Yorgos Lanthimos demuestra su genialidad como autor alejándose se su zona de confort y creando un película excelente, apoyada en la sátira y en humor negro con excelentes interpretaciones de su trío de actrices principales. En poco tiempo el cineasta griego Yorgos Lanthimos se ha convertido en uno de los directores modernos más celebrados de la actualidad. Su estilo cínico y oscuro plagado de humor negro y absurdo, sumado a su genialidad con la cámara y esa particular dirección de actores con performances inexpresivas y alienadas lo destacan como un cineasta con un estilo muy marcado en films como la surreal Dogthoot (2009), esa fábula distópica y exagerada sobre las relaciones que es La Langosta (The Lobster, 2014) y en El Sacrificio de un Ciervo Sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017) la escalofriante adaptación literal de un mito griego en un contexto realista y actual. Lanthimos se convirtió en una especie de “Kubrick para milennials” con la cuota justa de incomodidad sombría que remite al cine de Haneke. En su película más prestigiosa e importante hasta el momento decide correrse por completo del tipo de relatos que venía manejando para demostrar que es un verdadero autor. En el Siglo XVIII la Reina Ana de Gran Bretaña (Olivia Colman) es una monarca debilitada física, psíquica y emocionalmente por la muerte de su esposo y la de sus 17 hijos, a los que recuerda con sus conejos mascota, uno por cada aborto o niño fallecido. Debido a su frágil situación, los asuntos de estado corren por cuenta de su amiga y confidente más cercana Lady Sarah (Rachel Weisz), duquesa de Malrborough. Lady Sarah maneja las finanzas del palacio y se encarga de aconsejar a la reina en cuestiones políticas, económicas y bélicas. En tiempos de guerra contra Francia, el bloque de la oposición en el parlamento -los whigs- encabezados por Robert Harley (Nicholas Hoult) desea negociar la paz para poner un fin a las hostilidades y los gastos de la guerra, mientras que Lady Sarah planea impulsar un impuesto extra a los latifundistas para financiar la campaña en el frente de batalla, encabezada por su marido. El delicado equilibrio de la corte se trastoca con la llegada de Abigail Hill (Emma Stone) una mujer noble caída en desgracia que llega al palacio para pedirle trabajo a Sarah, su prima lejana. La inteligencia y la ambición de Abigail la hacen ascender de sirvienta común a doncella principal de la reina y ambas mujeres se verán envueltas en un oscuro juego de manipulación para ganarse el favor de la monarca (y destruir a su rival en el proceso). Por primera vez Lanthimos dirige una película que no es guionada por él o su habitual colaborador Efthimis Filippou, también es su primera película basada (parcialmente) en hechos reales y la primera donde sus personajes manejan una actuación más naturalista y humana, lejos de ese estilo deadpan bien parco de sus films anteriores. Esto le da cancha a sus tres actrices protagonistas para dejarse llevar por el humor absurdo y la historia llena de excesos para convertir sus interpretaciones en una montaña rusa de emociones y excesos. Olivia Colman brilla como la inestable, depresiva e iracunda reina Ana. Una mujer poderosa y vulnerable vista como una recompensa a obtener por todos los competidores en este juego de poder. La excelente performance de Colman solo se vuelve más genial cuando comparte escena con alguna de sus co-protagonistas. Rachel Weisz compone a una mujer gélida y firme, dispuesta a todo para mantener el orden dentro de la corte y gestionar correctamente los asuntos del Estado. Su influencia es fuerte sobre la voluntad de la reina pero el espectador puede notar que Lady Sarah jamás la manipula con mala intención, sino procurando protegerla y cuidarla de su dolor, sus traumas y los lobbystas de la oposición. Y la reina confía ciegamente en ella por eso. La Abigail de Emma Stone es puro ingenio y ambición. Después de ser -literalmente- apostada y perdida por su padre en un juego de cartas, ella está decidida a “tomar el control de sus circunstancias” y ganarse el cariño de la reina. En un principio la vemos como una figura simpática, sentimos pena por verla sufrir bajo la bota de la poderosa Lady Sarah pero ni bien Abgail logra alcanzar una posición de privilegio y hacerse amigos en la corte, da rienda suelta a su duplicidad convirtiéndose en una especie de villana. Lanthimos demuestra que puede impregnarle su estilo extraño e inquietante a una historia mucho más tradicional y realista. Todos se lucen en esta película hasta los intérpretes con papeles menores como el pomposo aristócrata de Nicholas Hoult y el barón calenturiento de Joe Alwyn. El universo de La Favorita es profundamente femenino, con observaciones afiladas sobre la naturaleza del deseo y el poder, como conseguirlo y las consecuencias de su mal uso. No es noticia destacar lo bien que Lanthimos trabaja con la cámara, moviéndola y encuadrando con un desparpajo que parece emular el que exhiben las actrices protagonistas. En el apartado de fotografía, Robbie Ryan maneja una paleta de colores lavados y brillantes siempre trabajando con luz natural. La decisión estética más controversial y genial es la utilización de lentes ojo de pez para incrementar la sensación de claustrofobia de los pequeños personajes habitando en esos enormes ambientes y salones, hechos más grandes por la acción del lente. Con un diseño de producción muy barroco y sobrecargado para remarcar la opulencia y el exceso de la realeza y un diseño de vestuario muy cuidado y levemente anacrónico, Lanthimos ha creado su film más bello y estético sin caer en los facilismos de hacer una “película de época con vestiditos y poco más”. Lejos de sus tradicionales rarezas y situaciones incómodas, el griego nunca deja de mostrarse experimental, terminando una película bastante tradicional con planos superpuestos de las tres mujeres, emocionalmente rotas todas consiguiendo lo que buscaban pero habiendo perdido el alma en el trayecto. Y en el medio, conejos. Ese símbolo de dolor y miseria de la reina inunda la pantalla, caminándole por encima a las protagonistas todas igual de miserables y sufrientes. De esta manera La Favorita justifica todo el amor que viene cosechando por parte de la crítica y en la temporada de premios. Si seguimos con las comparaciones entre el director griego y Stanley Kubrick, Lanthimos hizo una versión retorcida, feminista y ácida de Barry Lyndon (1975).
