Una antigua estrella de Hollywood, famoso por interpretar a un superhéroe alado éxito de taquilla, decide redimir su pasado montando una obra de teatro seria y reflexiva. Michael Keaton, quien fuera el actor de Batman, interpreta ahora a Riggan Thomson, el actor que hace veinte años fuera Birdman. No parece casualidad (aunque quizá lo sea), lo cierto es que Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es una película sobre el mundo de las películas, el comercio del espectáculo, el teatro, la fama y la decadencia, los egos y las estrellas, la realidad y la ficción, y en medio de estos cruces y laberintos se construye esta comedia negra que puede reírse de sí misma y de su mundo.
Para alejarse del universo de los superhéroes Riggan Thomas eligió una obra de Raymond Carver "De qué hablamos cuando hablamos de amor", y en el proceso de ensayos entabla un debate consigo mismo, en la piel de Birdman, su antiguo personaje. A través de una voz que sale de su interior o por medio de la imagen corpórea del hombre pájaro, este alter ego no deja de cuestionarlo, burlarse o recordarle constantemente que no puede descartar su pasado así nomás. Los compañeros de ruta en el proyecto teatral son Mike, un actor de moda que puede garantizar el éxito en la obra a la vez que quemar los nervios de todo el equipo; Sam, su propia hija, con quien tiene una conflictiva relación; las actrices, un amigo productor, su ex-esposa y una ácida crítica teatral. En cada cruce y diálogo se traslucen las dudas y angustias del "antihéroe", padre ausente arrepentido, actor para consumo masivo que está en el fondo tratando de remontar. Los personajes y situaciones se construyen a partir de un guión escrito por el propio Iñárritu junto a dos argentinos (ambos primos y nietos de Armando Bo), Nicolás Giacobone y Armando Bo (director de la muy recomendada El último Elvis).
La música tiene el peso de otro personaje, con una batería que sacude, acompaña la locura y las reacciones salvajes. No deja claro si está ahí, si brota de las catacumbas del teatro, hasta que podemos verla, sin comprender si siempre estuvo ahí, o si la estamos imaginando como Riggan a Birdman.
El mundo del teatro por dentro es recorrido por una increíble cámara que no descansa. Un plano secuencia que se presenta como continuo (aunque en verdad no lo sea) y que recorre con una fluidez increíble todos los escenarios, pasillos y camarines que se le presentan, dando lugar y rodeando a uno u otro personaje, según los planos vayan descubriendo. La cámara recorre el detrás de escena y el cine muestra la vida del teatro tomando parte de sus códigos, escenas largas, sin descanso, sin cortes, todo ahí, expuesto. El director de fotografía Emmanuel Lubezki es el responsable de este gran trabajo técnico que es una de las varias dimensiones de la película. Los actores demuestran su capacidad en largas tomas que exigen su máxima concentración y acercan la actuación cinematográfica a las exigencias del teatro.
La película de Iñárritu ofrece múltiples dimensiones. En la analogía con la realidad no sólo se encuentra Keaton, sino también Edward Norton, un famoso actor que interpreta a un famoso actor, y que en la vida real también pasó por productos envasados de Hollywood como El increíble Hulk. La oposición Hollywood vs Brodway, producto de entretenimiento (o genocidio cultural como lo define Mike en la película) vs una obra teatral seria (también diseñada para hacer estallar la taquilla), no escapa a la dimensión de una producción artística presa de las exigencias del mercado.
La misma película critica y se burla de la superficialidad del sistema que la produce, pero esto no es nuevo, es parte de una estrategia de las majors de permitir renovaciones y críticas para que la rueda siga girando y el negocio rindiendo. La productora de Birdman es una división de la 20th Fox (Fox Searchlight Pictures) que se especializa en películas independientes. Ningún género o estilo queda por fuera del negocio.
Finalmente, son las imágenes que se destacan y suceden dando lugar a un mundo propio. Con planos que revelan a Riggan a través de las arrugas en la cara de Keaton, con corridas en calzoncillos por el medio de Brodway y el refugio de una licorería escondida en medio de un enjambre de lucecitas de colores, hay un mundo de Riggan/Birdman que no se encuadra en la realidad pero tampoco en el sueño, que está en el límite y que no es necesario encasillarlo. Si en la película, la crítica de Nueva York describe la puesta de "De que hablamos cuando hablamos de amor" como un "nuevo realismo", nosotros, los espectadores de Birdman, podemos descubrir con gusto un poco de surrealismo en las pantallas.