Cómo es la secuela de "El proyecto de la bruja Blair": tributo de amor a la bruja
Un homenaje y declaración de amor incondicional.
La huella que dejó El proyecto de la bruja Blair en el cine de terror es tan profunda que se la puede rastrear en decenas de películas. También se la puede estudiar. Examinar. O admirar. Lo que no se puede hacer es repetir el fenómeno que produjo cuando se estrenó precedida por una de las mejores campañas de marketing de bajo presupuesto de la historia. Una campaña construida sobre la simple fórmula de superponer ficción y realidad.
Adam Wingard, un director que antes que nada es un fanático del género y uno de los más talentosos a la hora de manipular los códigos de este tipo de narraciones, es consciente de que no se podía igualar la obra maestra de Myrick y Sánchez, quienes en 1999 llevaron a su máxima expresión el concepto de falso documental.
[video:https://www.youtube.com/watch?v=ypx22uRXmuY]
Decidió, entonces, rendirle homenaje. El resultado es un tributo de amor, una confesión pública de admiración incondicional. No hace exactamente lo mismo que hizo Gus Van Sant con Psicosis de Hitchcock, copiarla cuadro por cuadro, pero el dilema que propone sobre la indiscernibilidad entre una y otra película se le acerca bastante.
Hay mucho de nostalgia en esta evocación minuciosa, sin dudas. La nostalgia del que llega tarde y se siente destinado a una repetición no atenuada por la parodia. Si se considera que nostalgia significa dolor por un lugar perdido, la versión de Wingard remite a la vez al deseo de recuperar el efecto de novedad que tenía el falso documental en su época y al hecho de que los personajes regresan al bosque embrujado.
Los protagonistas son James (el hermano de Heather Donahue, la chica camarógrafa desaparecida) y Lisa, una documentalista que está haciendo una película de tesis sobre el propio James, quien cree haber visto a su hermana en un video subido a internet. Viajan junto con su mejor amigo (Peter) y la novia de éste (Ashley). Luego se suma una pareja provinciana que tiene una relación particular con la leyenda.
La lealtad de Wingard soporta pequeñas traiciones, como elevar el número de personajes, no sólo para aumentar las escenas dramáticas, sino también la cantidad de cámaras disponibles (profesionales, Go Pro, en teléfonos, en tablets e incluso un drone). Todo lo cual contribuye a multiplicar los puntos de vista y a que haya un desorden visual más coreografiado, como sucedía entre las dos primeras Actividad paranormal.
En esa tendencia al exceso, siempre contenido y respetuoso hasta la reverencia, el director no puede evitar que el ambiguo objeto del miedo (¿bruja, fantasma, psicópata?) aparezca en pantalla. Si bien lo exhibe de manera fugaz y confusa, el monstruo –casi por definición– es lo que no se debe mostrar. Sus rápidas apariciones no son tanto la cifra de una claudicación estética, sino el síntoma de una imposibilidad absoluta: no poder regresar a 1999 y filmar El proyecto de la bruja Blair original.