En 187 salas se estrena hoy la secuela de Blade Runner, film de culto (no cuando fue estrenado, en 1982) de Ridley Scott, que en este caso dirigió Denis Villeneuve (“La llegada”, “Incendies”, “El hombre duplicado”).
Impactante visualmente, esta secuela es pretenciosa, imponente, enamorada de sí misma, de su ‘importancia’, y se permite casi dos horas demasiado introductorias y explicativas, morosas, que intentan sostenerse en un diseño de arte y fotografía deslumbrantes. El problema está en que la acción llega bastante tarde: las escenas de Ryan Gosling y Harrison Ford son buenas, y son lo mejor de un film que continúa sus temáticas con algunas ideas interesantes pero no ya inolvidables ni rupturistas. Lo contemplativo parece ganarle a lo filosófico, a lo distópico, y no hay un equilibrio en ello: sin dudas una segunda parte de la obra de Scott merecía algo mejor, y menos jactada de sí misma.