La vara estaba muy alta: el film original de Ridley Scott es unánimemente considerado un clásico para prácticamente toda la comunidad cinéfila alrededor del mundo, y es una de las películas de ciencia ficción más importantes de la historia. Con todo ese bagaje, se puede decir que el desafío de continuar una historia que de por sí cerraba a la perfección (eso es, claro, teniendo en cuenta el último corte del director) implicaba más de un riesgo. El primero de ellos era precisamente caer en la redundancia y lo injustificado. ¿Supera estos retos la nueva película de Denis Villeneuve? Sí y no.
Por un lado, es indudable que Blade Runner 2049 es una obra importante en la carrera de un realizador que viene perfeccionando una filmografía que ya de por sí había arrancado con notable calidad de autor. El director de Prisoners (La Sospecha), Enemy (El hombre duplicado) y Sicario, ya se había probado en el sci-fi con la notable The Arrival (La Llegada), y está claro que es un conocedor -y amante- del género, y eso se nota con el cuidado y preciosismo con el que trata cada una de sus imágenes. Sin abandonar su costado “de autor”, Villeneuve rinde tributo al original a la vez que mantiene su visión aparte. En ese sentido, Blade Runner 2049 es más Villeneuve que Scott, por más que el bueno de Ridley produzca y auspicie el proyecto. Esto es algo bueno, pero no quita de encima un problema: la resolución de algunos conflictos y dilemas que habían quedado abiertos (intencionalmente) en la primera parte, no agregan interés a la trama sino que, irónicamente, le restan. Quien recuerde las emociones que experimentó al visionar el film de Scott tras el corte del director, sabe que, al igual que en la filosofía, valen más las preguntas que las respuestas. 2049 abre preguntas, pero cierra aquellas que resultaban mejor abiertas, y en ese costado es donde pierde en la inevitable comparación.
Si bien la historia sigue la rutina de un nuevo y más avanzado Blade Runner, interpretado con gran acierto por Ryan Gosling, la sombra de Rick Deckard está presente desde el comienzo (aún cuando no se lo menciona hasta casi mitad de la película), y las referencias (que van desde lo sutil hasta lo obvio) dicen presente a lo largo de todo el film. Gosling “retira” replicantes obsoletos y vuelve a su hogar solo, donde entabla una relación platónica con su “novia” virtual, que en definitiva no es más que un juguete digital que quiere una vida propia (algo tambien visto, y bastante mejor resuelto, en Her de Spike Jonze). Al final de cada velada, por supuesto, el ¿hombre? está más solo que al comienzo de su jornada laboral.
Vuelven a aparecer interrogantes que, esta vez por repetición dentro de la misma saga, pierden efecto: ¿que hace “humano” a un humano? ¿Qué es eso que algunos llaman “alma”? Y, la más importante y que termina pesando sobre las otras, ¿sueñan los androides con ovejas electricas… de nuevo? Chiste aparte, el título de la original novela de Philip Dick tiene mayor sentido en esta segunda parte, donde se hace directa alusión a la extinción de varias especies animales.
Blade Runner 2049 es una película que corre el camino inverso de su predecesora: donde la primera pregunta, la segunda responde (a lo sumo también repregunta, pero con menor peso) e irónicamente, donde la primera inicialmente fue un fracaso incomprendido por la crítica, la segunda es un éxito, al menos a nivel reseñas (por el momento, la taquilla no parece aquí acompañar tampoco). Está bien: eso sucede porque todos ya conocemos los planteos de la inicial, y sabemos que los veremos en la última. Y todo funciona, es cierto: la fotografía es hermosa e ilumina con maestría todas las escenas, la música resalta los ambientes, el guión entretiene (más que nada, a partir de su segunda mitad) y las actuaciones son soberbias. Sin embargo, algo falta. O, sin consideramos que la primera era ya un clásico, en todo caso sobra.