Visualmente espectacular, narrativamente correcta y con algunas secuencias impactantes, la secuela del clásico de Ridley Scott es una prolija producción que jamás alcanza la densidad emocional de la película original. El filme con Ryan Gosling y Harrison Ford parece realizado por el más aplicado y estudioso replicante de la industria de Hollywood.
¿Sueñan los androides con secuelas cinematográficas? ¿Con qué clase de secuelas sueñan los androides? ¿De esas que son puro acción y espectáculo pero olvidan lo que hizo famosa a la original? ¿O de las que reverencian el filme que les dio vida y tratan de copiarlo con algunos cosméticos cambios? Los androides, al menos según la Biblia que da origen a la saga BLADE RUNNER, sueñan lo que sus creadores han decidido que sueñen, por lo que habrá que pensar que BLADE RUNNER 2049 fue, curiosamente, soñada por alguien que pensó más en la nostalgia (curioso concepto el de la nostalgia en la ciencia ficción) y en el homenaje que en rendir cuentas al modelo narrativo contemporáneo. Es decir, hizo en principio lo que debía hacer: los deberes, completitos. El problema, quizás, que como buenos replicantes que son la mayoría de los que trabajan en los estudios de Hollywood, no lograron un producto que generara emociones propias sino que las tomaron prestadas. Y, para resolver eso, le encargaron el filme a Dennis Villeneuve, acaso el más sofisticado cineasta de esta generación. El problema con Dennis es que nadie le ha dicho que él también es un replicante. Es hora que se entere.
Como desde la distribuidora piden que no se revelen secretos de la trama y los secretos empiezan desde los títulos de apertura se hace muy difícil hablar de la película en términos de trama, ya que todo es potencialmente considerado spoiler. Dejaremos las discusiones sobre eso para los comments una vez que vean la película. Lo que me interesa analizar aquí es las curiosas similitudes entre el universo de la ficción y de la factura del propio filme. Cualquiera que vea BR2049 –salvo en ciertas secuencias, como la que abre el filme– atravesará una inevitable sensación de deja vu que puede no ser desagradable. Estamos de regreso en el mundo imaginado por Philip K. Dick y plasmado en el cine por Ridley Scott cuando todavía era bueno, allá por 1982. Y esa idea de réplica es inherente a los personajes, a los androides que son el tema central del filme. Es como si ellos hubiesen visto en masa aquella película y trataran de reproducir su estilo en base a lo aprendido.
Y hay que decir que Villeneuve es un talentoso replicante, casi mandado a hacer para este trabajo. Es un profesional consumado que realiza películas tan grandes como aparentemente complejas de manera prolija y eficiente, casi a razón de una superproducción cada año o dos. Pero su memoria, sus sueños y sus ideas fueron pensadas por otros e insertadas en algún lado suyo. Uno podría ir más lejos y pensar que, finalmente, todo cineasta, todo artista, es un replicante, capaz de crear, pensar y hasta soñar a partir de lo que vio, consumió o amó, todo hecho por otros y así sucesiva y eternamente. Solo que algunos logran disimularlo, con ideas que parecen propias. Villeneuve hace el esfuerzo, pero se nota que no fue diseñado por Hollywood para tener ideas sino para ofrecer elegantes y sofisticadas versiones de las que le fueron implantadas.
BLADE RUNNER 2049 respeta el tono serio, denso, un tanto moroso y básicamente existencial de la anterior película. Aquí hay otro “blade runner” (Ryan Gosling) encargado de eliminar viejos replicantes que se topa con una sorpresa en su primera misión. Esa “sorpresa” lo llevará a una nueva investigación del tipo policial negro del primer filme, investigación que lo involucra directamente. En ese sentido, todo muy similar al filme de Scott. Habrá mujeres persiguiéndolo y otras ayudándolo, habrá un “creador” misterioso y extravagante (Jared Leto, por suerte, muy poco utilizado), habrá un fuerte dilema existencial y, casi a modo de broma, mucho del diseño visual del filme de 1982 ha sido conservado, incluyendo el famoso chiste de las marcas que, luego de publicitar en la película de Scott, desaparecieron y que en este mundo paralelo, siguen existiendo. No hay mucho más que se pueda decir sobre la trama salvo que Harrison Ford aparecerá más tarde de lo previsto y deseable, y que allí quizás los creadores del filme cometieron su error más notorio, ya que su presencia es central al disfrute de BR. Que me disculpen los fans de Gosling pero, en la vida real (en la ficción tendrán que ver el filme para saberlo) tengo la impresión que él sí, definitivamente es un replicante.
La secuela es aplaudible por lo que no hace: no convierte a BR en un producto tipo Marvel de acción incesante y narrativa incomprensible, es visualmente espectacular (el trabajo de diseño visual y fotografía es fabuloso) y se toma su tiempo, como el de cierta ciencia ficción de los ’60 y ’70 (acaso el fracaso comercial de la original marcó el fin de la etapa de la ciencia ficción existencial y densa en el cine y son muy pocas las excepciones desde entonces) en plantear sus intrigas y definir sus personajes. Y, aquí viene la pequeña/gran contradicción del filme: se toma excesiva y absolutamente en serio sus dilemas existenciales, como lo pide la tradición literaria de la ciencia ficción.
¿Por qué contradicción? De algún modo, el filme original se ganaba el derecho de su propia densidad. Era una idea no del todo novedosa –el sci if noir existencialista— pero sí muy bien ejecutada. Aquí, y volviendo a la idea del “filme replicante”, su densidad se siente impostada y su complejidad, una copia bien hecha que no llega a emocionar, claro signo de ser un filme del más aplicado de los androides. La saga puede debatir sobre si ellos tienen o no emociones, recuerdos y sueños humanos, pero lo que sabemos es que en el mejor de los casos lo que tienen son mejores y más eficientes programas.
BLADE RUNNER 2049 sufre de ese problema: su densidad parece mecánica y su seriedad es solemnidad pura. Es un poco lo qué pasa cuando uno compara ALIEN con PROMETHEUS, ambas de Scott: todo en las secuelas parece más deliberado, pomposo, calculado. Sofisticadas copias hechas en una ultramoderna fotocopiadora 3D con el mejor y más inteligente de los programas. Solo que el impacto emocional no termina estando ahí. Y no hay máquinas ni androides que puedan replicarlo sin que se note, como sucede con el color de ojos de uno de los personajes del filme. Quizás, algún día, los replicantes hagan obras maestras del cine. Al día de hoy solo logran armar impecables imitaciones. Que por momentos se aprecian y disfrutan, sí, pero a las que casi todo lo verdaderamente humano les resulta un poco ajeno.