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El director de Babel, 21 gramos y Amores perros rodó en Barcelona con Javier Bardem como protagonista esta nueva película “trascendente” sobre los grandes temas de la vida (en este caso, con centro en la muerte) y el resultado es grandilocuente, obvio y explícito (por momentos, al borde del sadismo).
Por lo menos, esta vez el mexicano abandonó la estructura coral de sus films anteriores y narra aquí una historia más lineal, en la que no falta su habitual regodeo con atrocidades de todo tipo, mostradas con una estilización aberrante. Biutiful describe la degradación física y moral de un buscavidas (se encarga de pagar coimas a la policía para ayudar a oscuros empresarios chinos y a inmigrantes ilegales africanos) que sufre de un cáncer terminal, mientras intenta lidiar con su desquiciada ex pareja y criar a sus dos hijos. O sea, una típica historia de caída libre y búsqueda de la redención.
Iñárritu es capaz de construir planos de enorme belleza (con la ayuda del talentoso fotógrafo Rodrigo Prieto) y consigue de Bardem una performance de esas que suelen ganar premios (el film y el actor están nominados al Oscar), pero la película está llena de golpes bajos que terminan por anular los logros en otros terrenos.
Ya sin el aporte de su compatriota Guillermo Arriaga, ese artista embaucador y artero que es Iñárritu contó en Biutiful con una amplia participación argentina: los dos coguionistas Armando Bo y Nicolás Giacobone, la actriz protagónica (Maricel Alvarez) y el músico (Gustavo Santaolalla). Quien quiera padecer los 148 minutos de esta acumulación de miserias humanas y búsquedas pretenciosas, allá ellos. Que les aproveche. No será con mi recomendación.