PEREZA Y AUTOIMPORTANCIA
Querría decir que me sorprende el casi unánime consenso crítico que se generó alrededor de Blade runner 2049, tanto en Estados Unidos como en Argentina, que la pone a la altura de los mejores exponentes de la ciencia ficción de los últimos tiempos. Pero la verdad que no. Igual era todo muy previsible, se veía venir: el entusiasmo ya había arrancado cuando se había anunciado quiénes estarían involucrados en el proyecto, se sustentó cuando empezaron a lanzarse los tráilers y el visionado fue apenas un trámite, porque se estaba ante una película que ya era un acontecimiento en la previa. No le puedo pedir a los colegas que opinen como yo: a veces se acuerda y a veces no. Lo que sí creo que puedo pedir es que los críticos no seamos receptores pasivos o meros transmisores de entusiasmo. Eso es lo que noto en gran parte de la crítica actual: una euforia per se, sin un mínimo de análisis complejo en aspectos narrativos, estéticos y discursivos elementales. Por eso me permito señalar algunas cuestiones que creo son bastante básicas. A saber:
1) Blade runner fue en su momento un film a destiempo, reconocido tardíamente para ir creciendo en influencia y que sigue conservando muchos méritos, a partir de su potencia visual, un puñado de personajes bastante icónicos y reflexiones pertinentes sobre el acto de creación y la identidad. Indudablemente merece ser calificado como un clásico de culto, pero de ahí a hablar de obra maestra es otra cosa. No es difícil detectarle unos cuantos defectos, que pasan principal por un trasfondo de pedantería temática y audiovisual que afecta su ritmo narrativo y una notoria dificultad para delinear su conflicto central. Lamentablemente, muchos de sus defectos se tomaron como virtudes y terminaron apareciendo en los peores momentos de películas de Christopher Nolan, las hermanas Wachowski y, claro, Denis Villeneuve, realizador de la inflada La llegada y ahora de Blade runner 2049.
2) A la secuela que es Blade runner 2049 se le podía pedir que expandiera y actualizara el universo que se había trazado en el film de Ridley Scott de 1982, potenciando los conflictos iniciales. Pero en cambio, lo que tenemos es una operación de calcado más prolijo, a partir de la historia de K (Ryan Gosling), un nuevo blade runner que en el medio de la caza de replicantes descubre uno de esos secretos que pueden alterar todo el panorama de la sociedad que habita. La película de Villeneuve es un mecanismo de repetición exacerbado e hiperbólico, pero sin alma, que quiere disfrazar de ambición lo que en verdad es vacuidad. Hay muchos aires de importancia a lo largo del extenso metraje, aunque tras la máscara de esteticismo hay una alarmante falta de riesgo y pereza.
3) Esa particular mezcla de flojera, afectación y temor en Blade runner 2049 es patente desde el minuto uno y atraviesa a múltiples aspectos. Por ejemplo, en la necesidad constante de explicar o repetir todo varias veces, eludiendo toda posible ambigüedad, en una muestra absoluta de desconfianza en lo que tiene para contar, las imágenes que la componen y el entendimiento del espectador. Además, esas explicaciones no son meras explicaciones: son explicaciones con tono impostado y ceremonioso: por eso está Jared Leto -sobreactuando, como siempre- dejando bien en claro cómo el mundo siempre se sostuvo sobre los esclavos y que su rol es ejercer un opresivo poder. Ajá, qué novedoso, qué transcendental.
4) Otra cuestión relevante es el diseño de los personajes y sus roles dentro de la trama: si el de Jared Leto es un villano de cartón corrugado, que aparece en un par de escenas para volcar su discurso trascendente, el de Ana de Armas pretende ser un engranaje amoroso para darle algo de humanidad al de Gosling pero nunca lo logra y hasta es un mero obstáculo; Edward James Olmos vuelve en un breve cameo como guiño a los fanáticos pero tranquilamente podría no haber estado; y la replicante que encarna Sylvia Hoeks está para…bueno, está para hacer de mala muy mala, aunque no se sabe por qué o para qué. El retorno de Harrison Ford como Deckard está más claro: es el único personaje verdadero, real, el que, en sus dilemas y conflictos, presenta algo de consistencia en el medio de un vacío absoluto.
5) El facilismo de Blade runner 2049 invade hasta sus aspectos técnicos, como las actuaciones: por caso, Gosling vuelve a poner su cara de piedra habitual para los momentos dramáticos (la verdad que lo suyo es la comedia); Leto apela a la sobreactuación, como siempre; y Ford ni siquiera interpreta a Deckard, sino al Ford que todos conocemos, aunque inesperadamente le termina funcionando. En cuanto a la banda sonora, Hans Zimmer repite con ligeras variantes su trabajo en El origen y todos los encuadres están en función de resaltar la belleza de la fotografía de Roger Deakins, pero no de contar algo.
6) Todo es ceremonioso en Blade runner 2049 pero también increíblemente obvio. Sus reflexiones sobre la identidad, la creación y el poder son refritos de viejos axiomas que parecieran no tener en cuenta que después del film original de 1982 vinieron sagas como Terminator o Matrix. Y está tan ocupada en filosofar, que cuando se acuerda de hacer hincapié en lo que verdaderamente importa, que es un drama paterno-filial, ya es demasiado tarde. A Villeneuve le pasa lo habitual en cineastas como él: le preocupa más la cáscara del diseño que el núcleo narrativo.
7) Encima, Blade runner 2049, en su efusivo despliegue de auto-importancia, es innecesariamente larga. Tiene casi una hora de más. Podría haber contado lo suyo en menos de 120 minutos, pero elige dedicarle casi 165. ¿Para qué tanta extensión? ¿Por qué? Quizás para revestirse de seriedad (ya que suele confundirse la ambición con la cantidad de minutos) o por mera megalomanía.
8) Si Blade runner estuvo adelantada a sus tiempos y, aún con sus defectos, no dejó de ser anticipatoria e influyente, Blade runner 2049 es plenamente un signo de su tiempo: redundante en su subrayados pero vendida como ambigua, descripta como compleja pero extremadamente obvia, es un producto (no una obra cinematográfica) tan prepotente como cansador y definitivamente sobrevalorado.