Hispana, muda y en blanco y negro
Para aquellos que critican a Disney por adaptar a su gusto clásicos de la literatura, esta Blancanieves trascurre en 1920, en Sevilla, y la hacendosa jovencita en vez de limpiar la casa termina como torera.
Ah, y rodada en 2012, es muda y en blanco y negro. Y española.
Blancanieves es una película atosigada de riesgos, de los que sale bien parada en la mayoría de las oportunidades. Porque toma la tauromaquia por las astas, porque tiene al cuento de los hermanos Grimm al lado, sólo como referencia. Porque tiene realismo mágico, a una malvada madrastra que viste de negro, y hasta enanitos (seis), y una maestría en lo visual pero que no emparda con el relato. Lo que se ve es mucho mejor que el guión.
Y en parte eso es aquí fundamental, ya que al ser muda la película se refuerza el lenguaje fílmico, el impacto visual, los encuadres y la iluminación para el blanco y negro.
En muchas películas la labor del iluminador o director de fotografía es determinante -y se ha dicho en esos casos que el que dirige el relato es él, y no el realizador-. En Blancanieves hay un trabajo mancomunado entre Pablo Berger y el vasco Kiko de la Rica (asiduo iluminador de Alex de la Iglesia), y escenas con aliento del cine expresionista. Toda una apuesta.
La trama toma a un torero (Daniel Giménez Cacho, de Profundo carmesí), cuya esposa rompe bolsa en la plaza de toros por el susto que le da la corneada que sufre su marido famoso. En el parto, la mujer fallece, y habrá una madrastra, una enfermera (Maribel Verdú) quien se aproveche de la situación del torero lisiado y le haga la vida imposible a Carmencita (la debutante en el largometraje Macarena García). Que será Blancanieves, se irá del palacete y encontrará un circo rodante, donde conocerá a los enanos, uno de ellos, travesti.
La música del catalán Alfonso de Villalonga suple bien la falta de diálogos y aporta con sus acordes esos climas tan necesarios para la dramaticidad del filme mudo. Si el francés Michel Hazanavicius le ganó de mano en estrenar El artista, a Blancanieves eso no le hace mella. Es más que un ejercicio, una invitación a los sentidos en tiempos en que las sorpresas en el cine no abundan.