Hipnótica, demencial, arriesgada y distinta. La nueva Suspiria es un ballet sangriento y demoníaco coreografiado a la perfección por Luca Guadagnino con una brillante labor de sus bailarinas principales. En 1977 el genial Dario Argento le regalaría al mundo una de las más brillantes joyas del giallo italiano. Suspiria, un cuento de hadas macabro inspirado vagamente en fragmentos del ensayo de Thomas De Quincey Suspiria de Profundis y el estilo visual de algunas fábulas animadas como Blanca Nieves y los Siete Enanos (1937) y Alicia en el País de las Maravillas (1951). Con su brillantes y estridentes colores primarios, luces exageradas y artificiales que tiñen a las escenas de un halo de maldad sobrenatural y un diseño de producción cargado de influencias expresionistas Suspiria se convertiría en una película de culto cuya influencia puede sentirse hasta el día de hoy como una de las películas de terror europeas más recordadas de todos los tiempos. Argento siguió explorando el concepto de “las Tres Madres” de De Quincey en una trilogía temática que se completaría con Inferno de 1980 (Mater Tenebrarum) y The Mother of Tears de 2007 (Mater Lachrymarum). Con 14 años un joven Luca Guadagnino (Call me by your Name, 2017) quedaría tan fascinado y obsesionado con la película original que, muchos años después y ya convertido en un director de renombre, se animaría a hacer una nueva versión de este clásico. Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven menonita nativa de Ohio, viaja a la convulsionada, dividida y violenta Berlín para formar parte de la prestigiosa Academia de Danza Tanz, poco tiempo después de la desaparición de la perturbada estudiante Patricia Hingle (Chloë Grace Moretz). Su talento innato llamará la atención de Madame Blanc (Tilda Swinton), la coreógrafa principal y directora artística de la academia. Por otro lado el psicólogo de Patricia, el Dr. Josef Klemperer (interpretado “por el actor Lutz Ebersdorf”) empezará a investigar los aparentes delirios de la joven que hablaba de un aquelarre de brujas dirigiendo la academia, intentando despertar un mal muy antiguo: la entidad demoníaca conocida como Mater Suspiriorum. Con el Otoño Alemán y los atentados de la Facción del Ejército Rojo como un violento telón de fondo, Klemperer ahondará en la oscura verdad de la academia con la ayuda de la estudiante Sara (Mia Goth) mientras Susie entrena para ser la figura central de Volk, un extraña y esotérica danza ritual creada por Madame Blanc. Guadagnino, gran admirador de la película original de Argento, decidió jugarsela por reinventar Suspiria junto al guionista David Kajganich. Ambas películas difieren casi totalmente pero se complementan entre sí gracias a sus diferencias y similitudes. Las dos son experiencias sensoriales que perturban de una bella manera, como una pesadilla febril de la que uno no quiere despertar. Ambas son experimentales arriesgadas y únicas, cada una a su manera. A pesar de que la historia apenas se parece a la de la película original, uno puede sentir el eco de la Suspiria de Argento recorriendo los lúgubres pasillos laberínticos de la obra de Guadagnino. Kajganich toma apenas la estructura básica de la historia original (inocente estudiante americana entra a una academia de danzas alemana manejada por brujas) y reescribe completamente la película, Guadagnino se apropia de los personajes y la historia para hacerlos suyos, reiventándolos totalmente y haciendo una película nueva y diferente pero igual de poderosa que la original. La diferencia más grande que salta a la vista desde el principio radica en el apartado visual. La versión de Argento era un asalto a los sentidos, una tenebrosa explosión de luces y colores inolvidable. Esta Suspiria decide ir por el camino contrario: una Berlín oscura y apagada llena de colores fríos y grises lúgubres. El tratamiento visual nos muestra una ciudad desolada y deprimida, ahogada por la violencia de los atentados de Baader-Meinhof y el fantasma reciente del nazismo, como un espejo de la violencia y la maldad que se cocina a fuego lento dentro de la academia. El terror en Suspiria es primigenio, visceral y etéreo. Descansa más en la generación de climas y atmósferas tenebrosas y perturbadoras, con secuencias de sueños casi lisérgicos y una constante sensación inquietante que de vez en cuando desemboca en cuerpos retorcidos y doblados de manera antinatural, ganchos perforando la carne y un clímax final que explota a puro gore. Dakota Johnson deslumbra con el viaje interno de su Susie Bannion. La actriz que viene de protagonizar la mediocre saga de 50 Sombras demuestra que es una intérprete con talento, se nota el compromiso con el papel y las horas de entrenamiento para realizar las coreografías a ala perfección. Aunque el punto más alto en lo actoral es la camaleónica Tilda Swinton, que interpreta tres roles distintos en la película, siempre desapareciendo en el papel y volviéndose irreconocible (con la ayuda de un espectacular trabajo de maquillaje y prótesis). Párrafo aparte se merecen las complejas e hipnóticas secuencias de danza interpretativa creadas por Damien Jalet. A diferencia de la primera película, donde el ballet era un elemento anecdótico, la danza tiene un peso muy importante en la versión de Guadagnino. Los movimientos hipnóticos son claves para manifestar el poder de las brujas. Cada secuencia de baile es como un conjuro que atrapa al espectador. Otro elemento destacado es la música de la película. Thom Yorke, el líder de Radiohead, toma ciertas lecciones del soundtrack original compuesto por Goblin como la repetición de armonías musicales somo si fueran hechizos pero con un sonido más discreto y ominoso, para componer melodías oscuras y deprimentes que refuerzan ciertas escenas. Los varios ejes temáticos que Guadagnino toca (con distintos niveles de profundidad) como la noción de maternidad, el trauma y la vergüenza del pasado, la opresión y la cantidad de subtramas pueden jugarle en contra a los espectadores de poca paciencia que esperan una historia de horror más tradicional. La nueva Suspiria es una lección de como encarar una remake en tiempos de películas olvidables que repiten fórmulas, completamente despojadas de alma y originalidad. Es tomar un film ya existente y expandir su mundo y sus temas para crear algo nuevo, es tomar algo que uno ama conservando sus aspectos clave y recrear la sensación que te transmitió. No repetir paso a paso el pasado, sino reinterpretarlo bajo tu propia perspectiva.
