Las películas de Marvel, en cierto sentido, no decepcionan: proveen de acción, aventuras y personajes que nos interesan por lo menos el rato que las vemos. Son honestas en ese sentido.
También son bastante anónimas: salvo excepciones (principal la de James Gunn con "Guardianes de la Galaxia"), las secuencias de acción están realizadas por un equipo de ingenieros efectivos, y el resto es “la película” del director. Eso, ni más ni menos -así de canónico- es Black Widow. Salvo por la excepción notable de los actores. Johansson quiere mucho a su personaje, y gracias a eso, nosotros también. Black Widow pasa de chica sexy y dura (en Iron-Man 2, su primera aparición) a esta hermana mayor constantemente conmovida por la suerte de su (falsa) familia. Florence Pugh logra transmitir al mismo tiempo humor y desamparo.
Finalmente, es la historia de un grupo de personas unidas por el azar manipulador del espionaje que encuentra en el cariño mutuo un arma.
Ahora bien: ese film familiar es breve y se entreteje en el otro, el de la espectacularidad, no siempre de modo efectivo. La fórmula “la acción es el vehículo del drama humano” requiere que cada trompada, cada tiro, se impregne de importancia. Cuando no sucede, la desconexión notable lleva en ocasiones al desconcierto o el tedio. Sí, es una linda película para ver en el cine, completa un álbum. Pero la mayonesa, en ciertos momentos, parece cortada.