Esta película de Marvel, que inaugura la Fase 4 del llamado MCU, recupera la historia familiar de Natasha Romanoff, poniéndola a combatir con un nuevo enemigo con la colaboración de su hermana menor. Con Scarlett Johansson y Florence Pugh, acompañados por Rachel Weisz, David Harbour y Ray Winstone. En cines el jueves 8 y en Disney+ (pagando extra) a partir del viernes 9 y durante dos semanas.
En el mundo del MCU (Marvel Cinematic Universe) donde todo es posible y cada película o serie puede aparecer al abrirse alguna tangente en la curiosa línea espacio-temporal que presenta la saga, una película como BLACK WIDOW funciona, casi, de manera clásica. Si bien los hechos que narra se centran en un personaje que (SPOILER ALERT para los que desconocen todo acerca del devenir de Natasha Romanoff) ya murió en la ficción marveliana, lo que la película de la australiana Shortland (LORE) hace es recuperar, por un lado, su historia original y, por otro, contar un episodio clave de su vida, uno que transcurrió en paralelo a su turbulenta estadía en el mundo de los Avengers.
El film tiene algo de THE AMERICANS, en su pintura de una supuesta familia de espías rusos viviendo en Ohio, Estados Unidos, y también hace recordar a títulos como LOS INCREIBLES, un film de animación en el que una familia entera debía dedicarse a atrapar o vencer al villano de turno. En su formato narrativo –la MCU suele imponer algún tipo de género a cada una de sus películas–, BLACK WIDOW, al menos durante la primera mitad de sus más de 135 minutos, recuerda más bien a películas de espionaje internacional similares a la saga Bourne. Pero una vez que la acción toma el control de todo lo que vemos, y los efectos especiales digitales se hacen cargo del relato, la referencia se pierde y estamos de nuevo en plena casa Marvel: películas de animación que solo por momentos parecen ser de acción real.
La película tiene unos muy buenos, efectivos, intensos y llamativamente graciosos primeros dos actos. De entrada conocemos a los «Romanoff» en los años ’90, cuando Natasha es una adolescente intensa y un tanto rebelde que vive con su hermana menor y sus padres (David Harbour y Rachel Weisz), quienes funcionan –como en la serie citada anteriormente– como espías rusos en los Estados Unidos, por más que la Guerra Fría ya haya terminado. Pero la fachada es descubierta, la familia tiene que huir a Cuba –la secuencia de escape está entre las mejores del film– y allí el grupo se separa por completo. Las chicas quedan bajo el control y el entrenamiento de un tal General Dreykov (Ray Winstone), que parece tener un ejercito de «Viudas» en distintos lugares del mundo y las controla de una manera un tanto misteriosa.
El resto del film transcurre en 2016 y, si odian cualquier tipo de spoilers (los fans del MCU son muy sensibles al respecto) deberían dejar de leer acá. Natasha ya es la «Black Widow» de los Avengers, ya que se ha escapado de Dreykov y ahora trabaja para S.H.I.E.L.D. Pero el grupete de Iron Man, Hulk, Capitán América, Thor y compañía no están pasando por su mejor momento familiar entonces (épocas de CAPITAN AMERICA: CIVIL WAR) y la muchacha trata de reconectarse con su hermana, Yelena (Florence Pugh, la de MIDSOMMAR y MVP de la película), que también está en conflicto con la «facción» que representa. Tras una pelea inicial, de a poco reconectarán y, en plena Europa del Este, deberán lidiar con una amenaza temible (un violento y enmascarado enemigo que las quiere liquidar a cada momento) y se irán dando cuenta que el tal Dreykov es el verdadero enemigo de ambas.
Lo mejor de BLACK WIDOW pasa por su costado humano. Las hermanas van encontrando cosas en común entre sí, desmitificando sus roles (es muy gracioso como Yelena/Pugh se burla de algunas poses y actitudes de su hermana, a la que considera una pop star) e intentando reconectar con el resto de su familia, que ha quedado perdida en el camino. Ellos volverán a aparecer, pero no serán iguales a como eran antes. Cada uno a su manera –más graciosa en un caso y no tanto en otro, aunque no revelaré nada más que eso– son muy distintos ahora a la dupla que eran en los ’90. Y, finalmente, será Dreykov el hombre al que habrá que liquidar en una trama que tiene mucho de película de James Bond, a tal punto que en una escena Natasha ve MOONRAKER en una televisión.
Cuando la película se escapa de las manos de Shortland (como se sabe, las escenas de acción en el MCU tienden a estar dirigidas y armadas por un equipo aparte, y el director tiene poco que hacer, decir u opinar al respecto) la tensión decrece. Si bien las primeras persecuciones –la del inicio, una que tiene lugar en Budapest y alguna más– retienen cierta potencia de thriller de acción clásico, faltando más de 40 minutos de película todo empieza a reducirse a un juego de efectos especiales que contradice todo lo mostrado anteriormente. Y si bien es convincente como película que da todo el poder y potencia a dos personajes femeninos, el CGI también las transforma en criaturas de fantasía pura.
«No tengo poderes –le dice Natasha en un momento a su hermana, en referencia a lo que la distingue de algunos otros Avengers–. Seguro que el Dios del espacio no tiene que tomarse un ibuprofeno al terminar una pelea». Lo cierto es que, a juzgar por lo que sucede en esa última parte, más que un ibuprofeno la chica (las dos, en realidad) necesitaría una serie de operaciones de columna y cuello para seguir con vida y con el cerebro funcionando. Contradicciones, que le dicen, respecto a lo un superhéroe dice ser y lo que, al menos en las películas del MCU, finalmente es.
PD. Sí, previsiblemente, hay una escena post-créditos que interesará especialmente a los que quieran saber cómo continúa la Fase 4 del MCU.