Corrosiva, irónica y por momentos escalofriante. El Vicepresidente es un cachetazo de realidad de McKay, que vuelve a utilizar el humor para desmenuzar temas complejos. Su narración desperdigada es su principal falencia y sus mayores fortalezas son su tono y las actuaciones . En 2015 el director Adam Mckay dirigió y co-escribió La Gran Apuesta (The Big Short), film que cosechó 5 nominaciones al Oscar y se llevó el de Mejor Guion Adaptado. El cineasta que inició su carrera como director y guionista de Saturday Night Live y se hizo un nombre con buenas películas de comedia como Anchorman – The Legend of Ron Burgundy (2004) y Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby (2006) sorprendió a todos al tomar una historia que tradicionalmente pediría un tratamiento más serio y solemne. Sobre todo al tener en cuenta su estilo absurdo, anárquico e irreverente, el énfasis en la improvisación de los actores para definir la personalidad de los personajes y sus bromas y remates, tan estúpidos y originales que solo pueden provenir de un buen escritor. McKay terminó siendo el hombre adecuado para dirigir La Gran Apuesta, un film que explica como se gestó la explosión de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que afectó a todo el mundo y generó catástrofes económicas generalizadas entre 2007 y 2010. Su narración poco convencional rompiendo la cuarta pared para explicar complejos conceptos económicos mediante cameos de celebridades y su correcto balance de comedia con drama la convirtieron en una de las películas mejor criticadas del año. Ahora McKay decide dejar de lado la economía y las finanzas para contar la vida de uno de los políticos más ambiciosos y reservados: Dick Cheney, el vicepresidente más poderoso de la historia de los Estados Unidos. Richard “Dick” Cheney (Christian Bale) inicia la película en el 11 de septiembre de 2001, ya siendo vicepresidente de los Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush (Sam Rockwell). Con los atentados contra el World Trade Center en marcha todo es caos, desesperación y confusión. Solo él parece tranquilo, entusiasmado, analizando las posibilidades que el atentado terrorista abría para su país, el mundo y las grandes empresas petroleras. A través de la narración de un americano promedio llamado Kurt (Jesse Plemons), conoceremos la juventud de Cheney, quién decide enderezar su vida para no perder a su fiel esposa Lynne (Amy Adams), pilar fundamental de su familia y su carrera política. Años después comenzará su camino en Washington, como pasante en la Casa Blanca trabajando para Donald Rumsfeld (Steve Carell), asesor político del entonces presidente Richard Nixon. Cheney, un hombre de pocas palabras, aprenderá a mantener los oídos atentos y rodearse de la gente correcta hasta forjar una carrera política que lo llevó de reparar tendidos eléctricos en Wyoming a convertirse en jefe de Gabinete de la Casa Blanca, secretario de defensa, Congresista en la Cámara de Representantes, CEO de la petrolera Halliburton, Vicepresidente y principal artífice de las invasiones a Afganistan e Irak, conflicto bélico que dejaría miles de muertos y prisioneros torturados, llevaría al nacimiento del Estado Islámico y serviría como fachada para oscuros negociados entre empresas petroleras y contratistas militares. McKay, claramente parado en las antípodas ideológicas y políticas de Cheney y sus secuaces, plantea la película con la sutileza de un mazazo en la cabeza. Con una bajada de línea que comparte más de una similitud con el estilo de Michael Moore El Vicepresidente se planta como una biografía no autorizada de uno de los personajes políticos más siniestros, mostrando sin concesiones como la vida de este adicto al poder moldeó la política norteamericana y el peso de sus acciones, cuyas consecuencias pueden sentirse hasta el día de hoy. Sin duda el trabajo interpretativo de Christian Bale (que ganó casi 20 kilos para el papel) va más allá de la transformación física y las capas de excelente maquillaje. El actor británico captura cada gesto, movimiento, postura y elemento de lenguaje corporal de Cheney, un hombre parco, que demuestra poco con la cara pero al ver su media sonrisa torcida, mientras une sus manos con el cuello hundido entre los hombros como una tortuga, el espectador puede notar como los engranajes de su maquiavélico cerebro se ponen en marcha, buscando acumular más poder. Adam McKay conoce el poder de la sátira para comunicar un mensaje y en El Vicepresidente le da rienda suelta a su irreverencia y un oscuro y ácido sentido del humor. Políticos hablando alegremente de bombardear Camboya, negociaciones entre Bush y Cheney mezcladas con planos de pesca con mosca (lanzar un señuelo al agua y esperar que el animal pique), la breve pero genial escena con Alfred Molina en el restaurant, el “falso final de la película” y una escena post créditos espectacular. McKay imagina a Cheney y su esposa recitando soliloquios shakespearenos y nos muestra al vicepresidente acostado en una camilla, literalmente sin corazón, mientras la escena se interrumpe por metraje de bombardeos. tortura y soldados posando junto a cadáveres irakíes. Con un tono que fluctúa constantemente entre la comedia y el drama casi documental, una edición brillante y por momentos caótica pero controlada (el trabajo de Hank Corwin es muy bueno) y la sobresaliente labor del elenco, McKay logra entregar una película que para muchos puede resultar incómoda por su clara bajada de línea, pero a la vez necesaria, para reconocer la historia de los inescrupulosos jugadores silenciosos del poder.
La genialidad visual y el bochorno con el texto conviven en Glass. Un muestrario de los mayores aciertos y las peores falencias que hay a lo largo de la filmografía de Shyamalan. El trabajo actoral logra rescatar este cierre apenas digno para una trilogía que despertó grandes expectativas y finalizó con su eslabón más débil. Después de sorprender al mundo con Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999), la segunda película más taquillera del año después de Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma, el cineasta hindú sorprendió al mundo y se instaló como uno de los nombres más populares y brillantes de Hollywood en la época. A su éxito inicial lo siguió con dos grandes películas: El Protegido (Unbreakable, 2000) un film que deconstruía y repensaba los mecanismos y narrativas presentes en los cómics de superhéroes dentro de un contexto anclado en la realidad. Los espectadores entraban esperando un drama con tintes de thriller psicológico y se iban maravillados por la premisa oculta de la película. Dos años más tarde, el director amante de Hitchcock y Spielberg entregaría Señales (Signs, 2002), la historia de una familia lidiando con el duelo y una crisis de fe que deviene en thriller de ciencia ficción cuando unos extraños e inquietantes alienígenas aparezcan en la tierra y comiencen a acecharlos. Después de la dispar La Aldea (The Village, 2004) y cuando el público comenzaba a acostumbrarse (y hartarse) de sus finales con plot twists y los diálogos torpes y cargados de exposición, su carrera sufriría un intenso declive que parecía no