ahora lo oprime hasta cortarle la respiración.
Las comparaciones entre Thomson y Keaton no se pueden obviar, pero tampoco es un casting azaroso. El ex Caballero Oscuro busca una segunda oportunidad y se pone en la piel de esta estrella que alguna vez supo ser, un poco renegando de su pasado y de aquello que lo hizo tan popular. Keaton es el protagonista absoluto y los demás sólo pululan a su alrededor dándole el pie. Imposible justificar las nominación al Oscar de Edward Norton y mucho menos la de Emma Stone, que sólo despotrica en un par de escenas y muestras sus ojos, tan creepys, como personaje de animé.
Zach Galifianakis, Naomi Watts y Amy Ryan completan el elenco de esta película que aspira a nueve estatuillas doradas, incluyendo las categorías principales y algunos premios técnicos como la maravillosa dirección de fotografía de Emmanuel Lubezki que logra convencernos de que “Birdman” está filmada en una larguísima y única toma que, en realidad, no es más que una sucesión de planos secuencias unidos de forma muy disimulada. Nada muy diferente a lo que hizo Alfred Hitchcock con “La Soga” (Rope) en 1948.
“Birman” es una película que hay que ver, más que nada, por sus formas “innovadoras”, pero tanta técnica no permite una completa conexión con la historia ni con el protagonista (ni hablar de una banda sonora que termina por resultar bastante molesta) cuyo drama se diluye en una fantasía inconclusa.
Pero su problema principal es que no decide, se supone que es una crítica, pero no termina de definir quien es su verdadero objetivo: el vacío sistema hollywoodense que genera blockbusters, pero no puede crear arte (del que Iñárritu forma parte, aunque reniegue). El snobismo de las tablas, sus representantes y sus críticos que creen tener la razón absoluta sobre las correctas formas estéticas. Ambas cosas o ninguna. ¿Es una crítica a la crítica? No queda claro y enseguida nos viene a la mente “Chef: La Receta de la Felicidad” (Chef, 2014) que lidia con los mismos temas, pero en otro ámbito y de forma más sencilla, y por supuesto “Ratatouille” (2007) y el monólogo de Anton Ego, una joyita indiscutida.