Más remake que secuela
Pasaron diecisiete años desde que Dan Myrick y Eduardo Sánchez soprendieran a todos con El proyecto Blair Witch (1999), la película que desató la moda de las producciones de terror de found footage, esas cuyo corazón late gracias a los reveladores materiales fílmicos encontrados "casualmente" por sus atribulados protagonistas. Y ahora es Adam Wingard, un especialista en el género (responsable del slasher Cacería macabra, por ejemplo), quien retoma la historia con una excusa obvia: el hermano menor de Heather, una de las tres personas desaparecidas en aquel ominoso bosque del relato original, decide volver al lugar para intentar resolver definitivamente aquel misterio. Una mala idea, estaba claro.
La única novedad importante con respecto a aquel inesperado suceso internacional que se produjo con 60 mil dólares y recaudó casi 250 millones de la misma moneda es el avance tecnológico: la aparición de YouTube, los drones y el GPS "actualizan" el mismo cuento de los jóvenes acechados por misterios tenebrosos que registran inocentemente su propio suplicio. No es inventiva lo que sobra en esta película que insumió un costo de producción bajo para la industria americana, pero muy superior al de su modelo (5 millones de dólares). En verdad, parece más una remake aggiornada que una secuela. Y duplica la cantidad de escenas efectistas para disimular su debilidad argumental y su escaso poder de sugestión. En una época como la que vivimos, hay una lista interminable de sucesos que provocan un tipo de inquietud que los films de terror no logran ni siquiera insinuar. El género parece definitivamente condenado a la parodia y el reciclaje.