tener final. Dos años más tarde, llegaría su primera bazofia infame conocida como La Dama en el Agua (Lady in the Water, 2006), un proyecto nacido del amor que Shyamalan siente por su propia genialidad y alimentado por su ego inflado por la prensa y sus fans (a modo de ejemplo: en la película, Shyamalan encarna a un autor que escribirá un libro tan genial y lleno de ideas revolucionarias que inspirará a un joven a convertirse en un líder mundial que cambiará el mundo para bien, pero el escritor será asesinado por eso. Él, abnegado artista dispuesto a mejorar la humanidad, decide valientemente morir por su obra para salvarnos a todos). Y no me hagan empezar con la protagonista a salvar, llamada Historia (¿entienden chicos? Es una metáfora ¡Brillante!). A ese bodrio seguiría con El Fin de los Tiempos (The Happening, 2008) un film de eco-terror que pretendía ser algo que asuste de verdad y terminó siendo un espectáculo lamentable que da miedo de lo mala y pobremente ejecutada que es (cuando las primeras críticas y reacciones negativas empezaron a surgir, Shyamalan fue rápido en decir que su idea siempre fue “hacer una película clase B” cuando las entrevistas previas del director y el marketing de la película indicaban un thriller serio y terrorífico), la mala racha siguió con sendos desastres genéricos como El Último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010) y Después de la Tierra (After Earth, 2013). La carrera del director daría un giro con la correcta y efectiva Los Huéspedes (The Visit, 2015) y volvería al centro de la escena con la sorprendente Fragmentado (Split, 2016), thriller sobre un individuo trastornado con 23 personalidades diferentes a la espera de la aparición de una nueva personalidad bestial con poderes sobrehumanos. Grande fue el asombro cuando los espectadores descubrieron en una escena post-créditos al mejor estilo Marvel que Fragmentado era una secuela encubierta de El Protegido. Sí, atestiguamos la historia de origen del villano que David Dunne debería enfrentar. 19 años después del estreno del primer capítulo de esta trilogía el hype está por las nubes y los fans esperan ansiosos el enfrentamiento del héroe con sus villanos, aunque tal vez deberían bajar un poco sus expectativas. Las múltiples personalidades de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) están preparando el terreno para una nueva aparición de su faceta más bestial. El justiciero David Dunne (Bruce Willis) está en la búsqueda de cuatro jóvenes secuestradas para alimentar a La Bestia. Sus caminos se cruzarán y después de una breve batalla serán detenidos por la Doctora Ellie Stapler (Sarah Paulson), una psicóloga especializada en tratar a individuos trastornados que creen ser superhéroes y villanos. Serán transferidos al Hospital Raven Hill Memorial, donde ya está internado Elijah Price (Samuel L. Jackson), la mente maestra conocida como Mr. Glass. El hombre detrás del atentado que “despertó” los poderes de David. La especialista intentará por todos los medios desarmar la psiquis de nuestros protagonistas y demostrar lógicamente que no existen las personas con habilidades sobrehumanas. Mientras esto sucede, la brillante y calculadora mente de Elijah se pondrá en marcha intentando orquestar un enfrentamiento entre La Bestia y El Overseer para demostrarle al mundo que los héroes y villanos con poderes no existen solo en las viñetas. Glass tiene todos los elementos para ser una gran película y cerrar esta trilogía por todo lo alto pero termina quedándose a mitad de camino por sus fallas en la ejecución, correspondientes a un Shyamalan que volvió a enamorarse de su propio genio y cae en lo peor de sus vicios. La película comienza apasionante y a los primeros 40 minutos todos los personajes están presentados, el film avanza con buen ritmo en su primer acto. Es en el momento en que los tres jugadores principales confluyen en el hospital psiquiátrico que la película decide clavar el freno de mano y entregar un nudo soporífero que se hace eterno. La historia no avanza hacia ningún lado y escena tras escena se sucede sin mayores cambios ni emociones, con la doctora y los tres supuestos superhumanos hablando sin parar. Es ahí donde Glass (y su director/guionista) comienza a mostrar la hilacha. Un constante intercambio de diálogos pomposos cargados de exposición que tiñen a su interesante comienzo con una capa de tedio difícil de sacudir. Nada en Glass es dejado al azar, no hay espacio para la interpretación. Shyamalan debe suponer que su público es muy corto de mente porque el texto de la película nos explica absolutamente todo, siempre remarcándolo más de la cuenta hasta hartar. El segundo acto es un verdadero ejercicio de paciencia. Es más cerca del final (ya habiendo pasado una hora y media de película) cuando las cosas vuelven a ponerse interesantes, pero para este punto la película ya perdió al espectador. El plan de Mr. Glass ya está en marcha y el duelo es inevitable. La emocionante conclusión que nos prometieron está ahí, desarrollándose ante nuestros ojos, pero también está esa inexplicable sensación de… vacío. El trabajo de cámara y puesta de escena de Shyamalan sigue siendo muy bueno y los actores lo dan todo, aunque es imposible no pensar que el gran enfrentamiento podría ser más que dos pelados forcejeando en un estacionamiento. Y no se preocupen, Shyamalan a través de Mr. Glass se toma el tiempo para explicarnos lo que es una confrontación (showdown) entre el héroe y el villano. Demás está decir que el trabajo actoral de Glass termina siendo su mayor fortaleza. James McAvoy es el verdadero MVP de la película dando rienda suelta a su histrionismo para encarnar las múltiples personalidades que ya habíamos visto en Split y algunas nuevas. Bruce Willis regresa al papel de David Dunne, el parco y duro héroe, mientras que Samuel L. Jackson se divierte siendo la mente brillante y manipuladora que maneja a los demás como piezas de un ajedrez macabro. Quien sufre por las desprolijidades del guion es Sarh Paulson, su personaje debe estar constantemente hablando y le tocó bailar con algunas de las peores líneas del guion. Anya Taylor-Joy vuelve a encarnar a Casey Cooke, la víctima que sobrevivió a La Bestia y parece ser la clave para detener al villano. También es un lindo gesto ver a Spencer Treat Clark volviendo al papel de Joseph, el hijo de David (sí, es el mismo actor de Unbreakable). Charlayne Woodward tiene poco que hacer en pantalla como la madre de Elijah (que extrañamente parece tener la misma edad que su hijo). ¿Todas estas falencias alcanzan para hacer de Glass una mala película? No. El film logra sostenerse en gran parte por el excelente trabajo que hicieron sus predecesoras al establecer estos personajes. La labor de Shyamalan con la cámara y el uso del color sigue siendo muy buena, ningún plano está librado al azar y el plan de la película parece estar meticulosamente calculado, tanto como las maquinaciones de Mr. Glass. Eso sí, como no podía ser de otra manera, prepárense para un plot twist antes del final que puede finalizar la experiencia de Glass en una nota alta o descarrilar completamente la película. Queda a gusto de quien la mire.
