El vuelo a ninguna parte
México y sus cineastas han estado pisando fuerte en el cine norteamericano. El año pasado el muy talentoso Alfonso Cuarón ganó un merecido Oscar por Gravedad y ahora –y una vez más- Alejandro González Iñarritu vuelve a la carga con Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) luego de haber tenido ya sus nominaciones por Babel. No son los únicos, y bastaría nombrar a Guillermo Del Toro –menos prestigioso pero más taquillero- para completar un podio de mexicanos en el cine de Estados Unidos. De los tres, González Iñarritu era el más prestigioso, hasta que Cuarón arrasó con los premios con Gravedad. Pero también el director de Amores perros es el más polémico. Muchos se han fascinado con películas como la mencionada Amores perros y con sus obras posteriores 21 gramos, Babel y Biutiful. En su película inicial mostró fuerza para filmar, amor por las estructuras rebuscadas y una cierta crueldad pretenciosa que no termina de mostrarse en plenitud. 21 gramos es el resumen perfecto de solemnidad, pretenciosidad, crueldad y banalidad que suman todo lo malo que uno puede decir de Iñarritu. Pero claro, al mismo tiempo aumentó su prestigio y el gremio de los actores que se toman demasiado en serio empezó a quererlo también. Subió la apuesta con Babel, más de lo mismo, con algunas pruebas extras de crueldad que parecían acercarlo a los cineastas más sádicos del cine actual. El éxito lo acompañó, el prestigio también, pero también hay que decir que se volvió difícil seguir tolerando su filmografía. Luego de Babel González Iñarritu perdió a su colaborador, el guionista Guillermo Arriaga. Los guiones de Arriaga le quitaban protagonismo al director, sus estructuras obtenían más fama y luego de la pelea la pregunta era saber cómo seguiría la carrera del realizador. Siguió mal, tal vez menos rebuscada, pero igualmente pretenciosa y cruel. Nuevos guionistas llegaron a la filmografía de Iñarritu, los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bó (nieto del legendario director Armando Bo) colaboraron en los guiones de Biutiful y Birdman. A su vez, ambos escribieron una gran película argentina llamada El último Elvis, dirigida por el propio Armando Bo. En Birdman se ven algunas ideas de El último Elvis, pero sepultada por el trabajo del director y con algunos giros de timón que no parecen haber sido soñados desde el comienzo del proyecto. Esperemos que Giacobone y Bó encuentren otros directores con quienes trabajar o hagan otro film en Argentina como el que ya han hecho.
Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) no ensaya los niveles de crueldad infame de la filmografía anterior e intenta, tal vez a través de los guionistas, algo de piedad y humanidad en el personaje protagónico. El resto de los personajes está pintado con un nivel de superficialidad no buscada tan grande que hasta el nombre personajes le queda algo grande. Merecería un espacio mayor el análisis del espantoso título completo del film, pero lo mejor es olvidarlo, dejemos solo Birdman, seamos piadosos y no ataquemos por todos los frentes. Pero lo que ahorra en maldad a nivel guión, lo multiplica al infinito con la puesta en escena. González Iñarritu aplica los más improcedentes movimientos de cámaras para llamar la atención sobre su trabajo, pero llama la atención en un sentido negativo. La búsqueda de un plano secuencia que abarque la puesta en escena solo consigue molestar, distraer, irritar, aburrir mucho. No quiere que el guión lo tape, pero no se da cuenta de que lo que cuenta no se corresponde con la forma en que lo cuenta.
Michael Keaton interpreta a Riggan una ex estrella de cine, que se había vuelto famoso interpretando tres veces al Birdman del título. Nunca ha podido salir de aquel encasillamiento y Riggan ahora busca obtener prestigio interpretando De que hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver en teatro. Como muchos actores que han hecho grandes películas que los han convertido en estrellas amadas en todo el mundo, Riggan solo quiere ser prestigioso en el teatro. Por suerte el guión y la puesta en escena suman tanta confusión que es imposible reflexionar acerca de qué posición tiene la película sobre Hollywood. Igual la industria ama que la critiquen, que la destrocen, que hablan mucho sobre ella. Demasiados actores votan en la Academia y así esta película olvidable, mínima en su importancia, termina con nueve insólitas nominaciones al Oscar. Pero gustos son gustos y acá yo estoy para decir porque no me gustó Birdman. Lo que no me gustó es el mencionado trabajo con una cámara entregada al desastre con la idea de explicar lo que ocurre en el interior/exterior del personaje. Los actores, desatados, anticinematográficos, hacen su show, como solían hacerlo en la peores películas de Robert Altman. Y me imagino que a los que les guste mucho el Altman de The Player esta película, aun siendo muy inferior a aquella, tal vez les agrade. Michael Keaton, que en la vida real fuera de esta película supo ser dos veces Batman en las películas de Tim Burton sin duda encuentra aquí el guión que le permite que lo premien, mezclando su propia vida con la de su personaje. Riggan escucha la voz de su personaje que le habla, que se le aparece y le dice cosas acerca del mundo en el cual le toca vivir ahora al actor. Hay una leve ambigüedad acerca de eso que luego va en aumento, como en aumento van todas y cada una de las arbitrariedades del guión. Todos los estereotipos se repiten y –oh sorpresa para mí- en supuesta clave de comedia. Si Birdman es una comedia, Una Eva y dos Adanes es un western. ¿Ironías sobre la industria u verdades de perogrullo? Todo esto, no lo olvidemos, al ritmo de una cámara loca que haría sonrojar al más desatado Claude Lelouch.
Qué Birdman sea visualmente muy fea y que sus actores estén fuera de registro y todos sobreactuados no son los únicos defectos. Cuando ya ha pasado la primera hora de película y por breves instantes Keaton consigue darle corazón a su personaje, entonces empieza la debacle, una seguidilla de falsos finales que le otorgan al relato una dispersión que rompe todo clima e interés. Cualquier escena podría ser el final y cualquiera de esos finales sería malo. Entonces, como era de esperarse, se llega al peor, al más ridículo de los finales. Y allí sí, sin problema alguna, se termina de rematar esta película que pasados los dos meses de premios, difícilmente llegue a provocar, al menos en mí, un instante más de reflexión. Poco cine, mucho ruido, y esperemos que no le gane a verdaderas grandes películas con las que compite.