Decepcionante incursión de La Roca en el universo de los superhéroes de DC.
Algún día se iba a dar. Dwayne “The Rock” Johnson debutó como superhéroe y, en este caso, como antihéroe dentro de la factoría Warner/DC. El problema es que lo hizo con una película que carece de ingenio y simpatía, precisamente las características que lo elevaron a la categoría de estrella y lo convirtieron en la figura mejor paga de Hollywood.
También sorprende que el realizador de semejante despropósito que acumula varios de los peores males del cine contemporáneo haya sido el catalán Jaume Collet-Serra, un sólido artesano que ha dirigido títulos como La casa de cera, La huérfana, Desconocido, Non-Stop: Sin escalas, Una noche para sobrevivir, Miedo profundo, El pasajero y otro film protagonizado por La Roca como Jungle Cruise. O sea, de buenos exponentes clase B a un par de ampulosos y huecos blockbusters recientes.
El prólogo está ambientado en el 2600 a.C. en la ciudad de Kahndaq, donde un tirano toma el poder en un próspero reino que remite al egipcio. De allí provendrán un MacGuffin muy marveliano (una corona hecha con un poderoso material denominado Eternium) y la figura de Teth Adam (así lo llaman a Black Adam durante buena parte de la película), quienes reaparecerán en la actualidad en una ciudad dominada por mercenarios y marcada por la violencia.
Hasta allí viajarán también varios integrantes de la Sociedad de la Justicia de América (SJA), algo así como los primos desfavorecidos de los Avengers: Hombre Halcón / Carter Hall (Aldis Hodge), Átomo / Al Rothstein (Noah Centineo) y Doctor Fate / Kent Nelson (un desaprovechado Pierce Brosnan que parece actuar todo el tiempo con el piloto automático puesto) y Cyclone / Maxine Hunkel (Quintessa Swindell), quienes deberán enfrentar primero y convencer después a Black Adam de tomar los caminos del bien. Están la jefa Amanda Waller (efímero e intrascendente aporte de Viola Davis) y un pibe llamado Amon (Bodhi Sabongui) con el que parece abrirse una línea del estilo El último gran héroe, rápidamente descartada.
Hay referencias al universo de Shazam, algunos elementos que remiten a La Momia, a Indiana Jones, a Tomb Raider, obvios guiños al western (¡Hola Sergio Leone!) y muchos lugares comunes y clichés propios del subgénero de superhéroes, pero todo es de una probreza, elementalidad y superficialidad pasmosas. Lo de La Roca, en ese sentido, se parece más al Aquaman de Jason Momoa que a sus entrañables, delirantes y/o fascinantes personajes de muchos de sus films previos.
La trama jamás sorprende, engancha ni genera un mínimo de suspenso ni tensión, por lo que la película funciona como una anodina acumulación de diálogos de tono épico (muchas veces al borde del ridículo) y escenas de acción a puro diseño, mecánicas, construidas con un despliegue de CGI que de tan “espectaculares”, pirotécnicas y recargadas terminan abrumando (irritando).
Un pasteurizado, dócil Collet-Serra (en la comparación Zack Snyder parece un genio del séptimo arte) confunde adrenalina con exceso, vértigo con caos y, así, el film nunca deja espacio para la emoción, el humor ni una mínima descripción psicológica de los personajes. Es un “vamos a los bifes” y a otra cosa: set-pieces y una música omnipresente y agobiante. Pasa tan poco interesante en las algo más de dos horas de Black Adam que los espectadores seguramente terminarán comentando el “encuentro cumbre” del DCEU que se produce en la escena post-créditos. El problema, claro, es todo lo que está antes.