Es un cuento de hadas. Y no lo es. Es un cuento de hadas porque allí están el bosque encantado, con su princesa cautiva en una torre del castillo, el bosque encantado, el caballero que la rescata de su destino, la bruja malvada. Y no lo es porque el caballero no es lo que debería, la bruja no solamente es malvada, sino además vengativa y muy cruel. Y está Blancanieves, pero, bueno, ya se verá qué pasa después de que muerda la manzana envenenada. Y también está el cazador que tendrá un rol central en esta adaptación del cuento de los hermanos Grimm que como otros personajes no aparece en el original. Varios de estos elementos suman interés y amplian al perfil de la platea.
El director Rupert Sanders parece decir que la inocencia en estado puro ya no es parte de este mundo, el de los espectadores que dos siglos después de su versión original podrán disfrutar de “Blancanieves y el cazador”. Con excepción de un uso excesivo de los efectos especiales y de escenas digitales, así como de un enfoque algo arquetípico de los héroes, el acierto del filme es que doscientos años después, aquella niña hoy tiene algunas cosas más que decir y hacer además de esperar que la rescaten mientras canta con los pajaritos en el bosque.