Blancanieves pertenece a lo que se suele conocer (al menos en castellano) como cuentos de hadas. Aunque no siempre figuren Campanita o alguna de sus primas, los cuentos de hadas siguen una estructura más o menos similar, en donde hay una princesa fuertemente castigada y victima de la villana de turno, algún principe guapo que viene al rescate, y una parva de poderes mágicos en el medio. Desde Rapunzel hasta Cenicienta siguen dicho modelo, siendo lo único que las distingue las ligeras variaciones del relato intermedio.
Los cuentos de hadas suelen tener diversos orígenes. Algunos son deformaciones de antiguas leyendas mientras que otros proceden de la imaginación de fervientes autores - como el caso que nos ocupa, cuya paternidad le corresponde a los hermanos Grimm -. En general sus contenidos son moralizantes y, aunque a uno le parezca extraño, suelen ser mucho más violentos en su versión original de lo que uno piensa. Lo que ocurre es que uno siempre asocia los cuentos de hadas a las correspondientes interpretaciones animadas de la Disney, las cuales han sanitizado el mensaje hasta volverlo níveo.
De un tiempo a esta parte ha crecido la tendencia de reinterpretar los cuentos de hadas en términos mucho más liberales. Por ejemplo, transformar a Caperucita Roja y el Lobo en una pelea a muerte entre una adolescente descarriada y un violador / asesino serial en Freeway, o bien quitándole el cuero al grueso de los cuentos infantiles clásicos (y sus depuradas interpretaciones) en Shrek. Pero el gran impulso del reciclado masivo de los cuentos de hadas resultó ser el descomunal éxito de la trilogía de El Señor de los Anillos, la cual puso a la fantasía como género de boga. Cuando los productores de Hollywood se cansaron de fracasar con las adaptaciones de mediocres sagas de fantasía provenientes de costosos autores del momento - como La Brújula Dorada, la saga de Las Crónicas de Narnia, Los Seis Signos de la Luz, y un largo etcétera -, descubrieron que los cuentos de hadas estaban disponibles y, lo que es mejor, no pagaban derechos de autor. Así surgieron series televisivas como Grimm o Había una Vez..., amén de reinterpretaciones como Espejito, Espejito y la que ahora nos ocupa, ambas de este año 2012 y que terminan por basarse en la historia de Blancanieves. Ciertamente la versión de Blancanieves y el Cazador se encuentra en las antípodas del clásico filme animado de la Disney: acá las muertes abundan, y la versión brilla por su oscuridad y su tono adulto. En sí, Blancanieves y el Cazador se encuentra más emparentada con la trilogia del anillo de Peter Jackson que con los enanitos simpaticones del estudio del ratón.
A mi me gustó mucho Blancanieves y el Cazador, aunque reconozco que dista de ser perfecta. La reina que compone Charlize Theron destila maldad por todos sus poros, y es una de las razones por la cual funciona la película. El otro que me encantó es Chris Hemsworth, al que siempre le ponen algo en la mano como para que se entretenga - acá le reemplazaron el martillo por un hacha! -. En cambio la que falla miserablemente es Kristen Stewart, la que sigue probando que es un invento cinematográfico surgido de la saga Twilight y sólo sabe moquear frente a la cámara. El problema con Stewart es que debe hacer de doncella guerrera... y, mientras lloriquea y corre, está ok, pero a la hora de calzarse una armadura y dar una arenga a sus huestes - el típico momento Viggo Mortensen de todas las películas épicas de los últimos 12 años - fracasa de manera monumental. Acá se precisaba que Bella Swan se transformara en Juana de Arco, pero sólo se disfraza de lata de sardinas lloriqueante; incluso resulta poco creible que una muchacha que jamás empuñó siquiera un Tramontina se transforme, en menos de cinco minutos, en una feroz y eficiente guerrera capaz de pasar a cuchillo a cientos de soldados.
Como puede verse, la versión que trae Blancanieves y el Cazador es totalmente diferente a todo lo conocido. Están los pasajes clásicos que todos conocemos - los siete enanos, la reina bruja, la manzana envenenada, el principe apuesto -, pero el escenario es radicalmente distinto. Blancanieves huye y se une a una fuerza rebelde; el cazador está enamorado de la heredera; y la reina es una especie de vampiro metafísico que absorbe energia vital de todas las doncellas del reino. Hay choques masivos de ejércitos, y un bosque siniestro que parece la versión oscura de Fangorn. Y todo esto está orquestado con inusual soltura por parte del director principiante Rupert Sanders. La macana de Sanders es haber elegido a Kristen Stewart como protagonista - bah, los hechos posteriores (su publicitado amorío con la actriz) terminaron demostrando que Sanders estaba caliente como una pava con Bella Swan; otra que un fetichista que ha cumplido su fantasía -. Stewart no sirve, simple y llanamente, para el papel. Lo otro que tampoco termina por resulta satisfactorio es el perfil de los enanos, que son toscos comic relief. Lo suyo se alterna entre ser los primos de Gimli y ser malas imitaciones de Adam Sandler (cuyo original tampoco es muy potable que digamos).
Blancanieves y el Cazador es uno de los filmes de fantasía más satisfactorios que he visto en los últimos años y que haya surgido a la sombra de El Señor de los Anillos. Tiene sus desprolijidades - como el final, que es algo abrupto y no resuelve todas las subtramas - y tiene una horrenda protagonista pero, por contra, es excitante, tiene una formidable villana y un espléndido héroe. Y, si esto da pie para una secuela, sería algo que me gustaría ver, siempre y cuando estuviera en las manos de Rupert Sanders.