El desprecio
En una escena poco después del comienzo de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) en la que vemos una ronda de prensa, un periodista “intelectual” -caracterizado como la idea que un niño de 12 años tendría sobre “un intelectual”- menciona a Roland Barthes en una pregunta dirigida a Riggan Thomson (Michael Keaton). Una periodista de espectáculos que también está presente en la rueda de prensa pregunta quién es Roland Barthes y si actuó en alguna de las tres películas de la saga Birdman que Thomson protagonizó veinte años atrás.
Este es sólo un ejemplo entre tantos que muestran a las claras lo canallesco de Iñárritu y sus guionistas: crean un personaje con el sólo objetivo de ridiculizarlo; de ponerse por encima de él y hacerlo objeto de escarnio por representar una supuesta “baja cultura”. Porque esta gente -Iñárritu y secuaces- todavía cree en esa imbecilidad que es la supuesta existencia de una “Cultura Alta” y una “cultura baja”, y extienden esa diferenciación a toda la película desde un lugar que ellos suponen elevado pero que en ningún momento deja de ser de una elementalidad bastante alarmante. Iñárritu es tan creído de sí mismo que hasta se atreve a remarcarnos que su película es una obra de arte mayor: en una secuencia, Birdman, la voz en la cabeza de Riggan, le dice a este último que al “gran público” que, obviamente, es estúpido, no le gusta “la mierda filosófica” -que es lo que Iñárritu nos vino mostrando hasta ese momento-, y que prefiere ver explosiones y cosas que se rompen. A continuación, vemos cómo todo se convierte en una secuencia de acción que hace creer que Iñárritu en su vida vio una película de acción (¿y por qué iría a hacerlo, si Iñárritu pertenece a la “Cultura Alta” que no ve “esas estupideces”?) para luego volver a (optar por) “la mierda filosófica”, aquella que convierte a Iñárritu en el “artissssta” que él cree ser. Rara vez se ha visto ese nivel de megalomanía en un director (se me ocurre aquel autobombo espantoso en las placas del final de La mala educación, la peor película de Almodóvar, con su zoom en la palabra “pasión”), pero lo peor de todo es que esa megalomanía no se condice con el resultado final de la película: Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) se cree que es algo así como la mejor película de la historia, pero es puro humo. Se hace la virtuosa con esa “propuesta estética” que consiste en falsear un plano secuencia eterno y mover mucho la cámara, pero eso no es más que ostentación. No hay nada que justifique que la película esté filmada de esa manera. En la extraordinaria Niños del hombre, de Alfonso Cuarón (y con Emmanuel Lubezki como director de fotografía), los planos secuencia tenían una razón de ser: transmitían una tensión y una urgencia que aportaba emoción a la película. Lo de Iñárritu es un “miren qué bien filmo”; es pura acrobacia visual vacía de ideas. Y encima está llena de momentos visualmente feos, especialmente cuando la película trabaja con planos cerrados.
Pero es a la hora de “bajar línea” donde la película demuestra su torpeza y su infantilidad. Ya hablamos del temita de las culturas alta y baja, pero Iñárritu también se propone hablar sobre las redes sociales (sin conocerlas), sobre la crítica (desde el lugar más común de todos; aquel del “artista frustrado”), sobre el “show business”, sobre el público (diciendo básicamente que son todos tarados) y, en todos los casos, lo hace desde la obviedad más rampante.
Aquella escena de “la periodista estúpida que no sabe quién es Barthes” debería ser suficiente como para descartar esta película como la tontería que es, pero resulta ser que hay mucha gente que piensa que Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es realmente una obra maestra. Incluso, hay muchos detractores de las películas anteriores de Iñárritu que piensan que esta es una excepción a la carrera del mexicano. Jamás entenderé esa postura: Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es Iñárritu en el más puro de sus estados, y esta es su película más personal, lo cual, en este caso, significa que es la peor de las películas posibles: ahí está esa gravedad (si bien se supone que esta es una comedia, no veo rastros de este género en ninguno de los 119 interminables minutos que dura) y esa autoimportancia que caracterizan a su cine; ahí lo tenemos a Iñárritu torturando a sus personajes, haciéndolos sufrir, humillándolos de las peores maneras posibles (la escena de Riggan Thomson corriendo en calzones por el Times Square debe ser uno de los momentos más vergonzantes de los últimos 120 años de cine); ahí tenemos a un director que cree que la calidad de una actuación es directamente proporcional al volumen en que el actor en cuestión grita y a la brusquedad con la que este se mueve.
Lo más terrible de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es que va a hacer historia. Mi amigo Diego Papic dijo, en su crítica para la Agenda Cultural del Gobierno de la Ciudad, que prefería una chantada como esta película por sobre las chantadas insulsas que son La teoría del todo y El código Enigma. Pero una película muy mala como El código Enigma (no menciono La teoría del todo porque a mí me gustó mucho) será olvidada al día siguiente de la entrega del Oscar, porque ¿acaso alguien se acuerda de El discurso del rey? No; esas películas están diseñadas para competir por el Oscar y esa es su fecha de vencimiento. Pero Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es de esas películas que generan fanatismos acérrimos; va a convertirse (o ya se convirtió) en una de las películas favoritas de demasiada gente; tal vez muchos jóvenes se decidan a estudiar cine gracias a esta película y la tengan como referencia. Y, cuando eso sucede con una película que, para uno, representa lo peor del cine, termina siendo muy triste y desesperanzador. Encima tiene un título de mierda.