Con una dirección poco clara y una sobreabundancia de personajes y subtramas, Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald apela más a la nostalgia por el Mundo Mágico, las conexiones con la saga Harry Potter y el cariño que le tenemos a los personajes ya desarrollados antes que contar una historia que conecte con el espectador. La gran saga basada en las aventuras del niño mago que sobrevivió a Lord Voldemort sigue expandiendo su ya inmenso lore y universo. Rowling no se contenta con quedarse encerrada en los muros de Hogwarts y busca llevarnos a explorar el Wizarding World de la mano de el magizoólogo Newt Scamander. En la primera entrega de esta nueva saga Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos (Fantastic Beasts and Where to Find Them, 2016) conocimos al entrañable personaje interpretado por Eddie Redmayne, su ejército de criaturas mágicas y el mundo mágico de los Estados Unidos. En esta nueva aventura desarrollada en Francia veremos la aparición del joven Albus Dumbledore, interpretado por Jude Law, y el mago oscuro Gellert Grindelwald tomará un rol más prominente. Newt Scamander (Eddie Redmayne) desea continuar con su investigación sobre animales fantásticos pero el Ministerio de la Magia británico le impide salir del país después de su pequeña aventura en New York. Tras un encuentro con Albus Dumbledore (Jude Law), su ex profesor de Hogwarts le encarga viajar a París para proteger a Credence Barebone (Ezra Miller) el joven portador de un poderoso obscurial, que es codiciado por el mago tenebroso Gellert Grindelwald (Johnny Depp). Grindelwald escapa al ser trasladado a Europa y se decide a reclutar nuevos seguidores a su causa de supremacismo mágico de cara a la guerra que se avecina. Quedará en manos de Newt, Tina Goldstein (Katherine Waterston), Theseus Scamander (Callum Turner) y Leta Lestrange (Zoë Kravitz) poner un freno a las ambiciones de Grindelwald y evitar que logre convencer a Credence de unirse a su bando. En la práctica Los Crímenes de Grindelwald funciona como una de esas películas “de transición” dentro de una franquicia (caso Iron Man 2 o Avengers: Age of Ultron, para comparar con una que conozcan todos), films que están más preocupados en setear futuras secuelas y presentar nuevos personajes que no hacen mucho pero podrían ser importantes más adelante antes que por contar su propia historia. Así como en el logo de esta nueva película las palabras “Animales Fantásticos” se ven más pequeñas, eso también sucede con la historia. Si nos guiamos por lo que plantea esta nueva película, la saga Animales Fantásticos ya no es la historia de Newt Scamander y sus adorables animalitos mágicos, el magizoólogo toma el asiento del acompañante y es Grindelwald quien se pone detrás del volante. La trama de la película gira en torno a él, su amenaza se siente latente aún cuando no se encuentra en la escena. Para llamarse Los Crímenes de Grindelwald, vemos muy pocos crímenes por parte del mago oscuro. Grindelwald es otro tipo de villano, más sutil y controlado que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Prefiere mantener su figura en la sombras, utilizar su encanto y sus habilidades de persuasión para dejar a sus secuaces encargarse del trabajo sucio y cautivar a inocentes e ingenuos haciéndoles creer que su cruzada de supremacismo mágico es por una buena causa. Todo esto tiempo de metraje dedicado al villano termina dejando en segundo plano las historias de nuestros protagonistas y los nuevos personajes introducidos en esta película. Esta sobreabundancia de subtramas manejadas a los ponchazos hace que nos cueste conectar con aquellos que no conocemos desde la película anterior. Leta Lestrange, Nagini (Claudia Kim), Nicolas Flamel (Brontis Jodorowsky), Theseus Scamander y Yusuf Kama (William Nadylam) no podrían importarnos menos ni aunque lo intentaran. Tranquilamente podrían haber desaparecido de la película y el resultado sería el mismo. Eddie Redmayne sigue siendo tan adorable como ya lo demostró en la película anterior. Veremos una menor variedad de criaturas mágicas pero los favoritos del público (el bowtruckle Pickett y el travieso Niffler) regresan. Depp brinda una interpretación correcta en el papel del villano (sin caer en la repetición de sus gestos a la Jack Sparrow) pero la verdadera revelación es Jude Law como Albus Dumbledore. El actor parece haber estudiado al personaje en detalle y logra transmitir un aura de sabiduría, misterio y poder. Los momentos de mayor emoción que sin duda llevarán a los fans al borde de las lágrimas son las escenas en Hogwarts donde veremos a Newt y Leta en su juventud, acompañados por la genial banda sonora de James Newton Howard. Siguiendo por el lado técnico, David Yates utiliza algunos primeros planos confusos e innecesarios en el primer acto de la película, sumado a momentos íntimos donde la cámara se mueve demasiado, distrayendo al espectador. Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald es una película que deleitará a los fans, pero su excesiva dependencia del factor nostálgico y la enorme cantidad de subtramas mal resueltas y personajes poco atractivos pueden hacer que sea difícil de seguir por el público casual. Y la impresionante revelación final dejará sorprendido a todo el fandom.
Correcta, respetuosa y sin fisuras. Bohemian Rhapsody es una biopic de manual que no necesita estar a la altura de la leyenda de Queen para brindar un espectáculo emocionante que hará cantar y mover los pies a cualquiera. Por muchos (entre ellos, este humilde redactor) Queen es considerada la mejor banda del mundo. Con un inmenso repertorio de éxitos arrolladores capaces de sacudir hasta a los muertos, un amplio abanico de estilos y un ansia por reinventarse en cada álbum que los hace difícil de encasillar, una presencia escénica sin precedentes y un dominio total de las masas de espectadores que, hipnotizadas por su música, se volvían uno con la banda en sus presentaciones de estadio. Todo eso los hizo convertirse en una figura emblemática de la historia del rock. Pero principalmente Queen tenía una ventaja con la que ninguna otra banda de rock contaba: Queen tenía a Freddie Mercury. Un showman dueño de una voz prodigiosa y un carisma arrollador que se convirtió en una de las más grandes leyendas del rock. Bohemian Rhapsody (la película, no la canción) tuvo un desarrollo bastante caótico detrás de escena: en primer lugar iba a ser protagonizada por Sacha Baron Cohen (Borat, 2006), los integrantes de la banda Brian May y Roger Taylor se involucraron en el proceso creativo para tratar de “proteger el legado de la banda y Freddie” (originalmente la película iba a ser más adulta) y Cohen terminó abandonando su sueño de encarnar a Freddie Mercury. Más adelante entró Rami Malek (Mr. Robot) y el proyecto comenzó a caminar pero las constantes ausencias en el set del director Bryan Singer (X-Men, 2000) complicaban tanto