Clásica y moderna
Esta nueva Blancanieves es una ingeniosa transposición del cuento clásico de los hermanos Grimm, ambientada en la Sevilla se los años ´20, con la intervención de toda la tradición folklórica española: toros, flamenco, sevillanas y cortijo incluidos. No es sólo esto lo peculiar, sino que -como en el caso de El artista- se trata de un film mudo y en blanco y negro, con intertítulos propios. Entre nosotros, vale recordar el caso de La antena, de Esteban Sapir, que también con un film silente homenajeaba el cine expresionista. La Blancanieves del vasco Pablo Berger expone una estética gótica, pero se vale del costumbrismo y de la cultura hispana, con un resultado final que resulta una grata sorpresa.
Pocas veces se ha visto una madrastra de Blancanieves que exude tanta crueldad, como la que interpreta aquí Maribel Verdú, excelente en su caricatura de la villana de cuento, tan erótica como malvada: una mujer manipuladora, ambiciosa, casada con un torero inválido, viudo y con una pequeña hija que deberá soportar el maltrato de su madrastra, quien la somete hasta la esclavitud. Una pequeña a quien le han robado su padre y lucha por recuperarlo. Hasta que huye y se produce el consabido encuentro con los enanos. Con ellos la muchacha recuperará a su papá en la forma de la lidia, ya que ella misma deviene torera. Todo un aggiornamiento acorde a los parámetros actuales del cine de género.
Después de todo, el cuento es esencialmente una búsqueda de la identidad femenina. Macarena García ganó el premio a mejor actriz en el Festival de San Sebastián como la joven torera, y Angela Molina la acompaña en un glorioso regreso como su abuela bondadosa (de cuento, también).
La bella fotografía de Kiko de la Rica reafirma la vigencia del blanco y negro, inquietante y expresivo. La historia alcanza un marco atemporal y juega con los sentimientos clásicos, eternos, de la tragedia: amor y muerte, envidia, odio, solidaridad, sabiamente combinados, aunque algunas escenas se prolonguen demasiado. No es esta una recreación del cine mudo, sino un pastiche postmoderno que da a la historia cierta actualidad y combina con mucho ingenio la iconografía hispánica con el melodrama, la tradición clásica, el imaginario neogótico y el romanticismo, para tomarse algunas libertades con el mito, hasta llegar al sorprendente final, melancólico y de alta intensidad emocional.