Aquella original Blair Witch de fines del siglo pasado abrió la puerta al uso del falso registro documental para generar horror, algo que, con el paso del tiempo, terminó en cosas como Actividad paranormal y una serie de lugares comunes novedosos. En fin, hoy a nadie sorprende que la cámara siga a gente mientras monstruos, demonios, fantasmas o vientos huracanados buscan destruirlos. En esta reversión del asunto, donde un grupo de jóvenes (porque siempre son jóvenes, vieron) busca al desaparecido hermano de una de las protagonistas, los sustos funcionan bastante mejor que en la miríada de imitaciones y hay imágenes que resultan perturbadoras. Pero la idea de contagiar el miedo solo con el registro del miedo de un personaje se queda a mitad de camino: a veces es convincente, a veces solo una estratagema que nos exige ver otra cosa. La historia es menos importante que el efecto, y eso -disculpe el juego de palabras- es un defecto en estos casos. Pero en general la película, medida solo por lo que causa, funciona como un juego mecánico bien aceitado.