el rodaje y la relación con el elenco que 20th Century Fox lo despidió y contrató a Dexter Fletcher (Eddie the Eagle 2015, Rocketman 2019) para hacerse cargo de las ultimas semanas de filmación y la post producción de la película. Farrokh Bulsara (Rami Malek) es un joven parsi que vive en Londres y sueña con ser músico. Un encuentro fortuito con los integrantes de la banda Smile, el guitarrista Brian May (Gwilym Lee) y el baterista Roger Taylor (Ben Hardy), lo pondrá en el camino al estrellato. Juntos formarán una banda de rock legendaria, Farrokh se convertirá en el icónico Freddie Mercury, comenzará una relación con Mary Austen (Lucy Boynton) a la vez que conoce los excesos que vienen aparejados con la fama y explorará su sexualidad. La película traza un recorrido narrativo que va desde la formación de Queen, su ascenso a la fama mundial de la mano de grandes éxitos como Bohemian Rhapsody, Love of my Life y We Will Rock You, las constantes tensiones entre los integrantes de la banda hasta culminar en la mítica presentación en el Live Aid de 1985, para muchos, la mejor presentación en vivo de una banda de rock. Desde el vamos Bohemian Rhapsody es una película que tenía una vara muy alta por parte de los espectadores que esperaban una película que esté a la altura de la leyenda de Queen, que sea tan encantadora y carismática como Freddie Mercury. Las primeras reacciones de la película hablaron de un film bastante tradicional y poco inspirado, pero eso no significa que nos encontremos ante una mala película. De hecho Bohemian Rhapsody es todo lo contrario. La película de Singer/Fletcher funciona como una suerte de “biografía autorizada” de Queen y Mercury, una pequeña ventana para espiar dentro de la intimidad de la banda, para conocer como se cocinaron algunos de sus más grandes éxitos. Bohemian Rhapsody peca de ser una biopic convencional, de presentar una historia casi carente de conflicto, y los pocos que si tiene los resuelve de forma simple. Cuando las biopics de formula tienen una historia que no es lo suficientemente interesante o inspiradora para captar la atención del público terminan siendo un bodrio, pero este no es el caso. La riqueza de la historia de la banda, la genialidad de su música y el magnetismo de sus actuaciones en vivo logran elevar una película normal hasta convertirla en un verdadero espectáculo. No esperen encontrar un relato sórdido sobre las descontroladas fiestas y orgías de Freddie, no busquen la “historia jamás contada” de Queen. Bohemian Rhapsody es una celebración de la genialidad y la leyenda de Queen y Mercury. Un crowd pleaser diseñado para hacerte mover los pies y cantar al ritmo de una de las bandas más grandes de la historia. Rami Malek no cantará con su voz pero sí se entrega con todo al papel de Freddie Mercury. En ningún momento lo vemos desaparecer en el papel de Freddie pero si hay un trabajo de lectura y aprendizaje del lenguaje corporal y el carisma de Mercury que es verdaderamente admirable. Lo mismo corre para Gwilym Lee (es IGUAL a Brian May) y Ben Hardy y Joseph Mazzello en menor medida. Se brindan con todo para dar una actuación convincente y nos terminan vendiendo la figura de estrellas de rock. De más está decir que la película brilla en todos los rubros técnicos: desde el sonido, la cámara, el diseño de arte y vestuario y la fotografía. Todo impecable, como acostumbran las producciones de grandes estudios. El principal fuerte de Bohemian Rhapsody es el material de base sobre el que se construye: el legado de una de las leyendas del rock. Una película capaz de hacerte sentir, bailar y cantar, una película que logra emocionarte en su secuencia final y salir del cine tarareando canciones nunca puede ser mala.
La nueva Halloween es una carta de amor en clave de homenaje a la película original y al género. Terrorífica, cruda, prolija y emocionante. La franquicia vuelve a levantarse de entre los muertos como Michael Myers de la mano de una Jamie Lee Curtis impecable. El 27 de octubre de 1978 el cine de terror (y la industria cinematográfica en general) sería testigo de un estreno que cambiaría las cosas para siempre. El gran John Carpenter (Assault on Precinct 13, The Thing, Escape from New York) estrenaba su tercera película, una joya que se convertiría en una de las más influyentes y celebradas cintas de horror de todos los tiempos, y para algunos, la mejor): Halloween. La película contaba con un presupuesto ínfimo (poco más de US$ 300.000) y apenas un actor conocido en el elenco (Donald Pleasence en el papel del Doctor Loomis) pero fue un éxito masivo que recaudó unos 47 millones de dólares, sentó las bases del género slasher —películas de asesinos— y cambió la forma de hacer películas de terror durante la próxima década. Mucho se puede decir para explicar el éxito de la Halloween original: la belleza de su simpleza, el famoso plano POV del principio, la inolvidable banda sonora compuesta por Carpenter, ese manejo del suspenso y la tensión casi Hitchcockiano, la invención de ciertos elementos que se volverían indispensables para el género (“el asesino siempre se levanta”), convertir a la debutante Jamie Lee Curtis en la scream queen definitiva. La historia no es nada rebuscada (y eso es gran parte de su encanto): en la noche de Halloween de 1963 el joven Michael Myers asesina a su hermana a puñaladas y es encerrado en una institución psiquiátrica. 15 años después el psicópata escapa y comienza a acechar a Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) y sus amigos. Con el éxito llegaron las secuelas. Desde una Halloween II (1981) que intentó continuar con la historia de la original, Halloween III: Season of the Witch (1982) una suerte de spin off espantoso con pretensiones de iniciar una antología, la cuarta quinta y sexta parte que trajeron a Michael Myers de la muerte e intentaron dar una explicación falopa y sobrenatural sobre por que no puede quedarse muerto, Halloween H20: 20 Years Later (1998) una séptima entrega bastante digna que recupera al personaje de Laurie Strode y hace un retcon con las 3 películas anteriores y Halloween: Resurrection (2002) una bazofia absoluta que mató a la franquicia. Años después el director Rob Zombie reimaginó el origen de Michael Myers en el reboot Halloween (2007) y Halloween II (2009), buscando crear algo radicalmente diferente. ¿Cuál es el saldo de esta franquicia? Una obra maestra, varias películas malas, un par de secuelas dignas y dos reboots flojos de papeles. ¿Qué sería lo más sensato a la hora de seguir adelante? Barrer toda la porquería bajo la alfombra y volver a la original. Pasaron 40 años desde aquella fatídica noche en la que Michael Myers (Nick Castle y James Jude Courtney) escapó del psiquiátrico y regresó a aterrorizar su pueblo natal Haddonfield, Illinois. Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) fue la única sobreviviente de ese encuentro que la marcó para siempre. Pasó 40 años reviviendo los horrores de esa noche, preparándose para el regreso de Myers con un solo objetivo en mente: matarlo de una vez y para siempre. Su trauma la llevó al extremo de entrenar a su hija Karen (Judy Greer) durante años para una confrontación que nunca llegó, arruinando su relación con ella y alejando a su nieta Ally (Andi Matichak). Pero cuando el asesino escape después de un nuevo traslado, Laurie deberá sobreponerse a su paranoia para enfrentar al psicópata que la aterrorizó en su juventud antes de que ataque a su familia. Halloween (2018) es una película hecha con mucho amor y respeto por la Halloween original pero que no se queda simplemente en el homenaje y la referencia para satisfacer a los fans. La película de David Gordon Green (Pinneaple Express, Stronger) toma las mejores enseñanzas del film de Carpenter y las utiliza para revitalizar la franquicia en una nueva dirección más audaz y apegada a sus raíces. Después de una escena introductoria la película presenta una secuencia de títulos calcados a los de la película original (con el regreso de la icónica melodía de compuesta por Carpenter, acompañado en este caso por su hijo Cody) pero ahora vemos una lámpara de calabaza aplastada y destrozada que lentamente va recomponiéndose. Eso es la perfecta analogía para definir esta película. Quien comanda el film y se apropia de cada escena es la inoxidable Jamie Lee Curtis, que encarna a una endurecida y parca Laurie Strode al estilo de Sarah Connor en Terminator 2. Una mujer que sobrevivió a una experiencia terriblemente violenta y decide prepararse para no volver a ser una víctima indefensa. Curtis brinda una actuación magnética, de lo mejor de su carrera. Para los aficionados que busquen terror y emociones fuertes, las hay a montones. Halloween presenta muchas muertes, algunas de ellas particularmente oscuras y siniestras sin caer en el gore desenfrenado. Varias ejecutadas con un excelente in crescendo de la tensión (la escena del baño) y otras reflejando las muertes de la película original (están todas las referencias). La película también presenta un lindo juego de inversión de roles en momentos clave, así que los fans de la original van a disfrutarla particularmente. Lo más interesante que se puede decir de esta nueva entrega es que permite una segunda lectura. Jamie Lee Curtis definió a Halloween (2018) como una película sobre el trauma. En entrevistas declaró que “el trauma es el efecto residual de la violencia. Es generacional. Se pasa si no se resuelve y en el mundo estamos teniendo una conversación que ha sido silenciada durante mucho tiempo. Se han resaltado los efectos profundos y duraderos que el trauma ha tenido en los sobrevivientes de abuso y violencia”. Y la actriz lleva a la scream queen, la niñera indefensa, a convertirse en una sobreviviente que lucha y no solo por un instinto primario de supervivencia, sino para plantarse de cara al mal y enfrentarlo de igual a igual. No hay nada es más aterrador para un depredador que una presa arrinconada que se convierte en cazadora.
La sobria dirección de Cooper, una narración clásica, la cuidada fotografía y una increíble banda sonora demuestran que las buenas historias pueden volver a contarse una y otra vez sin perder su impacto y efectividad. Nace una Estrella (A Star is Born) es una de las historias del Hollywood clásico que más veces se han vuelto a contar. La primera versión oficial de la película data del año 1937 dirigida por William A. Wellman y protagonizada por Fredric March y Janet Gaynor (y digo oficial porque tiene enormes similitudes con Hollywood al Desnudo (What Price Hollywood?), película de 1932 dirigida por George Cukor). El propio Cukor tendría la oportunidad de dirigir una nueva versión de Nace una Estrella con la legendaria Judy Garland y el británico James Mason en los roles protagónicos. Dos décadas más tarde llegaría el momento de Barbra Streisand y Kris Kristofferson bajo la dirección de Frank Pierson. Es en la versión de 1976 cuando se cambia el trasfondo de la historia. Mientras las primeras dos versiones nos mostraban a una aspirante a actriz que triunfa en el mundo de los musicales cinematográficos, en el film de Streisand vemos como ella ingresa por la puerta grande a la industria de la música. Con esta nueva base es que el actor Bradley Cooper (Silver Lining’s Playbook, 2012) toma la historia clásica y le agrega un giro moderno en esta nueva versión. Jackson Maine (Bradley Cooper) es un talentoso y afamado cantante de country/rock con problemas de bebida que al caer en un bar de drags termina siendo cautivado por la voz de Ally (Lady Gaga), una camarera y aspirante a cantante que nunca tuvo su oportunidad para brillar. Juntos iniciarán un apasionado romance y Jack ayudará a Ally a forjar su carrera, pero a medida que la fama de Ally crezca la lucha contra los demonios internos de Jack se volverá cada vez más difícil. Nace una Estrella es una película fascinante. Desde la fotografía y la música el film se plantea como un gran espectáculo emocional potenciado por el carisma y el talento de los intérpretes. Tanto Cooper como Gaga la descosen en el escenario (ambos cantando de verdad nada de lipsync) y se ponen la película al hombro. A pesar de que su papel no la exige demasiado en el aspecto dramático (parece ser un rol hecho a medida para que se luzca), la popular cantante triunfa en su primer protagonico en cine. Cooper (más allá de una actuación sin fisuras) logra probarse como un director más que competente con una carrera a tener en cuenta. Su primera película no se siente como una opera prima sino como el producto de un cineasta experimentado, con ayuda de la fotografía de Matthew Libatique (colaborador habitual de Darren Aronofsky) que captura unos planos naturalistas de gran belleza visual. Sam Elliott cumple en un papel de reparto como el hermano mayor de Jackson Maine y protagoniza algunos de los momentos emocionales más contundentes y mejor actuados de la película. Cooper y Gaga tienen una química innegable y transmiten una sensación de amor y admiración mutua que traspasa la pantalla. La historia toca las mismas notas que la película de Streisand y Kristofferson pero con un instrumento más moderno y armonioso. Además vuelve a traer a la mesa el debate sobre la música de corte más clásico donde el artista expresa sus sentimientos versus el pop prefabricado y superficial, motivado por las ambiciones comerciales de la industria. La música es el alma de la película y las canciones quedarán sonando en la cabeza del espectador durante días. Pese a que la historia peca de ser predecible por momentos y narrativamente se siente algo desbalanceada (hay momentos en que los acontecimientos se apresuran innecesariamente), Nace una Estrella es una gran película con mucho corazón y excelentes interpretaciones. Que no les sorprenda verla nominada a muchos premios el próximo año.
