Los amantes del terror found footage disfrutarán de esta nueva versión en la que la bruja de Blair cobra mayor protagonismo.
Después de The Blair Witch Project (1999) —cinta que marcó una nueva tendencia dentro del género de terror, ya sea desde lo formal (cámara en mano subjetiva) o lo promocional (se vendió como una historia real y era un fake)— y dos intentos fallidos que le siguieron, llega otra historia de La Bruja de Blair dirigida por el director de Cacería macabra, Adam Wingard.
Aquí un grupo de amigos decide ir a acampar al temido bosque debido a que uno de ellos perdió allí a su hermana y está obsesionado por saber qué sucedió, mientras que una de las chicas aprovecha la ocasión para grabar su documental. Una pareja local que encontró el video en el que se puede ver la figura de la joven desaparecida se le unirá a los jóvenes en la temible aventura.
La Bruja de Blair respira el espíritu de la original, los climas se construyen de modo similar, con la diferencia de que este grupo no se interna desprevenido en el bosque, sino que va con todos los equipamientos tecnológicos que existen hoy en día como cámaras digitales, intercomunicadores, GPS, hasta un dron.
Sin embargo, todos esos elementos no servirán de mucho, ya que cuando se invade el terreno de la bruja el tiempo y el espacio adquieren otra lógica, otra dimensión, como dar vueltas en círculos. Aunque aquí Wingard le da mayor protagonismo a la bruja —no cabe duda de que hay una fuerza extraña haciendo de las suyas— sigue manteniendo la regla del "no mostrar". Todo el tiempo sugiere, pero nunca le pone un rostro a la entidad maligna.
A pesar de lo descrito, esta nueva versión de La Bruja de Blair no aporta nada novedoso a la historia, es como un tributo a la primera. Ya pasaron 27 años y el recurso del found footage se utilizó hasta el hartazgo en films de terror, por lo que en esta ocasión a la nueva entrega de la franquicia le cuesta doble esfuerzo hechizar y sugestionar al espectador.