Cuentos de hadas sin palabras
Con la misma pose autoindulgente de El artista, la película del español Pablo Berger, que ganó varios premios Goya, invoca a los hermanos Grimm y su cuento "Danielde" para contar una historia en blanco y negro, sin palabras y a través de breves intertítulos.
Sin embargo, a diferencia de aquel filme sobre cine mudo –una pavada olvidable al poco tiempo– Blancanieves tiene mucho que contar en poco tiempo, valiéndose de trucos visuales que jamás afectan al corazón del relato. La cuestión pasa por la tauromaquia, un experto en estas lides y una cornada fatal. De ahí en más, surge el odio de la madrastra de Carmen, convertida en reina y esposa del torero postrado y del temor de pobre niña. Más adelante, la púber se convertirá en adolescente y será adoptada por un grupo de enanos circenses, momentos en que la película extrema sus homenaje al clásico Freaks (1932) en versión cuento de hadas para chicos y no tanto. Efectivamente, hay mucha crueldad y muertos de por medio en la travesía de Blancanieves, pero en este punto Berger se ubica en una zona ambigua para no cargar las tintas ni caer en escenas que pueden afectar a los más pequeños. Es probable que el filme acumule demasiadas historias en su desarrollo, pero esto queda salvado por la pericia del director y de su equipo técnico que tienen el propósito de narrar de manera ligera y leve las mil vueltas que tiene la vida de la protagonista. Para oponerse a una niña y luego adolescente maltratada y curioso grupo de enanos, nada mejor que recurrir a una actriz notable como Maribel Verdú en el rol de la Madrastra. Su perfecta composición de una mujer que encarna al Mal es un punto fuerte de este bienvenido artefacto cinematográfico que homenajea al cine mudo sin necesidad de adoptar una postura llorona y nostálgica.