Blade Runner 2049 es una excelente película, una de las experiencias cinematográficas más desafiantes y cautivadoras del año. Un lástima que su complejidad temática, ritmo cansino y excesiva duración la aleje del gusto del espectador medio. Un film que será de culto e inmensamente valorado, más allá de su rendimiento en la taquilla. Como pasó con el clásico de Scott.
En 1982 Ridley Scott estrenó Blade Runner, película que adaptaba la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?. Recibida con frialdad por el público y con reacciones mixtas por parte de la crítica, el film de Scott fue cada vez más apreciado con el tiempo, ganando un enorme prestigio y una gran legión de fanáticos que diseccionaron la película hasta el mínimo detalle, teorizando sobre Deckard, los replicantes y los profundos temas que la película presenta (pero no llega a desarrollar del todo).
Blade Runner se volvió un film de culto y cambió la forma de hacer películas de ciencia ficción. Puede sentirse la influencia de su estética cyberpunk y su relato de estilo neo noir, en gran cantidad de películas hasta el día de hoy. La historia está ambientada en un futuro distópico, oscuro y decadente donde la sociedad utiliza como esclavos a unos androides llamados replicantes. Rick Deckard es un Blade Runner (cuerpo especial de policías que se encargan de cazar y “retirar” a los replicantes rebeldes) encargado de cazar a Roy Batty (Rutger Hauer) y su banda de replicantes. Deckard piensa que los replicantes son “como cualquier otra máquina”, pero a lo largo de su viaje descubrirá que pueden ser más humanos que los humanos y también cuestionará su propia humanidad.
En esta era de franquicias, universos compartidos, revivals, remakes, secuelas, precuelas y explotation de los 80′, muchos veían con escepticismo el proyecto de la continuación de un film tan icónico. Pero a medida que los nombres iban a apareciendo, la ansiedad y los nervios de los fans se calmaban: Denis Villeneuve (Prisoners 2013, Sicario 2015) probó que puede dirigir películas de ciencia ficción reflexivas y de un nivel excelente con La Llegada (Arrival, 2016). Hampton Fancher (guionista de la Blade Runner original) volvería a trabajar junto a Michael Green y la música correría por cuenta de Hans Zimmer (Dunkirk, 2017) y Benjamin Wallfisch. Pero el nombre que verdaderamente llamó la atención es el del británico Roger Deakins (Skyfall 2012, No Country for Old Men 2007, The Shawshank Redemption 1994), uno de los mejores directores de fotografía del cine contemporáneo que ya trabajó con Villeneuve en Prisoners y Sicario.
Es el año 2049 y K (Ryan Gosling) es un Blade Runner que trabaja para el departamento de policía de Los Angeles, cazando replicantes de modelos viejos que escaparon después de un apagón que eliminó todos sus datos de los registros. K hace un descubrimiento que podría trastocar el orden de la sociedad y hacer que toda la ciudad descienda en el caos. Este descubrimiento será el inicio de la investigación de K, que lo llevará tras la pista de Rick Deckard (Harrison Ford) un ex Blade Runner que lleva 30 años desaparecido.
Mientras K avanza en su pesquisa atando cabos y desenterrando pistas que llevan décadas enterradas deberá lidiar con las presiones de su jefa, la teniente Joshi (Robin Wright), el interés del misterioso Niander Wallace (Jared Leto), el empresario más poderoso del mundo, dueño de la industria que fabrica a los replicantes y la vida hogareña con su novia Joi (Ana de Armas), la única persona en la que confía plenamente.
La historia de amor entre estos dos personajes es uno de los elementos mejor logrados y más reales en una película que está poblada por androides fríos y (aparentemente) sin sentimientos. Blade Runner 2049 hace todo lo que una buena segunda parte debería hacer: expandir y explorar nuevas aristas de un universo ya conocido, pero contando una nueva historia. Una historia que mantiene el mismo tono y estilo de la película original, pero sin “colgarse” de la nostalgia ni ser un calco de su predecesora.
Algo que puede jugarle en contra a la película es su excesiva extensión (164 minutos), sumado a su ritmo poco fluido, más tirando hacia lo reflexivo, termina de configurar un film mucho más difícil de vender a la audiencia mainstream. La Blade Runner original también manejaba un tono cansino y algo lento, pero contaba con más secuencias de acción para mantener al público interesado. Aquí Villeneuve se la juega por un producto más introspectivo y dramático.
El director manejó la película con demasiado secretismo, llegando al extremo de enviar un comunicado a los críticos especificando ciertos elementos de la trama que no deberían ser comentados en las reseñas. Villeneuve deseaba que el público se sumerja en Blade Runner 2049 sin saber lo que le espera y pueda experimentar plenamente todo el viaje emocional que se desarrolla a lo largo de la película.
Más allá de algunos guiños y homenajes a la original, Villeneuve nos presenta un relato nuevo que se ensambla a la perfección con su predecesora. Son dos piezas independientes que se complementan para formar parte de un mismo universo. La “estética Blade Runner” es recreada con un nivel de detalle y respeto por la película original que asombra.
Y hablando de estética, es en ese apartado que la película da el enorme salto de calidad. Blade Runner 2049 es una verdadera maravilla estética diseñada para disfrutar con todos los sentidos. Todo el aspecto visual fue tratado con una enorme dedicación, desde la bellísima fotografía de Deakins (firme candidato para otra nominación al Oscar), la composición de cada toma, los movimientos de cámara, las luces, el color, el juego de contrastes entre las enormes construcciones de concreto, los cielos oscuros y las vibrantes luces de neón, la lluvia y la nieve que azota los parabrisas y ventanas de la ciudad.
La música compuesta por Zimmer y Wallfisch ayudan a generar una atmósfera futurista (aunque lejos están de llegar a la genialidad que hizo Vangelis en el soundtrack de la original) con buenos ritmos de sintetizadores y bocinazos símil-Inception (a esta altura ya es una marca registrada de Zimmer).
Todos los grande actores que forman parte del elenco se lucen, sin importar cuan grande o pequeña sea su participación. Gosling compone un anti héroe complejo con máscara de hierro pero que esconde un conflicto interno que podría transformarlo o destruirlo con la misma facilidad. El alivio de sus traumas, sus problemas existenciales y su trabajo lo encuentra en Joi, un personaje muy bien interpretado por Ana de Armas que funciona como un bálsamo que aplaca toda la negatividad que rodea a K.
Pese a que figura de forma prominente en el póster de la película, la participación de Harrison Ford es bastante breve, estando presente solo en el último tramo del film. Deckard es apenas una pieza de un rompecabezas más grande, pero la verdadera clave para resolver el misterio que K intenta desentrañar.
Tampoco tiene demasiado tiempo en pantalla el personaje de Jared Leto. Sin embargo se las arregla para componer un personaje gris y ambivalente, una suerte de “villano” (no por su postura moral o sus acciones durante la película, sino porque sus intereses van en contra de los de nuestro protagonista) que prefiere mantenerse en las sombras y utilizar a su fiel replicante Luv (Sylvia Hoeks) como su brazo ejecutor.
El elenco se completa con otros grandes papeles secundarios destacables como Dave Bautista en la piel de Sapper Morton, un antiguo replicante modelo Nexus y Mackenzie Davis, como un “modelo de placer” que aparece poco en pantalla, pero protagoniza una de las secuencias más bellas e hipnóticas de toda la película.