Una historia sencilla
Hay una tendencia actual de correr del lugar típico en los filmes de genero, ya sea fantástico, de aventuras, o acción, a las damiselas en peligro, las que ya no son frágiles, ni ingenuas, naif, o bellas pero tontas. Ello empezando por la constitución del personaje de Evelyn, interpretado por Rachel Weisz en “La momia” (1999), de Stephen Sommers, hasta el de Nikita, interpretado por Anne Parillaud en el film homónimo (1990), de Luc Besson, pasando por el de Mathilda jugado por una jovencísima Natalie Portman en “El perfecto asesino” (1994), del mismo director, entre muchos otros ejemplos de las últimas décadas.
Esta relectura actualizada del cuento de hadas de los hermanos Grimm va en ese sentido. Blancanieves (Kristen Stewart) no deja de serlo, pero es otra, es una joven mujer que luchara por recuperar el lugar que le pertenece sin perder la bondad que la caracterizaba en el relato original.
Lo que podría aparecer como un catastrófico pastiche, termina siendo un muy buen producto clásico hollywoodense, pero despegado por su resolución a partir de determinados elementos puestos en juego por el director debutante.
Así como la historia del personaje en su síntesis, también esta respetado el cuento original en cuanto a que aparecen todos los personajes y elementos del mismo, llámese el rey muerto, la reina Ravena (Charlize Thewron) usurpadora y mala, el espejo, la manzana envenenada, William el “príncipe”, encantador (Sam Claflin), a quienes se agrega en esta versión la figura de un cazador (Cris Hemsworth), el héroe del titulo. Sin olvidarnos de los enanos, toda una selección de actores “gigantes”, en su mayoría ingleses, Bob Hoskins, Ian Mc Shane, Eddie Marsan, Toby Jones, Ray Winstone, Johnny Harris, Nick Frost, Brain Gleeson, y Sam Spruell, que dejan de ser los simpáticos habitantes del bosque para ser desempleados de las minas cerradas del reino, quienes debieron refugiarse en ese espacio forestal para subsistir, posiblemente lo mejor del film en cuanto a presentación, carisma, construcción, desarrollo de los personajes y actuaciones, sin desmerecer al resto del elenco, nótese que son 9 los enanos, digo esto para que no vaya a creer que al final hay un error de continuidad.
En cierto sentido y prolongando la estética impuesta en los últimos años, es posible reconocer en esta producción la influencia de otras tantas. En cuanto a los enanos hay mucho de los Hobbits de “El señor de los anillos” (2001), asimismo es reconocible en la construcción y desarrollo del personaje principal la influencia estética de “Juana de Arco” (1999), de Luc Besson, pero con agregados que suman, y mucho, principalmente el diseño de vestuario de esta joven. Es increíble como la “princesa” no va cambiando de vestuario casi a lo largo de todo el filme, sino que esa misma vestimenta se va adaptando a las acciones que determinan la progresión del personaje, para finalizar con una chaqueta y unos pantalones tipo cazadores que le permiten desplazarse por el bosque, antes de ser investida con la armadura, tal cual la nombrada “Juana de Arco”, para la batalla final.
En ese mismo sentido aparece, si bien con muchos cambios de vestuario, el diseño de la reina malvada, desde el traje de novia con terminaciones siniestras y anticipatorias, el desmesuradamente sexual desnudo del baño en un liquido blanco y lechoso, pasando por la inmersión en un liquido parecido al petróleo, para terminar en un vestido negro con terminaciones de imitación a los cuervos, más allá de cualquier metáfora u alegoría.
Ambas son protagonista y antagonista ya desde el vestuario (y esto no es una referencia futbolística), sino en pos de un discurso que se instala tanto desde el cuento, pero exacerbado en el filme, la importancia de “juventud divino tesoro”, y eterno. ¿Será una crítica oculta al perverso y redituable negocio de las cirugías estéticas?
Como también podría leerse a modo demasiado ecologista el deterioro de la tierra, del reino, hasta dejarlo como un desierto incendiado durante el mandato de la malvada. Por favor no vaya a leerse este último párrafo en su versión localista actual, si bien el cine es política esta parte del análisis es más bien universal y naturalista.
El relato tiene en su larga duración algunos pequeños baches o mesetas narrativas. Desde su estructura algunas escenas o secuencias parecen innecesarias, o que podría haberse resuelto agregar aquellos pocos aportes que presentan de otra manera con una mayor economía de imágenes. Pero esto no va en detrimento de la realización. El montaje es de esquema tradicional, pero con un ritmo más cercano al fantástico que al de acción, cada plano, cada corte, tiene el tiempo suficiente como para que nada sea confuso. Al mismo tiempo que la dirección de arte, especialmente la fotografía, se desdobla en tanto y en cuanto exterior e interior, la primera más cercana al impacto lumínico liberador de lo bello, la segunda más cercana a lo lúgubre.
En el mismo sentido el diseño de sonido, con una banda musical, no sólo las composiciones originales para el filme sino, y sobre todo, la selección de temas conocidos que apoyan y acrecientan los momentos ya sea aportando al clima generado en la imagen como para el clímax de ascendente tensión implicado en los distintos momentos de la historia.
Queda relegada la historia de amor. Sólo los espectadores sabemos quien despertó a la princesa con el beso del “verdadero amor”, y esto esta puesto así posiblemente por dos motivos, o más, uno es porque no tiene importancia en este relato, el segundo es que da pie a una segunda parte donde los contrincantes enfrentados por ganarse el corazón de Blancanieves sean el príncipe “encantador” y el cazador, ya que ambos terminan enamorados en esta seguramente primera parte.
Un muy buen cuento de hadas, como buena propuesta para adolescentes jóvenes, entre 11 y 16 años, con algunos guiños para los adultos, pero dejando al margen a los más pequeños.
(*) Realización de David Lynch, 1999.