El humanismo sintético
Ya como novela, Blade Runner de Philip K. Dick es un hito incuestionable dentro de la ciencia ficción. La versión cinematográfica de 1982, a cargo de Ridley Scott, también se convirtió en una obra de culto para el género, subiendo la vara para todo lo posterior. Haría falta un dossier aparte para hacer justicia a ambas piezas, por lo cual es mejor limitarse a estas líneas breves de referencia. Después de pisar fuerte con La Llegada (Arrival, 2016), el canadiense Denis Villeneuve se puso frente al ambicioso proyecto de llevar a la pantalla Blade Runner 2049 (2017), continuación de Blade Runner.
Es todo un desafío explicar la trama del film sin espoilear cuestiones claves; esperamos sepan entender la liviandad de lo expuesto en este párrafo, hecho a consciencia para no arruinar la experiencia de nadie al sentarse en la butaca del cine. 30 años después de los hechos sucedidos en el primer film, la historia sigue la investigación de K (Ryan Gosling), un blade runner con la tarea de localizar y eliminar a los modelos más viejos de replicantes -aquellas entidades sintéticas tan fácilmente confundibles con un ser humano- que aun se esconden por los rincones más inhóspitos del planeta. En plena misión, K se topa con un descubrimiento que puede cambiar para siempre la concepción que se tiene hasta ese momento de los replicantes, y que también pone en crisis su propio ser. Este suceso inicia una trama donde cada pieza de la investigación conlleva una revelación que podría significar un cambio rotundo del paradigma humanos/sintéticos.
La visión de Villeneuve, combinada con la cinematografía de Roger Deakins y el diseño de un departamento de arte al máximo nivel, entregan escenas y composiciones visuales simplemente alucinantes; uno se pierde dentro de esas puestas que nos regalan páramos desiertos, urbes grises y sobrepobladas, ambientes en clave steampunk y ruinas interminables de un pasado no tan lejano.
Al igual que su antecesora, Blade Runner 2049 sigue la estructura clásica de un film noir… o mejor dicho, un tech-noir, donde el relato se concatena pista tras pista y giro tras giro; es un camino revelatorio de autodescubrimiento que nunca olvida el espíritu del material original. Es útil recordar que el propio Villeneuve declaró haber encarado esta secuela con la mente puesta en el corte final de Blade Runner lanzado hace exactamente 10 años.
El carácter de los blade runner, ese devenir mezcla de melancolía con tintes apáticos, está hecho a la medida de un actor como Gosling, que no necesita largos parlamentos ni explosiones de histrionismo para expresar el sentir del personaje al que interpreta. Con mínimas expresiones logra un rango de emociones profundas que otorgan un mayor peso al relato. Harrison Ford también se luce como un Deckard desgastado y casi vencido, dando la sensación de disfrutar más este tipo de “revivals” por sobre otros del calibre de Star Wars o Indiana Jones. La holandesa Sylvia Hoeks se destaca en su rol de replicante despiadado y Robin Wright demuestra su fuerza en la piel de la jefa de K. Mientras todo esto acontece, la belleza de Ana de Armas intentará desconcentrar a varios durante demasiados pasajes de la película.
Como piezas de un rompecabezas que se unen para echar luz sobre un misterio que interpela desde lo macro hasta lo micro de todos los involucrados, Blade Runner 2049 es una atrapante historia que -respetando un exigente canon- logra estar a la altura de lo más refinado de la ciencia ficción, entregando un producto que balancea de manera soberbia la belleza visual y la profundidad dramática dentro de un relato hipnótico con múltiples capas de lectura.