Entretenida, bien ambientada, con buenos sustos pero nada memorable, La Monja será más apreciada por aquellos que estén familiarizados con la saga El Conjuro. El cineasta malayo James Wan tiene un talento especial a la hora de crear historias de terror. De Saw (2003) y Saw II (2004), pasando por Dead Silence (2006), Insidious (2008) e Insidious: Chapter 2 (2013) sin dudas su trabajo más genial hasta el momento es la saga de The Conjuring (2013). Las películas que siguen la historia (ficcionalizada) de los casos (reales) a los que se enfrentaron los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren se ganaron el visto bueno del público y la crítica con su buen manejo del suspenso, generación de climas y atmósferas opresivas y su encanto old school en un mercado de terror que parecía harto de las bazofias en found footage y el torture porn. Los demonios, fantasmas clásicos y posesiones infernales volvieron al centro de la escena del cine de terror mainstream. El estudio aprovechó el gran potencial de las crónicas paranormales del matrimonio Warren para explotarlo en precuelas y spin-offs varios que corrieron una suerte bastante dispar. Mientras la crítica se rendía ante The Conjuring y su secuela, el primer spin-off (Annabelle, 2014) fue recibido con reviews bastante negativas a pesar de que la “marca” El Conjuro le aseguró una taquilla más que aceptable. Para la secuela (Annabelle: Creation, 2017) dejaron el trabajo en manos de un director más experimentado en el terreno del terror y el resultado fue mucho mejor. Ahora el creciente universo de El Conjuro nos lleva a conocer el origen de uno de sus más aterradores demonios: Valak, de The Conjuring 2. Tras el suicidio de una monja en una abadía rumana en 1952 el padre Burke (Demián Bichir) es enviado por el Vaticano a investigar el hecho y comprobar que el terreno del convento siga siendo sagrado. Junto a él viajará la hermana Irene (Taissa Farmiga), una novicia británica que aún no ha tomado sus votos y es perturbada por extrañas visiones. Con la ayuda de un pueblerino local apodado Frenchie (Jonas Bloquet) la pareja de religiosos se adentrará en el oscuro convento para descubrir que los eventos siniestros son obra de una presencia diabólica encerrada en lo profundo de la abadía. La Monja es una efectiva y convencional película de terror que cumple con lo que promete y no busca más que entretener y asustar por igual. Su principal virtud es la correcta construcción de atmósfera terrorífica que logra sumergir al espectador en su mundo y una más que pulida puesta en escena de ambientación gótica y oscura que recuerda por momentos a las películas de explotation de terror religioso, con toda su carga de convenciones y clichés (rezos en latín, cruces invertidas, pentagramas, serpientes, etc). Su acotada duración y buen ritmo hace que la película pase volando y el espectador se quede ansioso con ganas de más. El mayor inconveniente de la película (y poniéndonos un poco minuciosos) se encuentra en la constante repetición de ciertas fórmulas a la hora de construir la mayoría de los sustos. A lo largo de la película veremos a los personajes caer en la misma trampa de seguir una silueta familiar o un susurro hasta el lugar más oscuro y tenebroso, solo para ser sorprendidos por una mano que aparece fuera de campo, un monstruo aterrador y gritón que salta desde las sombras o la presencia de la siniestra monja que aparece después de un giro de cámara. La marca autoral se siente a través de los climas y la sensación general que la película logra, no está muy lejos de la atmósfera general que se siente viendo cualquiera de las películas de la saga de El Conjuro (el soundtrack con los coros de lamentos recuerdan ciertos pasajes sonoros de The Conjuring 2) y esto tiene que ver con la presencia de Wan y Gary Dauberman (guionista de las dos películas de Annabelle) en el guión de la película. La Monja termina siendo un entretenimiento terrorífico bien logrado que cae del lado de los aciertos como Annabelle: Creation pero aún se encuentra a años luz de la calidad encontrada en las historias de los Warren. El universo El Conjuro sigue gozando de buena salud.
Audaz, inquietante y por momentos incómoda, Trapero se la juega por una historia simple pero arriesgada que se mantiene a flote por la tensa atmósfera que genera, su belleza estética y la buena labor de sus intérpretes. A lo largo de sus casi 20 años de carrera, Pablo Trapero pasó de ser un cineasta fundamental del nuevo cine argentino con sus películas independientes (Mundo Grúa 1999, El Bonaerense 2002) a director de la producción nacional más grande y taquillera del 2015 (El Clan). En esta —su novena película como director— el director se la juega por una historia simple pero con una apuesta audaz y provocativa en su tono. Mia (Martina Gusman) vive junto a su madre Esmeralda (Graciela Borges) y su padre en la bella y pacífica finca familiar llamada La Quietud. Cuando su padre sufra un ACV mientras testificaba ante un fiscal y quede en coma, su hermana Eugenia (Bérénice Bejo) regresa de París para acompañar a la familia en este difícil momento. El reencuentro de las hermanas, los favoritismos de los padres, la presencia de Vincent (Edgar Ramírez), el marido de Eugenia, y Esteban (Joaquín Furriel) -contador amigo de la familia- destaparán una trama de secretos, mentiras y tensión sexual que amenaza con destruir la aparente paz del campo. Lejos estamos del primer Trapero minimalista e independiente (Mundo Grúa, El Bonaerense) que luego evolucionó a un cineasta con proyectos de mayor talla con cierto compromiso social (Carancho, Leonera, Elefante Blanco). El director siempre se caracterizó por no enfrascarse en una temática concreta e ir construyendo su estilo mientras explora distintos relatos. La Quietud nos invita a espiar en la intimidad de una familia burguesa de apariencia perfecta que oculta una gran cantidad de secretos y miserias enterradas a lo largo de su historia. Graciela Borges en el papel de rigurosa y gélida matriarca que no oculta el favoritismo por una de sus hijas (y el desprecio hacia la otra) es la principal fortaleza de la película. Esmeralda es la titiritera que maneja los enredados hilos de su núcleo familiar y sus allegados. La reina del cine argentino logra devorarse la atención del espectador y secuestrar cada escena como si hubieran sido diseñadas exclusivamente para su lucimiento. Si bien Borges es “la cabeza” de la película sin dudas las hermanas son el corazón. Su vínculo es el más fuerte y deberá resistir las olas de secretos y mentiras que amenazan con destruir ese amor fraternal, el único lazo puro y real que parece existir en la película. La química y complicidad que comparten Martina Gusman y Bérénice Bejo es tan auténtico que cuesta creer que no sea parientes en la vida real (y el parecido físico también ayuda). Edgar Ramírez y Joaquín Furriel aprueban con creces en sus roles secundarios pero no son más que accesorios para la trama relegados a un segundo plano por las mujeres de la historia. Esto no es una falla de construcción de personajes, es por diseño, el universo de La Quietud es profundamente femenino. Trapero se arriesga con un tono que por momentos se vuelve incómodo (hay algunas escenas de alto voltaje y en la película se habla de sucesos bastante oscuros de la historia de nuestro país) y se luce como un gran generador de climas y atmósferas. La Quietud no podría sostenerse sin eso. Una vez más demuestra su ojo experto que explota la belleza del entorno rural con planos de gran riqueza visual y algunos ejercicios de cámara muy bien logrados (un plano secuencia en el segundo acto de la película es verdaderamente excelente). La Quietud logra cumplir con las expectativas que genera como una de las grandes apuestas del cine nacional del año. Una película audaz que se atreve a salir de la zona de confort de las historias familiares intimistas sin caer en el melodrama con dos protagonistas que brillan a la hora de vendernos ese amor de hermanas. Un amor que (en consonancia con la canción que funciona como leitmotiv de la película) arrulla, ahoga, aplasta y te desarma.