Blair Witch: La bruja de Blair

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

FILMEMOS EN EL BOSQUE

El éxito de The Blair Witch Project (1999) fue tan contundente e inesperado que sorprendió a todo el mundo, incluidos sus realizadores. Desde lo económico constituyó un record en la relación costo beneficio dada la distancia entre su ridículo presupuesto y su suculenta recaudación. Pero su impacto no se mide tanto en términos comerciales, ni siquiera artísticos (de los que no carecía), sino culturales. Quizás sus autores no inventaron el Found Footage de terror, pero fue con este film pequeño y original que lo presentaron como género posible a partir del cual incontables realizadores tomaron el formato .

Sus directores, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez se convirtieron en promesas que, a la vista de su obra posterior, nunca se cumplieron. Es por eso que volvieron cada tanto al bosque siniestro que tantas alegrías les dio, incluso con una secuela de puesta tradicional en 2000 que pasó sin pena ni gloria. Ahora regresaron por más, retomando el formato found footage, esta vez como productores ejecutivos y dejándole el puesto de director a Adam Wingard, un realizador joven y poco conocido pero que ya tiene un historial en el género de terror.

La pregunta era cómo retomar ese universo y cómo volver a hacerlo atractivo y relevante cuando ese formato, por entonces novedoso, ya está más que conocido y transitado. Había, a grosso modo, dos respuestas posibles. Una era tomar un camino distinto, reformulando el concepto para expandirlo. Otra era reproducir la formula con mínimas variantes. Claramente la opción que prevaleció fue la segunda.

La propuesta entonces es más o menos la misma. Ahora James, el hermano menor de uno de las estudiantes perdidas en el primer film, obsesionado con la idea de que su hermana podría seguir en el bosque donde se la vio por última vez, organiza una expedición en su búsqueda, que su amiga Lisa, quiere plasmar en un documental Los acompañan el mejor amigo de James junto a su novia y se le suman una pareja de jóvenes freaks lugareños. El grupo se interna entonces en el bosque maldito con los resultados que uno se imagina. Mientras se van siguiendo de manera (muy) similar las alternativas planteadas en su predecesora.

Las innovaciones son pocas y van por el lado de la tecnología. A las cámaras tradicionales que se multiplican, se les agregan pequeñas GoPro incorporadas a los personajes (también para justificar el hecho de que sigan filmando aun en los momentos más improbables) y hasta un Dron. Todo este despliegue a sus protagonistas no los va ayudar demasiado pero al realizador le sirven para aumentar los puntos de vista y jugar con la textura del video, con sus limitaciones y fallas, y con sus posibilidades a la hora de mostrar o velar.

El relato funciona como un crescendo donde va aumentando progresivamente la tensión. Y es cierto que en algún punto la repetición del esquema hace suponer que está viendo más una remake que una secuela. Pero en medio de las escenas repetidas, los sobresaltos fáciles y las corridas a los gritos calcadas del film original, algo del impacto de este se cuela, un terror verdadero y la presencia palpable de algo ominoso que acecha ahí afuera en la oscuridad. El bosque funciona como otro protagonista, o antagonista. Y el climax final es quizás una versión extendida de la misma situación en la primera, y sin embargo produce una sensación legítima de claustrofobia y amenaza.

Mucho de esto se debe a que Adam Wingard, su director, es un fan del género, con experiencia en el mismo, que maneja sus recursos con naturalidad, y que sabe que es más efectivo cuando sugiere que cuando muestra. Es su oficio el que salva las papas y convierte al film en uno que merece verse por sí mismo en vez de un deja vu o una versión cover de su antecesor.

BLAIR WITCH: LA BRUJA DE BLAIR
Blair Witch. Estados Unidos. 2016.
Dirección: Adam Wingard. Intérpretes: James Allen McCune, Callie Hernandez, Corbin Reid, Brandon Scott, Wes Robinson y Valorie Curry. Guión: Simon Barrett. Fotografía: Robby Baumgartner. Edición: Louis Cioffi. Música: Adam Wingard. Duración: 89 minutos.