“Birdman”, o la angustia en clave de brillante comedia.
Ya ganó 139 premios y ahora es candidata a nueve Oscars: film, director, guión, protagonista, actor y actriz de reparto, dirección de fotografía, mezcla y edición de sonido. Se los merece todos, pero más que un actor y una actriz de reparto todo el elenco debería subir al escenario. Y los montajistas, que injustamente quedaron afuera. Por nuestro lado, lo que más nos interesa es ver en el escenario a Nicolás Giacobone y Armando Bo, los argentinos que participaron en el guión junto al director mexicano Alejandro González Iñarritu y el neoyorquino Alexander Dinelaris.
Así es, acá están Bo, Giacobone y el Iñarritu, el mismo trío de "Biutiful", contándonos otra historia agónica de un hombre apasionado, lleno de angustias y de ansias de lograr su sueño y sentirse bien. Solo que "Biutiful" era un dramón inconmensurable, apabullante, que hablaba de la necesidad de volcar amor, y de los prodigios desventurados, y "Birdman" es una comedia. También inconmensurable, apabullante, pero comedia. Ácida, eso sí. Que habla de la necesidad de recibir amor, y de la naturaleza de los actores que expresan la verdad sobre el escenario, y fuera del mismo son, o parecen, tan inciertos.
El personaje protagónico tuvo su pico de popularidad en las películas de superhéroes y ahora quiere mostrar que es un actor en serio, y aún más que eso. Y lo quiere hacer con su propia versión teatral de un cuento de Raymond Carver, "De qué hablamos cuando hablamos de amor" (el mismo que aquí, años atrás, tomó Adrián Canale con el Colectivo Teatral Puerta, cuando hicieron "Hablar de amor"). La cuestión es que el ex superhéroe quiere trascender, alcanzar el prestigio, lograr incluso el respeto de la crítica desdeñosa que lo condena solo por sus orígenes artísticos. ¿Acaso van a quererlo más, y quienes lo desprecian lo admirarán? ¿Y a fin de cuentas, vale la pena tanta angustia y tanto esfuerzo, por otra parte tan desnivelado? ¿Pero quiénes son los demás para exigirse tanto por un aplauso, o un cariño? Ahí reacciona el ego de distintas maneras, y del alter ego ni hablemos. Y como él, con similares aflicciones, hay otra gente del elenco. Y otra, también con similares aflicciones, sentada en la platea.
Por ahí va la mano. Porque los actores expresan, hermosa, loca, apasionadamente, sentimientos que anidan en el alma de toda persona, pero que no sabemos explicar, ni aún menos sabemos comprender a su debido tiempo. Alguien lo dirá a lo bruto, y otro con estilo. Subtitulada "La inesperada virtud de la ignorancia", con Michael Keaton y gran elenco, aguda en sus diálogos y caracterizaciones, regocijante casi a todo lo largo, llena de sorpresas hasta el último plano, "Birdman" hace convivir naturalmente persona y personaje en la misma cabeza, fantasía y realidad ante nuestra vista, el mundo del teatro y nuestro propio mundo.
Para más, cada tanto nos cruzamos con un baterísta cuyos golpes recuerdan los del circo anticipando el lanzamiento del trapecista sin protección alguna hacia la gloria o la muerte, y un arriesgado mecanismo de planos secuencia hace más vívida la búsqueda cotidiana del protagonista y su compañía, no da respiro, y vuelve asombrosa hasta la ostentación esta película, con movimientos que evidencian enorme trabajo previo de actores, técnicos, escenografía, luz y cámara (y también montaje, porque muy hábilmente se aceleran ciertas partes y se pegan distintos registros). Y cuando creemos haberlo visto todo, el artista sale prácticamente desnudo a la calle, qué decimos calle, una avenida llena de gente, y la diversión, la metáfora y el asombro se duplican.
Quizá la obra tiene un solo defecto: como una comida demasiado abundante, ofrece más de lo necesario. Pero así es el cine de González Iñarritu, intenso, visceral, recargado, "más grande que la vida", como dice una vieja máxima del espectáculo. Vale la pena, y ojalá gane.