TRANSPIRANDO (DEMASIADO) LA CAMISETA
Entre finales de los noventa y especialmente durante la primera década del nuevo milenio, uno de los jugadores más emblemáticos de Racing fue Adrián Bastía: un 5 que era un batallador incansable, que de los 90 minutos jugaba 95 con los dientes apretados, sudando litros enteros de tanto correr. Siempre se le reconocía el esfuerzo y muchas veces funcionaba como el motor del equipo, aunque se podía intuir que, con solo calmarse un poco y tener la mente más fría, habría sido más preciso y efectivo en su labor. Recuerdo que hace poco lo volví a ver –ya como jugador de Colón de Santa Fe- y contemplé a un jugador que había cambiado bastante: mucho más económico en sus movimientos, a partir de la sabiduría que le había dado la edad –y una carrera ya extensa- y la consciencia de sus límites, posibilidades y lo que se le podía pedir en consecuencia. Hace dos décadas, sudaba demasiado la camiseta; ahora lo justo y necesario.
La referencia futbolística viene a cuento porque Blanco o negro, de Matías Rispau, es una atendible tentativa por realizar un aporte dentro del policial y la acción, pero que se pasa de rosca en sus intenciones. Su planteo es una simple y directa historia de venganza: un hombre llamado Adrián que, luego de un exilio en las montañas, decide volver a la ciudad para tomarse revancha de los que arruinaron su vida, emprendiendo un camino plagado de obstáculos donde su parte más animalesca y bestial está siempre buscando emerger. Sin embargo, Rispau se aleja rápidamente de toda simpleza, en una apuesta a todo o nada, asumiendo también el protagónico y llevando adelante un relato que coquetea con vertientes del cine negro y la acción oriental; agrega reflexiones filosóficas, éticas y morales; suma subtramas familiares y románticas; pone a coexistir capas estéticas que no necesariamente se complementan; y estira una narración que podría haber sido completada en apenas una hora y media hasta más de dos horas.
El resultado es, en un punto, previsible: un film excesivo donde se imponen las remarcaciones del drama interior que atraviesa el personaje; unos cuantas escenas que hacen literales las metáforas hasta caer en lo obvio; un estiramiento innecesario de las acciones; y numerosos desniveles en las actuaciones. Eso termina inclinando la balanza dentro de la totalidad de la película, contraponiéndose a algunos hallazgos puntuales, como un cuidado trabajo estético en la composición de los planos y una verosímil fisicidad conseguida en secuencias de acción o peleas. Blanco o negro despliega muchísimas ambiciones, quiere tocar todos los temas o vertientes narrativas posibles, pero en la mayoría de sus objetivos se queda corta. Rispau exhibe un conocimiento ciertamente interesante de las herramientas cinematográficas, pero debe aprender a dosificar sus esfuerzos y objetivos en las medidas de sus posibilidades, transpirando lo justo y necesario.