Treinta años después, habemus futuro.
Luego de más de tres décadas de espera Blade Runner tiene su secuela y esta llega de la mano del binomio que convirtió a la historia en un clásico de culto en los ochenta: Ridley Scott y Harrison Ford. Y si bien Scott se encarga de producir el proyecto y no de dirigirlo, los aciertos en cuanto a la elección de las nuevas caras de la saga fueron vistos como un punto positivo antes incluso del inicio del rodaje dada la presencia de Denis Villeneuve (Prisoners, Arrival, Sicario) en la dirección y de Ryan Gosling como el protagonista de esta continuación que, como indica su título, transcurre treinta años después de los hechos acaecidos durante el primer film.
Para empezar hay que decir que aquellos que recién ahora se incorporan a este universo y no vieron la primera película prácticamente no deberían ni molestarse en ver la secuela. Primero porque Blade Runner es un verdadero clásico que todos deberían ver y segundo porque dejarían de apreciar como es debido esta segunda parte prácticamente en su totalidad. Y esto último no tiene que ver sólo con los típicos guiños y referencias que las secuelas suelen tener para con sus antecesoras sino con elementos esenciales de esta nueva historia que carecerían de significado si no fuera por los antecedentes relatados en la primera parte. Aclarado esto, vale decir que igualmente la película se toma el trabajo, con el típico texto sobre la pantalla a modo de intro, de informarnos que la historia transcurre en un futuro en el que una empresa del campo de la robótica logró fabricar seres casi idénticos a los seres humanos, que son usados como mano de obra esclava por los hombres en planetas cercanos a la Tierra con el fin de prepararlos para ser habitados. También, sabremos desde el inicio que un grupo de estos seres, conocidos como replicantes, protagonizaron una revuelta contra sus creadores y desde ese momento son perseguidos para su eliminación por representantes de la policía, quienes reciben el nombre de Blade Runners.
Hasta acá, todo igual a la uno. Pero los cambios no tardan en aparecer. Porque resulta que un nuevo gurú tecnológico ha aprovechado estos treinta años para apropiarse del lugar dominante que supo ocupar el señor Tyrell, creador de los primeros replicantes. Se trata de Niander Wallace (Jared Leto), un visionario que encontró la forma de controlar a sus replicantes e incluso utilizarlos para cazar a los pocos modelos viejos que todavía andan sueltos. Y así es como conoceremos al nuevo protagonista de la historia porque K, el personaje de Ryan Gosling, es tanto un replicante como un Blade Runner, toda una contradicción para el mundo del ya lejano año 2019. Con un Deckard (Harrison Ford) prófugo y sin ser visto en estos treinta años, la historia se desencadenará a partir de un descubrimiento que hace K y que cambiará el curso de la historia para siempre: los restos mortales de una replicante que estuvo embarazada.
Lo que Blade Runner 2049 propone es un universo ultra futurista que sabe respetar la estética del clásico de los ochenta en su esencia, con esa ambientación de podredumbre urbana, lluvia constante, anuncios y carteles de neón deslumbrantes y contrastes de luces y sombras que cubren con un halo de misterio a toda la narración pero, a su vez, imprimiéndole un sello de avance y aggiornamiento radical. Si los fanáticos de la ciencia ficción encontraron una obra que admirar en el trabajo de Ridley Scott, probablemente no podrán menos que maravillarse con lo que aporta Denis Villeneuve en esta secuela que desde el primer momento se erige como un viaje multisensorial, lleno de recursos visuales perfectamente utilizados, y ambientado con esa música que hace un culto de los sintetizadores.
En términos narrativos esta segunda parte tampoco se queda atrás porque aprovecha de gran forma los elementos fundacionales de su universo para profundizar en algunas cosas, resignificar otras tantas e incluso contradecir lo ya asentado siempre a favor del avance narrativo. En este sentido, la labor de guion hace foco en el personaje de K que, sumado al excelente trabajo de Ryan Gosling en lo actoral, conforman a un protagonista que nunca pierde la compostura y frialdad propias de los replicantes mientras experimenta en simultáneo emociones y preocupaciones humanas, elementos que en combinado hacen a la evolución del personaje. Vale agregar que los 163 minutos que la película dura encuentran equilibrio y en cierta forma una renovación de aire cuando hace su aparición el personaje de Deckard en la segunda parte de la trama. La importancia del personaje y el magnetismo que genera Harrison Ford son lo que la historia necesita para empezar a rumbear hacia el desenlace que, como todo lo demás, tiene ese dejo de vaguedad, intriga y ambivalencia.
Blade Runner 2049 es la prueba de que, sin apurarse, es posible darle continuidad a un clásico haciéndole justicia y no por el mero hecho de estrenar algo que, solo por el nombre, asegura el éxito de taquilla.